El nuevo Gobierno encabezado por Biniamin Netanyahu asumió en el Parlamento de Israel (Kneset) este jueves 29 de diciembre, y el líder del partido Likud se convirtió por sexta vez en Primer Ministro de su país. La singularidad de su composición es que el propio Netanyahu es considerado el elemento más liberal de la coalición que encabeza, la de línea más conservadora en la historia política de Israel.
Como es sabido, esta nueva etapa ha sido precedida por fortísimas advertencias y duras críticas contra el Gobierno, aún antes de que entre en funciones y alcance a hacer algo. Claro está que Netanyahu y su gente dirán que el problema es que sus adversarios “no saben perder”. Pero el origen de la preocupación deriva tanto de proclamaciones pasadas —algunas no tan lejanas— de algunos miembros de la nueva coalición en temas polémicos, como de los acuerdos que Netanyahu firmó con los distintos partidos que son ahora sus socios.
Netanyahu ha dicho repetidamente: “Yo estoy con las dos manos al volante”, así como también: “Yo decido la política”. Pero no está solo en el Gobierno, y lo que preocupa a muchos es la coalición que formó, con socios que le presentaron exigencias enormes, que no pudo o no quiso frenar.
Son varios los grandes temas de las últimas discusiones. Uno de ellos gira en torno a buscadas reformas en el sistema judicial, que se teme no apunten a corregir fallas sino a limitar el Gobierno de Derecho y, en la práctica, destruir a la Suprema Corte como factor que puede frenar excesos del Poder Ejecutivo.
Otro tema es el de los derechos de la comunidad LGBT+, sobre la que algunos nuevos ministros se han pronunciado en el pasado de modo muy hostil. Y claro que siempre está de fondo la pregunta de posibles estallidos en la arena palestina, más que nada por la inclusión en el gabinete de dos ministros muy polémicos, de posiciones nacionalistas que sus críticos ven como explosivas.
Y, por cierto, está el tema de los ultraortodoxos, que constituyen aproximadamente el 13% de la población, pero participan mucho menos que el resto tanto en la fuerza laboral como en el servicio militar obligatorio, por lo que hay una clara sensación de desigualdad en la forma en que se lleva la carga nacional. Al volver los partidos ultraortodoxos al Gobierno y recibir así grandes presupuestos, esta problemática se agudiza, agregándosele la preocupación de gran parte de la población acerca de la posibilidad de que traten de imponer situaciones que la mayoría no religiosa no comparte.
Quisiera aclarar que yo me cuento entre los preocupados.
Al mismo tiempo, dado que siempre trato de no perder las proporciones, prefiero esperar y ver cómo actúa este Gobierno al comenzar a trabajar.
Hay puntos objetivos que no hace falta que pase el tiempo para entender que son señales de gran irresponsabilidad, como la gran cantidad de ministros, la decisión de que en algunos de los ministerios habrá rotación en uno o dos años (el ejemplo más alocado es la Cancillería, que el primer año tendrá a Eli Cohen al frente, luego dos años a Israel Katz y luego volverá Cohn), lo que complica seriamente el trabajo, y, también, la división de determinados sectores de ministerios importantes como Defensa y Educación para que otros ministros estén a cargo de ellos, lo que crea un problema de autoridad y manejo concreto de los poderes en el terreno.
Pero más allá de ello, cabe esperar que no se cumplan los escenarios oscuros contra los que se advierte hoy.
Por un lado, está el jefe del partido El Sionismo Religioso, Betzalel Smotrich, el nuevo ministro de Finanzas, que será también ministro de Defensa para el tema de la Administración Civil —uno de los ejemplos de los que hablábamos arriba—, quien ansía que Israel proclame su legislación también en Judea y Samaria, convirtiendo así parte de los territorios en disputa con los palestinos en parte del Israel soberano. Por otro, por más que hable de Judea y Samaria, el hecho es que Netanyahu, que está iniciando ahora su dieciseisavo año en el poder (12 de ellos consecutivos), nunca dio ese paso. Lo anunció, lo mencionó, lo defendió en mil oportunidades, pero nunca lo hizo.
En tanto, mientras en el Parlamento (Kneset) tenía lugar la sesión de cambio de gobierno, afuera se llevaba a cabo una gran manifestación más que nada en defensa de los derechos de la comunidad LGBT+. Antecedentes: el ya mencionado Smotrich dijo una vez que es un “orgulloso homófobo” y que otro de los nuevos ministros dijo que la realización de una marcha gay en Jerusalem es indigna —por dar sólo unos ejemplos—. Esa protesta, por las dudas, es más que comprensible.
Pero, por otro lado, el hecho es que adentro del recinto, en la Kneset, fue electo por primera vez en la historia de Israel un homosexual —Amir Ohana, del partido Likud, de Netanyahu—como presidente del Parlamento. “En esta coalición, nadie tomará medidas que perjudiquen a mis hijos ni a ningún niño de ninguna otra familia”, declaró Ohana en referencia a los niños que trajo al mundo mediante una madre portadora, junto a su pareja, Alon Haddad, que también es hombre. Es cierto que los diputados de los partidos ultraortodoxos, opuestos a las “nuevas familias”, desviaron la mirada mientras él juraba, pero luego varios de ellos lo saludaron. Y, quizá, lo más importante es que Netanyahu mismo, que días atrás ya aclaró que en su Gobierno “no habrá discriminación contra ninguna minoría”, felicitó, desde el podio de oradores, al nuevo presidente del parlamento y al mencionar a Amir Ohana agregó “...y su pareja Alon Haddad”, como una forma de avalar públicamente el tema.
Claro que Netanyahu no decidió promover la elección de Amir Ohana para el cargo de presidente de la Kneset por ser gay, pero está claro que quien ocupa ese puesto es uno de los grandes símbolos del Estado. Y Netanyahu lo sabe.
El tiempo dirá si todas las advertencias eran exageradas o la asunción del nuevo Gobierno es el fin del Israel liberal. La oposición tendrá que estar alerta, superar sus propias divisiones internas y estar pronta para combatir democráticamente lo que considere peligroso para el país.
Personalmente, espero que la nueva oposición, que hasta este jueves de mañana era Gobierno, sepa luchar para defender lo necesario, y por otro lado —a diferencia de lo que hizo Netanyahu como jefe de la oposición— sepa acompañar al Gobierno cuando trate de hacer cosas buenas para el país. Veremos.