Por Maryhen Jiménez Morales*
Latinoamérica21
La expectativa de victoria opositora en las elecciones del 28 de julio de 2024 era elevada. Encuestas reconocidas proyectaban un triunfo amplio para Edmundo González Urrutia, candidato de la Plataforma Unitaria, y apoyado por María Corina Machado, ganadora de las primarias opositoras en octubre de 2023. Anticipar una brecha considerable entre la oposición y el gobierno no lucía irrazonable, ya que el profundo descontento con la gestión del gobierno y la ausencia de libertades se habían manifestado en las encuestas durante los últimos años.
La expectativa y sensación colectiva de poder triunfar en las elecciones se construyeron a lo largo de los últimos meses durante una campaña atípica, marcada por el contexto autoritario. Un amplio sector de la sociedad venezolana logró apropiarse del proceso electoral, sobreponiéndose a múltiples obstáculos, para expresar su descontento y voluntad de cambio. Sin embargo, en la madrugada del 29 de julio, el Consejo Nacional Electoral, compuesto por una mayoría leal al partido de gobierno, anunció la victoria de Nicolás Maduro. ¿Fue útil participar, pese a los anticipados riesgos de fraude? ¿Qué lecciones deja el proceso electoral hasta ahora?
Desde hace más de dos décadas, el campo anti-chavista ha estado fragmentado en sus preferencias estratégicas en la búsqueda por el poder. Mientras algunos sectores han priorizado mecanismos institucionales, otros han promovido rutas de presión interna o externa para llegar al palacio de Miraflores. No obstante, para este proceso electoral, la oposición venezolana convergió en la estrategia para enfrentarse al candidato del partido de gobierno.
En la madrugada del 29 de julio, el ente electoral anunció la victoria de Nicolás Maduro, quien fue proclamado presidente horas después. El anuncio, contrario a la sensación de victoria colectiva, produjo primero un silencio abrumador y luego indignación colectiva a lo largo del país. En varios pueblos y ciudades irrumpieron pequeñas protestas y cacerolazos en sectores populares demandando el respeto a la voluntad expresada en las urnas. El voto ha sido el catalizador para expresar y encauzar la esperanza de cambio en Venezuela. Veamos.
Uno de los impactos más significativos de la decisión a participar en la elección ha sido la activación, en muchos casos espontánea y al margen de lo partidista, de la sociedad venezolana. Después del fracaso del “gobierno interino” (2019-2022) y de los resultados limitados en las elecciones regionales de 2021 por la fragmentación del voto opositor, el proceso de la primaria opositora revitalizó el espíritu colectivo. Movilizar en torno a un propósito compartido, como lo es una elección presidencial, dio perspectiva de cambio a amplios sectores sociales.
De igual forma cabe resaltar que las primarias opositoras y las elecciones estimularon al partido de gobierno a reenganchar a sus bases desencantadas, igualmente afectadas por la crisis. Entre nuevas ofertas, promesas incumplidas y tácticas de intimidación, las élites del chavismo han intentado cerrar filas entre sus cuadros y bases, desconociendo el deseo de cambio, incluso entre sus simpatizantes.
La decisión de participar en el proceso electoral presidencial, después del boicot electoral en 2018 y varios años de “gobierno interino”, mediante una candidatura atractiva electa en primarias, pero inhabilitada, y otra consensuada, permitió a diversos sectores de la población entusiasmarse con la posibilidad de cambio y verse a sí mismos como agentes de ese proceso. Desde octubre 2023, pese a todos los obstáculos y costos existentes, una parte de la sociedad se activó de manera autónoma y espontánea, mientras que una serie de organizaciones ya existentes profundizaron su trabajo en red y movilizaron en torno a Machado. La decisión de participar y votar energizó el compromiso y activismo ciudadano, creando una sensación de empoderamiento de la sociedad frente al poder.
Las movilizaciones de la sociedad en torno a la candidatura de González Urrutia, junto a Machado y los partidos de la Plataforma Unitaria, permitieron visibilizar antes y durante las elecciones el hartazgo con la situación socioeconómica y política del país. La necesidad e ilusión de cambiar autoritarismo por democracia, el control del Estado por libertades, el respeto de los derechos humanos por el abuso y la arbitrariedad, y la posibilidad de reencontrarse con familiares fue contagiando a otros sectores de la población que se sentían apáticos y escépticos. Asimismo, la ruta electoral facilitó la adhesión de grupos previamente desconfiados de algunos integrantes de la oposición tradicional por su inclinación hacia la abstención y/o sanciones económicas. Varios “chavistas descontentos” e intelectuales de izquierda sumaron sus apoyos a González Urrutia para este ciclo electoral. La movilización en torno al voto ha tenido, por tanto, un efecto “bola de nieve”.
Además de energizar a la población, las primarias y la movilización en torno a la elección dieron un impulso a los partidos, afectados por la represión, a reorganizarse y resistir con el fin de canalizar el descontento existente. El encuentro de élites opositoras, antes divididas en torno a la estrategia, en la vía electoral, ha facilitado, por ahora, su coordinación en torno a una candidatura única. El retorno a la arena electoral ha permitido a las élites escuchar y reconectar con las necesidades de las grandes mayorías. Ha facilitado que la dirigencia escuche y amplifique las preocupaciones y aspiraciones de la sociedad. Sentir y constatar de primera mano las condiciones de vida de las grandes mayorías empobrecidas a lo largo del territorio parece haber re-sensibilizado a la dirigencia opositora, forzándola a ser más receptiva a las demandas sociales.
Este reencuentro en la búsqueda pacífica e institucional por un cambio político parece haber restaurado, por ahora, la credibilidad del campo opositor frente a la sociedad y actores internacionales, después de un largo periodo de fracasos y estancamiento. Este punto es crucial pues, en contraste con estrategias de “máxima presión” o el boicot, la ruta electoral permite a actores internacionales y gobiernos, independientemente de su ideología, apoyar de manera concreta a la población venezolana en su deseo de cambio.
En conclusión, la participación ciudadana en el proceso electoral deja lecciones importantes. Se ha ratificado la determinación de la población en su búsqueda pacífica por el cambio. De hecho, ha sido la sociedad venezolana la que ha abrazado el voto como mecanismo para aglutinar el descontento generalizado. Junto a la dirigencia opositora han logrado exponer con mayor fuerza ante actores internacionales la disposición del gobierno a mantenerse en el poder. El hecho de que el resultado anunciado el 29 de julio no sea creíble y que sectores de la sociedad estén actualmente protestando por su verificación es una consecuencia directa de la participación en la elección.
El capital y músculo (re)construido en torno al proceso electoral es valioso y relevante. Cuidarlo y no desviarlo será el gran reto para la oposición venezolana en los tiempos venideros.
* Maryhen Jiménez Morales es doctora en Ciencia Política por la Universidad de Oxford. Investigadora de post-doctorado en la Oxford School of Global and Area Studies. Estudia procesos de democratización en perspectiva comparada y autoritarismo en América Latina.
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