"Me contradigo, ¿y qué?. Soy inmenso y contengo multitudes". Mi jefe (y profesor de infinitas cosas), Claudio Invernizzi, repetía en los 90's esta cita del poeta estadounidense Walt Whitman, cuando usaba chicanas para retacear la razón, con plena conciencia y hasta diversión de su capricho a veces. Lo cuento porque a continuación voy con una contradicción ontológica para mí ser:
Me dedico a tener ideas. Vivo de eso desde hace 30 años, aunque cada vez interesan menos las ideas a nadie. La idea está devaluada, nadie cree necesitar una. Todos olvidan que los líderes que cambiaron el mundo lo hicieron con ideas. Sin embargo, yo que apuesto por la creatividad me pliego al plagio frente a algunos dilemas básicos. Creo que es mejor copiar que inventar. (Contradicción uno). Copiemos a los que nos parecen exitosos. No inventemos. No innovemos. (A menos que tengamos una idea realmente brillante) (Más contradicción).
Prohibir el cigarrillo en espacios públicos, por ejemplo, me pareció una innovación brillante. Especialmente porque yo era un militante anti tabaquismo, pero también porque no había ninguna buena idea que copiar en el mundo en esto. Yo había tenido la suerte de poder hacer el primer cartel/afiche/visual antitabaquismo del Uruguay (1993): Un astronauta en el medio de la solitud del espacio, con una leyenda que decía "Si aún fumas busca un espacio donde no molestes". Y aunque había prendido en los no fumadores compulsivos, que hartos del second hand smoke lo colgaron en algún rincón de su esperanza, siempre supimos que ese afiche del astronauta en el vacío iba a quedar en el vacío y no iba a cambiarnos la vida terrestre. Tabaré decidió innovar en un mundo donde parecía muy difícil pulsearle a millones de adictos al pucho y pucha que fue mucho más efectivo que mi afiche.
Aún así, en general prefiero que la mayoría de las cosas las decidamos sin innovar. Copy paste. Es fácil. Basta con preguntarse: ¿En este asunto, cómo se dividen los países del mundo? ¿Y en qué lista de los mismos me gusta que esté el mío? Yo prefiero países como en los que no me importaría vivir si tuviera que ganarme la vida como un desgraciado más, es decir como cualquiera de sus nacionales. Por ejemplo: cuando impusimos el alcohol 0,0 para manejar, no pasamos a integrar una lista de países muy copados. En Europa por ejemplo nos quedábamos como Hungría, República Checa, Estonia y Eslovaquia. Ni un Austria. Ni una Andorra por lo menos. ¿Luxemburgo?, ¿Bélgica? No. Bélgica menos que menos. Mucho país árabe (Emiratos, Qatar, Omán, Kuwait...) y mucho país islámico lógicamente, más allá de los árabes (Pakistán, Bangladesh...)
¿Yo qué sé? Yo me hubiera quedado como Alemania, USA, UK (aunque vienen muy desnorteados los del norte hace unos años), Italia, España... Al final, cuando los uruguayos elegimos irnos a otro lado a hacer gárgaras apuntamos a estos países, ¿no? Será que nos gustan, en conjunto, las decisiones que toman, o al menos el resultado que les dan. Así que más copy paste por favor señores gobernantes, copiemos de los países a los que botamos orientales cuando quieren un futuro mejor en algún sentido.
Es por esto que pregunto, ¿cómo se nos ocurrió ser tan innovadores para pintar los semáforos de Montevideo? No lo digo porque lo hicieran de a tres personas a la vez, que ya es innovador, sino por el color. Si uno se fija en los semáforos de ciudades de esos lugares a los que nos gusta ir, notará que todos son iguales: sobrios, discretos. Se mueven en la gama de los colores gris grafito, negro, verde inglés oscuro. Pasan desapercibidos. No te meten el dedo en ojo con un verde cotorriento.