Wilson no fue Presidente del Uruguay. Se lo impidieron los conservadores confesos y los disfrazados de progresistas. Así de fácil. Temían a los cambios antes, lo mismo que ahora. Los unos en nombre de un estado de cosas que no se animan a cambiar por aversión al riesgo. Los otros por un estado de cosas que no quieren cambiar porque políticamente les reditúa. También en alguna ventajita chiquita y en el sueño de una dictadura del proletariado que en el mundo, nunca ha sido de un proletario, sino de algún poderoso militar oportunista.
En el 71 las denuncias de robo de la elección fueron múltiples y la prueba de la cristalinidad nunca llegó. Recordamos las urnas en el Santa Lucía, o el día en que el coronel Malán esperó dentro del recinto a los que iban a iniciar el conteo del día para demostrar la vulnerabilidad del lugar. Los más votos que votantes de tantos circuitos. El mecanismo de doble voto por la reelección o la candidatura alterna, que llevó a doble cómputo de votos en tantas actas. En fin. Esa falta de garantías y también la acción de los que en nombre de los cambios hicieron lo imposible para debilitar su candidatura.
Después la Dictadura. El tiempo sin democracia. Luego, la coincidencia de los mismos pactando en el Club Naval con el sólo objetivo de impedir que Wilson fuera Presidente. Entregaron cuestiones delicadas. Dejaron intacto el poder militar. Se olvidaron de los derechos humanos. Se olvidaron de los delitos económicos que había que investigar. Unos porque esa era su estrategia razonada. Los otros porque no podían soportar la idea de que Wilson liderara el Uruguay de las transformaciones.
Cuando ya era imposible ganarle, Dios lo retiró de la cancha. Se lo llevó. Había dado todo y el mensaje estaba grabado con nítida claridad. Que muchos se hagan los bobos y finjan no entenderlo, eso es harina de otro costal. Tanta era su fuerza que el Partido ganó igual.
El Uruguay no perdió un gobernante ni un gobierno. Perdió un cambio en su matriz. En su esencia. En su matriz productiva y en la social. La aceleración del crecimiento de la producción y del trabajo. En la incorporación tecnológica como hábito. En la matriz cultural. Revolución educativa. En el funcionamiento sano de instituciones sanas. En todo. Más que nada en el modo de vivir del Uruguay. Sus felicidades. Las de su gente. La celebración del progreso y el compromiso con el progreso. El gobierno como un obrero más del proyecto de cada ciudadano que en su sumatoria es el proyecto del Uruguay.
Eso. Un proyecto nacional del Uruguay que fuera el de sus hombres y mujeres, y no el de su Estado. Un Gobierno para agrandar cabezas, instituciones, empresas, oportunidades, felicidades. Nunca un Gobierno para engordar el Estado. El Gobierno al lado de la gente porque el País es la gente y no el Estado.
Wilson hubiera sido medido por sus logros materiales concretos, porque él fue el precursor de las mediciones serias da las diferentes áreas de la vida nacional. Él fue el nombre de la CIDE, y la CIDE fue la que generó la primera matriz de insumo-producto del Uruguay. Pero hubiera generado una transformación mucho más profunda. La mentalidad de progreso permanente. La necesidad de los cambios incrustada a fuego en el pensamiento y la acción de cada compatriota. La admiración por el que progresa en vez de la envidia del pequeño de espíritu que vivimos hoy en día. La colaboración activa del Gobierno con el que genera valor y oportunidades. No el simple dejarlo hacer, sino el estar junto a él. La colaboración en comprensión, adaptación de estructuras, asesoramiento y medios materiales también. Palanca, no tranca.
Marcó el rumbo. Analizó la realidad y diseñó el futuro. Dijo hacia dónde había que ir y dijo cómo. Estableció institucionalidad para la provisión de las demandas del desarrollo. Diseñó medios legales. Dijo de dónde salían los recursos y cómo. Enseñó que no hay progreso sin conocimiento y el conocimiento se desarrolla con incentivos y con medios concretos. Dio fe al Uruguay.
