Medio mundo —dentro y fuera de Israel— habla de las elecciones del 1° de noviembre en Israel, o mejor dicho de sus resultados, en términos de catástrofe y horror en puerta. Ganó el bloque encabezado por el ex Primer Ministro Benjamin Netanyahu, que evidentemente vuelve al cargo, y a menos que haya alguna sorpresa política —algo nunca descartable en Israel— la coalición que encabece será la más conservadora en la historia del país.
En los últimos días, más de un amigo bien intencionado —y preocupado— me ha preguntado cómo haré ahora para defender a Israel. O sea, ahora que se viene “un gobierno extremista”, ¿qué voy a hacer?
Lo pongo entre comillas, no porque nadie allí sea santo de mi devoción, lejos de eso, sino porque el gobierno aún no ha sido formado —por cierto aún no ha hecho nada— y lo mínimo que hay que hacer es esperar a ver cómo actúa. Esto no quita evidentemente que los antecedentes duros de algunos de sus futuros miembros despierten serias reservas, en el mejor de los casos. Pero lo que determinará la realidad, será lo que hagan de ahora en adelante, y no las proclamaciones que han formulado hasta ahora tanto en temas como el conflicto con los palestinos como en cuanto a los derechos de la comunidad LGBT.
Recuerdo claramente la preocupación que sentían muchos en aquel lejano 1977 cuando, tras casi tres décadas de gobiernos laboristas, ganó por primera vez las elecciones israelíes el entonces jefe de Herut, el “duro” Menajem Begin. Algunos pensaban que estallaría una guerra. Finalmente, él logró firmar el primer acuerdo de paz con un país árabe, el más grande e importante, Egipto; una paz que se mantiene hasta hoy.
Claro que Begin era un gran demócrata y no habría concebido jamás considerar siquiera una ley que permita limitar en nada el poder de la Suprema Corte de Justicia, algo que sí desean hacer numerosos miembros de la inminente coalición. Pero en términos del conflicto con los árabes, dejó bien en claro que una cosa era su imagen y su retórica de siempre, y otra la realidad que impulsó.
Y vuelvo a la pregunta que me ha sido formulada: y ahora, ¿cómo se podrá defender a Israel?
Algunos puntos muy concretos al respecto, que me parece clave mencionar.
Una cosa es defender a Israel, su derecho a vivir en paz y seguridad y su constante búsqueda de una vida en paz, y otra distinta es concordar con todas sus políticas y decisiones. Israel es digno de ser defendido. Es diametralmente distinto de la imagen que pintan sus detractores. Imperfecto, sin duda, pero ejemplar.Todo aquel que lo visitó, que vio el espacio público compartido por los diferentes sectores que componen su sociedad, que vio de cerca el sinfín de proyectos humanitarios que funcionan en su seno para ayudar también a quienes son parte del “otro lado”, lo comprobó, sin intermediarios.
Es más que relevante recordar que si bien el resultado de las elecciones, en la distribución de escaños, es ampliamente favorable al bloque conservador encabezado por Netanyahu —que obtuvo 64 de los 120 escaños del Parlamento— en cantidad de votos, la diferencia fue muchísimo menor. Si bien está claro que Israel vota ahora de modo mucho más conservador que antes, no se puede alegar que una mayoría abrumadora apoya a ese bloque.
El 49,55% de los votos fue a los partidos que se perfilan evidentemente como miembros de la coalición mientras que el 42,27% fue a la coalición de cambio, que dentro de poco se convertirá en oposición. O sea, hay solamente algo más de un 7% de diferencia. El resto de los votos fueron a dos partidos árabes que, si bien están contra Netanyahu, no eran parte de la coalición saliente. Lo que explica la diferencia entre los votos y los escaños, pasa más que nada por los votos desperdiciados al no lograr entrar al Parlamento y otros elementos derivados del sistema político y errores cometidos por la coalición de cambio en su organización de cara a las elecciones.
Uno de los puntos más polémicos en el resultado de las elecciones fue el gran logro del partido “Otzmá Yehudít” (Fuerza judía), uno de los tres que conforman la lista “El Sionismo Religioso”, cuyo jefe Itamar Ben Gvir apoyó durante años la ideología anti árabe del rabino Kahana, quien terminó siendo proscrito legalmente en Israel por sus posturas racistas. Ben Gvir, que sostiene que ya no piensa como años atrás, que no llama a expulsar a los árabes por ser tales sino a los terroristas que cometen atentados, participó este jueves en un acto en recuerdo del asesinato de su otrora mentor, por lo cual sus numerosos críticos recalcan que “si fue allí, significa que no cambió nada”.
