En la reciente Rural Del Prado el Presidente Lacalle Pou fue categórico, previo a describir una máxima de nuestro pensamiento liberal que pasa por no oponer actividades sino que complementarlas, dejó un "Yo también estoy con el Campo".
Semanas más tarde en San José, en el corazón de la herida tambera del Uruguay, que sigue haciendo malabares para subsistir siendo los mejores productores pastoriles del mundo, terminó su discurso con un deseo de que en el 2021 no estuviera más un pasacalle que decía "Lechería en Crisis".
Ambas señales representan aquello de hacerse cargo, de asumir lo prometido en campaña electoral, de no olvidarse de la palabra dada a lo largo y ancho de más de 170 localidades que, solamente nosotros visitamos, previo a la elección.
Ya antes del Covid y mucho más en el abordaje de la pandemia, el sector rural ha sido desvelo de la Torre Ejecutiva.
Cuando hablamos del campo, es una síntesis de lo que conjuga la ruralidad. Son escuelas rurales, son caminos medianamente transitables, son puentes que den seguridad, sentido común productivo a la hora de fijar tarifas para el riego, una perspectiva competitiva del tipo de cambio, noción del daño de un robo de 30 ovejas en un paisano de Merinos, que corra la sangre cuando no vengan las lluvias, disfrutar un campo amarilleando de canola o apreciar la capa dura de un novillo bien gordo.
Al campo lo conforman sus personas. En el Uruguay de hoy, estas personas imaginadas como un poderoso terrateniente son escasas. Aquel gringo del litoral, muchas veces pionero e inmortalizado en la letra del Orejano de Serafín J. García como el "copetudo de riñón cubierto", casi que no existe más.
Hoy hay chacareros atrás de los fierros, ganaderos controlando partos, arroceros haciendo patria una vez más presupuestando 2000 dólares por hectárea para no saber a cuánto va a vender su producción, un tambero atrás de las vacas obsesionado por tener cómo darles de comer o un quintero que mira los líos políticos sin saber dónde venderá el intermediario el fruto de su dolor de cintura.
A su lado, profesionales, empleados, proveedores, camioneros, almaceneros y un sinnúmero de uruguayos que viven y se desarrollan en la campaña oriental y que nuestra obligación es velar para que sus derechos sean similares a los que habitan en Malvín.
Estos son momentos de presupuesto nacional. Hay una visión legendaria, pero a mi gusto alejada de la realidad de que cuanto más presupuesto, mayor felicidad popular.
Nuestro presupuesto intentará directa y oblicuamente ir a la génesis de esta, entre comillas, felicidad popular, que a nuestro entender pasa por la generación de puestos de trabajo estables y prósperos.
Desde el acápite al epílogo todo ese fárrago de artículos y planillados tienen esa dirección. No se aumentan los impuestos, se corrigen privilegios, se baja el gasto obsceno del estado en programas para burócratas, se prioriza las políticas sociales con un pragmatismo sin dogmas a la hora de enfrentar las consecuencias de la pandemia.
En lo que al agro se refiere, estas generalidades son bastante más importantes que algún artículo en particular, no así al campo, que tiene en el gasto proyectado en obras e inversiones una visión infinitamente más descentralizada que pueda hacer cumplir aquello de un Uruguay para todos.
Nosotros apoyamos el desafío de Inac de querer exportar un millón de toneladas de carne. Para nosotros es un compromiso aumentar un millón de cabezas el stock ganadero. La marca Uruguay Wool tiene que funcionar. El ejemplo holandés de horticultura debe de estar en la agenda. Cancillería debe de tener la obsesión por habilitar el sorgo para exportar a China, y tanto tamberos como arroceros deben de sentir la tangibilidad de las señales que mandemos desde el gobierno.
La patrulla en los caminos rurales o la posibilidad de volver a los beneficios en las escuelas también.
Esto es un poco más que la discusión presupuestal. Es mando, dirección y sentido de oportunidad del propio presidente de la República y todo su equipo.
Defender estas cosas no es sencillo. Hay que hacer un esfuerzo ilustrativo cuasi docente para que en Parlamento se vea esta forma de vivir. Pelear con un burócrata por la importancia de revisar los toros antes de la temporada de montas roza con lo estéril, y sobre pesar el peso político de una decisión que afecta a las 150 personas de Cuchilla Ramírez es aún más cuesta arriba.
Por eso, la conciencia y la realidad. Estamos a 45 días de poder decirle al campo que estamos en buen camino y con un rumbo cierto. Es ahora.