En Uruguay todos los ciudadanos se sienten con la autoridad y el conocimiento de decir cómo debe formar y jugar la selección nacional de fútbol. También cómo se debe gobernar el país. Es algo que no sucede en otros países.
Ya sea por nuestro espíritu liberal o por el ADN republicano que nos caracteriza y diferencia del resto del mundo, cualquiera siente en el fondo, que si se lo propone puede llegar a colocarse la banda presidencial.
La impronta de los últimos tres presidentes de la República parecen así demostrarlo: un médico de La Teja, egresado de la Universidad de la República, un chacarero, exguerrillero y un abogado de la Universidad Católica que tiene como deporte favorito el surf.
Es una característica de los orientales, tal vez por aquello de que “naides es más que naides”, frase que se le atribuye al general José Artigas.
Basta recorrer las profesiones y oficios de los parlamentarios o los perfiles de los jefes comunales y los alcaldes para comprobar que cualquiera en Uruguay se acerca a la política, lo que a priori está muy bien.
Precisamente por eso de que cualquiera en Uruguay se siente con derecho a armarle el equipo al seleccionador nacional Diego Alonso o decir lo que los gobernantes tienen que hacer es que me permito estas reflexiones político-futboleras.
Tanto el fútbol como la política son parte cotidiana de la conversación diaria. Un diálogo permanente no exento de calenturas por lo que se hace o deja de hacer. Cuando la crisis sanitaria generada por el coronavirus, que el país sorteó con éxito por la política de la libertad responsable comienza a ser parte de la historia, nos encontramos iniciando el segundo tiempo del período iniciado en marzo de 2020.
Una de las características que ha demostrado el presidente a lo largo de su carrera política, que empezó hace más de dos décadas como diputado de Canelones, fue su capacidad de diálogo con los adversarios. Los de su partido y los de afuera.
Una vez finalizada la crisis sanitaria era razonable pensar que con las manos libres -y habiendo ratificado la Ley de Urgente Consideración- el gobierno se iba a soltar del palenque para luego de corcovear, empezar a galopar. No todo es lineal y gobernar no es tan simple: allí están los proyectos de la reforma de la seguridad social y de la educación en plena discusión, buscando abrirse paso acechadas por resistencias conservadoras y algunos planteos legítimos, que determinan transacciones.
Más allá del juego democrático razonable donde el gobierno gobierna y la oposición controla y cuestiona, el país parece empezar a caminar rumbo al peligroso peñasco de las pasiones de los extremos que solo avizora diálogo de sordos y polarización exacerbada.
La discusión política sobre estas dos reformas necesarias para el país no debería convertirse en un griterío donde nadie escucha a nadie: es el único camino que no le sirve ni al gobierno ni a la oposición ni a la gente.
Es en este aspecto donde el presidente, aunque no le guste, debe respirar hondo y volver a ser mano, una vez más. Al final la política más allá de los discursos y el griterío se conforma de hechos concretos, donde la construcción del respeto y la confianza se genera con actitudes y gestos, conversaciones lejos de las cámaras de televisión y con los celulares apagados donde se escucha y se es escuchado.
Hoy nos encontramos con reformas estructurales en discusión y la necesidad de abordar temas urgentes; inserción internacional del país, seguridad pública, cárceles, combate al contrabando, al narcotráfico, la inflación y políticas de vivienda.
El almanaque avanza hacia 2024. Queda cada vez menos tiempo y no hay espacio para cansancios o inercias. Cualquier ciudadano se da cuenta de que a esta altura del período el gobierno tiene que tener el doble de paciencia, y el triple de firmeza para continuar haciendo lo que está bien, mejorar lo que está mal y hacer lo que nunca se hizo, como se dijo durante la campaña electoral.
En el fútbol a veces la entrada de algún jugador desde el banco, el cambio en la figura táctica o incluso la rotación de posiciones pueden rectificar el funcionamiento del equipo para mejorar el curso del partido, destrabar el juego destructivo del contrario y conquistar la victoria.
Como persona que mama la política desde la cuna, es razonable que el presidente tenga cartas en la manga para destrabar este momento complejo de la gestión y que las muestre apelando a su astucia en este complejo arte de gobernar un país.
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