Lo claro es que Ben Gvir obtuvo un gran logro en las elecciones, no por haber sido seguidor de Kahana, sino por lo que planteó durante toda la campaña electoral: su mensaje terminante respecto a la necesidad de garantizar que el Estado gobierne en forma efectiva y sepa defenderse de terroristas y criminales, sus exigencias para que se destine más recursos a la Policía para que haga efectivamente su trabajo y que se aplique mano dura con todo aquel que intente atacar a un ciudadano.
El trasfondo de sus exigencias, planteadas a menudo con un estilo provocativo, es una situación objetiva que resulta preocupante: la creciente criminalidad en la sociedad árabe israelí, especialmente entre los beduinos, pero no sólo entre ellos, que ha cobrado mayormente víctimas mortales entre los propios ciudadanos árabes, pero que incide en la vida de la sociedad en general con delincuencia cada vez más grave en diferentes partes del país. Es por eso que tuvo votos inclusive en comunidades identificadas claramente como bastiones de izquierda, en más de un kibutz, por tratarse de lugares que sufren de robos en sus campos y quisieron dar chance a quien promete cambiar la situación, que sienten que la Policía hasta ahora no ha atendido debidamente. Muchos de los que le dieron su voto esta vez repudian sus antecedentes y la ideología que él alega haber cambiado, y lo hicieron para ver si sus exigencias cambian algo en la situación.
Un punto clave en este proceso fueron los sucesos de abril y mayo del año pasado, cuando paralelamente al operativo militar israelí contra Hamas en Gaza, por el disparo de cohetes desde allí hacia territorio israelí, estallaron fuertes disturbios dentro de Israel, en los que ciudadanos árabes atacaron a ciudadanos judíos. A raíz de ello, hubo también casos de intentos de linchamiento de árabes por parte de judíos. Numéricamente, el fenómeno central fue sin duda el primero.
Según el informe oficial del Contralor del Estado, hubo disturbios violentos en cerca de 520 puntos del país, participaron en ellos unos 6.000 ciudadanos árabes israelíes, muchos de ellos menores de edad, la mayoría elementos involucrados en casos de delincuencia común. Unas 3.200 personas fueron detenidas por participar en ataques. La inmensa mayoría, ataques árabes contra judíos. De ellos, 240 judíos fueron detenidos por participar en ataques a árabes. Cerca de un año después de lo sucedido, fueron imputados 616 involucrados en la violencia. De ellos, el 89% eran árabes.
Aquellos sucesos, en los que también hubo muertos y heridos, y sinagogas quemadas, fue un punto de inflexión en la percepción de la ciudadanía israelí respecto a su seguridad. Esto, sumado a la recurrencia de los atentados terroristas palestinos y a la glorificación del terrorismo por parte de la Autoridad Palestina, incidió claramente en las posturas de ciudadanos que decidieron apostar esta vez por quien exige mano dura con los violentos. De ahí vinieron los votos que en elecciones anteriores fueron a otros partidos y esta vez a Ben Gvir.
No me cuento entre quienes festejaron el resultado de las elecciones. Todo lo contrario. Al mismo tiempo, me molesta le “preocupación” internacional. De parte de verdaderos amigos, es auténtica y legítima. De parte de muchos otros, es hipocresía. Si expresaran la misma preocupación cuando hay atentados terroristas contra Israel, si condenaran que la Autoridad Palestina glorifique a los terroristas y los presente como héroes ante su propia población civil, si criticaran que la Autoridad Palestina pague sumas enormes a los terroristas presos en Israel o a las familias de los terroristas que murieron matando israelíes, sería otra cosa.
Para terminar, una mención que no consuela, pero nos parece relevante. Israel sigue siendo una isla de democracia y humanismo en una zona sobre la que lo más delicado que se puede decir es que es problemática. El único país en el que se va a elecciones libres. Sin ir más lejos, la última vez que los palestinos fueron a elecciones fue a comienzos de 2006.
En sus hospitales se atiende a judíos y árabes por igual. En sus universidades estudian unos y otros. En las elecciones votan todos los ciudadanos y pueden optar inclusive por partidos que no reconocen a Israel como Estado judío. Aún con la inminente coalición ultraconservadora en puerta, Israel es un oasis de libertad en la región. Por algo, homosexuales LGBT escapan a menudo de Cisjordania para refugiarse en Israel. Yo estoy segura, aunque algunos de los nuevos diputados hayan dicho que quisieran que no haya marcha de orgullo gay, de que eso no cambiará.
Ojalá no me equivoque. El tiempo dirá.
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