Por Nacho Vallejo | @NachoVallejoVal
Recuerdo que hace muchos años cuando se venían los Oscars, yo esperaba como todo el mundo a ver cuál era la mejor película del momento para la Academia, pero de pronto no supe si para verla o para no verla. Creo que un día noté que las que venían ganando el Oscar y yo venía viendo correspondientemente, no estaban siendo muy de mi gusto, o más bien nada. Súbitamente me pareció que los integrantes de la Academia de Hollywood me representaban menos que los parlamentarios del Principado de Mónaco. Lo supe luego de clavarme con "Rain Man", que al pequeño rebelde estudiante de comunicación que yo era, le pareció una sensiblería de giros previsibles, obviedades y cursilerías, con la marketinera actuación de Tom Cruise y Dustin Hoffman fingiendo TEA malamente.
Entonces decidí que la ganadora del Oscar debería incluirse indefectiblemente en mi lista negra y sería imposible que mis ojos se la encontraran a menos que me sometieran al método Ludovico que padecía Alex DeLarge en La Naranja Mecánica.
Claro que alcanzar a ser la mejor película no necesariamente implica que sea buena. Siempre la menos mala puede ser la mejor. (Ese año las finalistas fueron "Working Girl", "The Accidental Tourist", "Dangerous Liaisons" y "Mississippi Burning". Aunque creo que la última era claramente la mejor, la final estaba algo flojita).
Me pregunté por la fiabilidad histórica del Oscar y descubrí que muchas de las premiadas estaban en la antípoda de lo que yo creía que era una buena película. "África Mía", "Amadeus", "La fuerza del Cariño", ¡"Gandhi"!... Los Oscar a Mejor Película de aquellos años eran cachetadas sin efectos especiales a mi criterio. Y salteándome unos años hacia atrás encontré la cachetada más sonora: en 1978 "Rocky" le ganó el Oscar a "Taxi Driver". ¿Cómo podía ser que esa obra de culto hubiera sido desbancada por la folclórica Rocky?.
Creo que desde entonces hubo mejores y peores momentos de los premios Oscars, independientemente del momento del cine y de las producciones que veían la luz (del proyector, literalmente). En definitiva, la equivalencia entre buen cine y premio Oscar es poco menos que infrecuente. Los Oscar no sólo no son infalibles, son un desacierto en reiteración real. No es sorpresa: el premio resulta del promedio de criterios de un grupo de jurados. ¿Cómo puede ser que un conjunto de tipos que seguramente no son tan geniales como Scorsese decidan qué película es la mejor del año? ¿Qué habrá pensado el oriundo de Queens cuando vio que su obra quedaba relegada frente a la verbenera Rocky? ¿Habrá dudado de la calidad de su trabajo?¿Se habrá dicho "tengo que hacerlo mejor" o "capaz que no soy tan bueno como pensaba"?.
Así son los premios a mi entender. Los Oscar, los Grammy, los Golden Globe, Bafta, MTV Awards, Emmy, Palma de Oro de Cannes, Balón de Oro, Oso de Berlín, los del Festival de la Canción de Viña del Mar y hasta los Marbo. (No, los Marbo todos sabemos que eran otro tipo de negocio). Una pretensión de poner en blanco y negro complejidades policromáticas que no se pueden sintetizar en "esto es mejor que esto otro".
¿Es peor actriz Glenn Close que nunca ganó el Oscar a mejor actriz que Holly Hunter?
Lo tenía muy claro Woody Allen que se ha dedicado a hacer el cine que le gusta, en el que cree, sin importarle mucho lo que creen de él los demás y ni se molestó en ir a los Oscar el día que ganó el premio a Mejor Película. (Se quedó tocando el clarinete. O eso dijo).
¿Cómo se puede comparar Taxi Driver con Rocky? ¿Roma con Green Book?. Peras con manzanas. Esta pera es realmente mejor que esta manzana. Son cosas diferentes.
¿Y la política no tiene incidencia? Roma es de Netflix, un nuevo participante de la industria que está perjudicando a muchos gigantes del establishment. Y como la política las causas: ¿Se premia el trabajo cinematográfico de Rain Man o la causa de quien se ocupa con amor de su hermano autista?
Creo que hay pocas cosas donde un duelo pueda resolverse tan honestamente como el deporte, un partido de tenis o uno de fútbol y aún así decimos "que gane el mejor" porque todos sabemos que no siempre sucede.
