Existe en la actualidad una crítica generalizada sobre el nivel político e intelectual del debate y la polémica en el Uruguay. El proceso ha sido claramente descendente.
Analizar, o tratar de aportar algunas ideas a ese proceso tiene que ver con la propia política, sus modelos y referencias, pero más en general sobre el nivel de desarrollo o de decadencia del país.
Uruguay durante varias décadas, signadas básicamente por la llamada “generación del 45”, pero que se puede ampliar a decenas de políticos de todos los partidos en buena parte del siglo XX, tuvo un nivel de elaboración y de polémica diferente, de otro nivel en relación a la actualidad y esa fue una expresión fundamental, básica de su nivel político, cultural e intelectual en comparación a la región.
Puede parecer insólito, pero la base de ese debate se inicia sobre el batllismo y sobre todo sobre el neobatllismo de los años 50, en el plano político. Y, en buena medida, la izquierda da un salto en su comprensión de la realidad nacional precisamente en la crítica al neobatllismo y de su relación con el resto de América Latina, y para ello tiene una fuerte influencia blanca y utiliza herramientas intelectuales que vienen de la experiencia histórica de los blancos, además de un salto crítico de sus propias bases ideológicas. La izquierda hace de la crítica al neobatllismo como base del inicio de la decadencia de los años 1950 una de sus referencias principales, tanto desde el semanario “Brecha”, como en los profundos cambios en el Partido Comunista en el XVI Congreso, aún con sus propias diferencias. Incluso el surgimiento de la guerrilla, tiene esa doble impronta del latinoamericanismo de la revolución cubana y las consignas blancas.
Es allí que hay que buscar los pilares conceptuales del nacimiento del Frente Amplio, 15 años después. Naturalmente que el latinoamericanismo de un Uruguay que durante muchas décadas se había distanciado y diferenciado de sus vecinos, coincide con la revolución cubana de 1959 y su inicial impronta nacionalista y antimperialista.
Lo paradójico es que ese proceso polémico inicial para la unidad de la izquierda de crítica al neobatllismo, la izquierda unida y luego de la dictadura crece fundamentalmente y de forma constante de sectores socio-políticos-culturales batllistas, incluso en la reivindicación de las ideas y la trayectoria histórica de José Batlle y Ordoñez, desde el triunfo de la Intendencia de Montevideo, hasta la conquista del gobierno nacional en el 2005.
La fortaleza de la izquierda en la capital y luego en la zona metropolitana y una notoria diferencia con la mayoría del interior del país, es una clara expresión de ese origen electoral, político e incluso ideal de su fuerza y de su unidad, aunque importantes figuras blancas se hayan incorporado a sus filas en esos años.
A esa polémica intelectual, política, programática y cultural que caracterizó las décadas del 50 y el 60 y que tuvo una etapa importante en el nacimiento del Frente Amplio el 1971 y una ruptura muy dura a partir del golpe de estado de 1973 no siempre se le brinda la importancia que tuvo en la historia nacional, por su temática, sus referentes en los diferentes campos y su nivel de elaboración intelectual.
En estos tiempos de candonga política permanente, donde los escándalos se suceden a diario y donde la política ha renunciado a una parte fundamental de sus responsabilidades, depositándolas en la Justicia, abordar estos temas, aún en semana de carnaval, puede parecer un recreo. En realidad, solo si somos capaces en un gran esfuerzo de ir recreando ese nivel del debate, el Uruguay podrá alcanzar niveles de avance y desarrollo adecuados a sus condiciones económicas y a sus retrasos sociales y culturales actuales.
En cualquiera de los temas definitorios para nuestras vidas y de las generaciones actuales, se requiere ese cambio, ese esfuerzo y esas metas que ahora parecen tan lejanas. Y eso no se resuelve poniendo caras de ángeles caídos del cielo que reclaman no abrir una brecha. A veces lo que realmente se necesita es exponer en toda su profundidad la brecha que existe en las visiones sobre la política económica, institucional, la moral cívica y ciudadana, la educación y la cultura, las relaciones sociales y entre los poderes, las trabas para el desarrollo y ahora sobre los nuevos temas, como nuestra producción y la relación con la naturaleza y la salud en tiempos de pandemias pasadas, presentes y previsibles.
Es posible que el reduccionismo obligado de las redes sociales, haya contribuido a la simplificación. Es imposible pensar que las ideas de los integrantes, tanto políticos como intelectuales de la generación del 45 se pudieran expresar en Twitter en Facebook o en Tik Tok, pero es una excusa. Siguen habiendo medios con amplios espacios, en diarios, publicaciones, Internet, en la radio e incluso quedan reductos hasta en la televisión. Y ni que hablar de libros.
Lo que es pobre es el discurso, el relato, la cantidad de ideas que se producen y las palabras que se utilizan para expresarlas y encadenar razonamientos complejos, que pueden y deben corresponder a las verdaderas diferencias, a las brechas que realmente existen, o mejor dicho, deberían existir. Y la relación entre la academia, los intelectuales y la política.
Incluso los escándalos más sonados de los últimos años corresponden a procesos políticos e intelectuales, en todas las filas. No son accidentes y el que quiera explicarlos solo como desvíos circunstanciales y/o casuales, le está mintiendo a la gente y lo peor, se está mintiendo a sí mismo.
Cuando la moral pública (sin mencionar casos específicos) es aplastada y burlada tiene siempre una base ideológica, una visión del poder deformada y peligrosa. No es solo, ni principalmente un resorte de la justicia, sino en primer lugar de la política.
La mayor decadencia cultural del país, de su sociedad es que en determinadas áreas sociales y geográficas la degradación moral, el uso y abuso del poder, el enriquecimiento ilícito, es aceptado e incluso votado y reelegido con conocimiento de causa. Hay dos ejemplos abrumadores, Maldonado y Artigas.
Hablar de estas cosas es profundizar la brecha, efectivamente, es lo que hay que hacer, combatir con valentía, como lo hacen algunos políticos y periodistas y no callarse la boca cómodamente. Ensanchar la brecha entre la inmoralidad y la decencia.
Le rendiremos culto al nivel del debate intelectual y político de la generación del 45, no solo estudiándolos, emulando con la profundidad de sus razonamientos, no escudándonos en pobres argumentos de época o tecnológicos para estar bien lejos y al reparo, sino fundamentalmente si rescatamos su complejidad, el nivel de cultura necesario para elaborar cada uno sus ideas y su valentía y audacia para exponer sus opiniones y defenderlas, por orgullo intelectual y como aporte a la cultura de nuestra sociedad. Sin ellos no seríamos Uruguay.