No debemos olvidar su Ministerio de Ganadería. Sus propuestas de cambio. Los referidos estudios de la CIDE. Las siete leyes para el desarrollo productivo, que incluyeron desarrollos sectoriales, organizativos y de medios. El desarrollo forestal, la ley de semillas, suelos y agua para provocar la explosión en la producción cárnica o agrícola, pero también la imprescindible preocupación por el cuidado del recurso suelo, y eso que aún no existían los ambientalistas. La promoción y el uso responsable de los fertilizantes. La necesidad de fuentes de agua para el riego. Del cuidado y mejora de las existentes y la creación de nuevas. Su obsesión por la investigación en Las Brujas o en Tarariras, y la creación del INIA que también es su obra. Bueno decirlo parafraseándolo, en un País en el que muchos hablan de investigación, pero los que de verdad han posibilitado investigación son pocos, y él entre los primeros. La ley para promover el desarrollo cooperativo, la prohibición del anonimato en la titularidad de la tierra, porque la posesión de la tierra entraña una natural responsabilidad mayor. La creación del INAVI para liderar el desarrollo del sector vitivinícola. La idea de la imposición finalista. La inclusión en la Constitución de la República, del Banco Central del Uruguay para devolver y mantener la estabilidad monetaria y de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto para guiar el cambio permanente. La OPP que sin Wilson, ha sido mucho de Presupuesto y nada de Planeamiento. Pero no olvidemos que fue Wilson el que creó la Corporación Nacional para el Desarrollo para canalizar los recursos imprescindibles para el desarrollo de infraestructuras y sectores. La han usado bien y mal. Más bien mal. Pero cuando se la usa bien como en el actual plan de rutas, puentes y vías vaya si se ve que es buena. Es para eso. Para ser socia del progreso nacional. Del progreso productivo y del progreso social. La usaron para ayudar amigos fundidos.
También hubiera evitado. Acérrimo enemigo de las inestabilidades que sufren áreas de la producción nacional. Amigo del que juega la vida a la producción. Igual que Artigas. Protección, generosidad y mucha exigencia. No se nos puede ocurrir que Wilson pudiera convivir tranquilamente con la realidad de la lechería de estos tiempos. Ni con la concentración en Conaprole, ni tampoco con el abuso sindical que impone esas situaciones de costos, rigideces y atentados inllevables. Era otro modo de encarar, hubiera estado por dentro y hubiera ganado el lado popular. No admitía las neutralidades de los Gobiernos. Estaba convencido de la intervención para apalancar crecimiento, para eliminar injusticias, para dar medios, para trancar abusadores.
Lo del lado popular es claro en su vida. Metido hasta el tutano en el canto nacional, en la poesía, vinculado siempre a la gente del teatro, comentarista de cine en Marcha. En el fútbol, Secretario de Nacional, delegado de Uruguay en la Copa Barón de Río Branco en el 50. Entendió claro que no se trataba de analizar e interpretar la vida de los pueblos. Que pueblo se es o no se es, y él desde su niñez en Melo, siempre lo fue.
Popular y oriental. Nadie tan pueblo ni tan conocedor y celoso de lo nacional. Del interés nacional y del desarrollo cultural con cimiento en las viejas raíces de la Patria. En los viejos valores, en la cultura nuestra y no en la importada. No es siendo copia de otros, sino siendo la mejor versión de nosotros. No es copiando lo que no conocemos sino desenvolviendo lo que somos. Odiaba la falta de autenticidad de los permanentes importadores de modelos. Fue a la raíz a ver los problemas, y a la raíz también para encaminar las soluciones. Es siendo nosotros mismos que saldremos adelante. Por eso su celo por lo nuestro, y su permanente vivencia de pueblo.
Era pueblo, y lo sabía el pueblo. Juntó a la gente para seguirlo. Juntó a la gente para escucharlo. La juntó para reconquistar la libertad. Para saber decir basta. Para recibirlo en la más grande manifestación pública que haya conocido esta Patria. Nunca salió tanta gente a la calle como el día de su regreso. Se inundaron las calles y caminos. Nadie se planteó lo que podría pasar. Había que estar y estuvimos. Tenía ese liderazgo para invitar a la lucha, y el mismo para hacer la paz. Trasmitía. Movía la fibra de cada uno y por eso era capaz de sacudir al País.