Sería muy difícil encontrar a un sabio capaz de iluminarnos indicándonos cuál ha sido la mejor obra del año, pero más difícil es ponerle democracia a la genialidad. El desacierto está prácticamente asegurado si la elección sale por consenso. (Imaginemos a Steve Jobs renunciando a su genio para consensuar sobre las características que debía tener su reproductor de música).
Cuando el jurado está dividido ¿cómo podemos saber que lo mejor es lo que prefiere la mayoría?. ¿Los jurados que integran la mayoría son justo los mejores jurados?. Es axiomático que lo bueno no abunda y por lo tanto que lo que prefiera la mayoría estará errado.
Pero gracias al consenso supimos que "Titanic" era mejor que "Mejor Imposible". Imposible equivocarnos: vayamos a pasar tres horas y cuarto en una sala viendo cómo la ficción embebe en almíbar los hechos reales de un accidente histórico cuyo final conocemos perfectamente. Premios Oscar mediante yo vi la segunda, que no es una gran película pero sin duda cien veces más disfrutable para mí que el titánico plomazo que me libré de ver gracias a la Academia.
Tratamos de ponerle premio a todo y de encontrar lo mejor de todo. La mejor película, la mejor canción, la mejor novela, el mejor cuadro, la mejor escultura (la mejor figurativa y la mejor abstracta), el mejor escritor o la mejor actriz,..., el empresario del año y ya en el camino de la supina estupidez, la publicidad del año. (El mejor "reclame" del año). Los publicitarios somos los peores, los más sometidos. Somos esclavos de los rankings creativos, y los festivales -docenas de festivales alrededor del mundo- han aprendido a drenar las cada vez más exiguas rentas del negocio. Mucha gente no sabe que para ganar un premio en publicidad la agencia debe inscribirlo en el festival y pagar un fee por esto. Cuantas más piezas inscribas, o en más categorías, más chances de ganar, lógicamente. Reciéntemente calculaba que entre 3 agencias publicitarias se habían gastado cerca de un millón de pesos en inscripciones en la última edición de un solo festival local. La agencia que les seguía había gastado -y postulado a premio- apenas la décima parte. (El premio indiscutible que se merecen las primeras es comercial, porque evidencian que ganan muy bien en tiempos difíciles para el negocio). En publicidad además, los jurados son jueces y parte, así que imaginen las piruetas de los que deben intentar comportarse como imparciales pero se están jugando sus propios premios, su aumento de sueldo, su pase a otra agencia, o ganar un cliente que busque una agencia con creatividad certificada por premios. (Aunque parecen no existir ninguna de las dos cosas: ni los premios que certifican la calidad creativa real de una agencia, ni los clientes buscando creatividad)
Como dicen la mayoría de los sommeliers (y acá estoy contradictoriamente con el consenso) yo creo que no existe "el mejor vino", sino uno más adecuado al gusto de uno. Por supuesto que hay una línea bastante clara que corta entre lo bueno y lo malo. Lo de buena calidad frente a lo pobre. Pero es muy bobo querer decretar qué es lo mejor de todo. En pleno siglo XXI seguir atendiendo al premiado versus no premiado en lugar de abocarnos a disfrutar la calidad de lo bueno con la tranquilidad de saber valorarla o al menos la intención de aprender a disfrutarla, me parece arcaico.
Glenn Close tiene 7 nominaciones a Mejor Actriz en los Oscar aunque nunca lo haya ganado. Creo que esto dice mucho más de ella como actriz que tener un Oscar en su carrera como lo tiene Holly Hunter y tampoco podemos decir que la primera sea mejor actriz que la segunda. Seguro que las dos saben muy bien el trabajo que han hecho y de qué calidad es y no necesitan que ningún "académico" se lo vaya explicar. Y seguramente los productores y los directores que revisan el trabajo de los talentos de los que proveerse, también saben muy bien qué tiene para aportar cada una.
Está clarísimo que la premiación de los Oscar es una formidable herramienta comercial de la industria del cine (que se merece el premio a la mejor campaña de Relaciones Públicas del mundo y valga la formidable contradicción), pero no creamos que Green Book es mejor que Roma, ni que ninguna de las dos es mejor que alguna otra probable película que se le pasó a los académicos. Al final, de esta edición 91 de los Oscar me quedo con la actuación del jurado, que fue tragicómica como siempre.