Tuvo la capacidad de abarcarlo todo. La cuestión de las infraestructuras del transporte vial, las políticas de cabotaje, el desarrollo del Uruguay marítimo todavía pendiente. Nada le fue ajeno. Se animó a proponer políticas de nacionalización bancaria, que seguramente no hubiera concretado porque los tiempos cambiaron. Seguramente tampoco hubiera permitido que los Bancos se volvieran intocables ni libres de abusar de su capacidad de imponer. No dudamos en que lo hubiera resuelto con el mismo respeto por su trabajo como a los demás sectores. Seguramente habría conseguido integrarlos al proyecto de desarrollo nacional, ofreciéndole nuevas oportunidades de aplicación rentable de fondos, y paralelamente cortando la necesidad de intereses o costos de servicios abusivos, sencillamente porque no sería necesario.
La tierra uruguaya seguiría siendo de los orientales. Nunca hubiera permitido que el costo de resolver el endeudamiento interno fuera el de ser extranjeros en nuestra propia Patria, ni el de destrozar el tejido social de la campaña. El Uruguay rural es ajeno, y no se encuentra un paisano ni para jugar un truco de cuatro.
Las Corporaciones no serían las dueñas absolutas de las áreas de la vida nacional. Ni la economía sería sólo de los economistas, ni la salud de los gremios médicos, ni le hubiera dejado entregar toda la seguridad a los mandos policiales, y menos la educación a los gremios, o las finanzas a los bancarios y los banqueros, por mencionar algunos. Servidores sí, dueños no. Sectores al servicio del País y no de sí mismos. Wilson se hubiera dado cuenta a tiempo. No hubiera permitido que estas apropiaciones hubieran sucedido.
La inserción internacional del Uruguay hubiera sido una buena síntesis de su manera. Celosa defensa del interés nacional, y simultáneamente acuerdos múltiples para mejorar la incorporación de los países de la región al concierto internacional. Hubiera fomentado el Mercosur porque se sentía profundamente americanista. El Uruguay terminaba liderando por ser el más comprometido con la idea, y el del planteo más inteligente.
Nadie se podría imaginar a Wilson conviviendo pacíficamente con la administración de justicia en el Uruguay de hoy. Fiscales y jueces ni pasarían por su cabeza la idea de la politización de sus actos. Ni se les ocurriría. No me quiero imaginar la reacción de ese Presidente ante el abuso del tipo que fuera. Fue Fiscal de la Nación como Senador. Enfrentó el abuso en la Dictadura. Defendió la pureza en los tiempos democráticos. No me quiero imaginar cómo hubiera enfrentado a los narcos por el daño que hacen, y más por creerse dueños de lo que no son.
Habló de descentralización. Le metió el diente a la cuestión. Denunció el centralismo y sus consecuencias. Mostró la concentración en números. Demostró las ineficiencias que provoca. Sus costos y sus demoras. Sus rigideces. Quiso enseñar que descentralizar no es repartir, si bien quedarse con todo sería peor. Descentralizar es dejar que el otro decida. Que decida el que tiene que resolver el problema que es problema en su medio. Que la gente sea protagonista de su destino. Al revés, cada día se concentran más las decisiones y se uniformiza más de gris al País. Se cobra al grito y paga la gente. Con Wilson el Interior sería otro y el barrio montevideano también. Amaba la felicidad y no el poder. Le gustaba que la gente fuera parte de la cosa. Que se contagiaran un mismo espíritu de comunidad los unos a los otros. Para eso hay que involucrar, y se involucra respetando la libertad de decidir lo propio. Tratando a la gente como mayor de edad y no como gurí.
El Uruguay de Wilson hubiera aprendido a ser feliz. Capaz de celebrar los logros compartidos. De disfrutar del esfuerzo. De mirar con alegría el ascenso del otro. Hubiera aprendido que la felicidad no viene de la mano de impuestas igualdades castrantes, sino de las libertades conquistadas. Que la igualdad se mide a través del ingreso, pero no es sólo material aunque eso sea importante. Que no es de envidias la cosa, sino de logros compartidos. Hubiera nacido otro tiempo para este Uruguay. Dios quiera un día llegue ese sueño.
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