Un discurso de unidad nacional fue el centro del compromiso histórico del nuevo presidente de los uruguayos.

Acierto estratégico de la coyuntura sembrado con matices tácticos, trabajando el espinoso camino del próximo lustro que el Frente Amplio y su programa deberá transitar, conducido por un presidente dialoguista, que aún tiene la esperanza de poder negociar con una oposición que no sea cerril y bloqueadora de las grandes soluciones nacionales que necesita nuestro castigado pueblo.

Me decidí a escribir estas líneas, después de un prolongado silencio, intentando superar la ceguera que me aqueja, quizás transitoria, ayudado por la tecnología a la que le dicté estos comentarios, porque hay algo que me preocupa.

No me preocupa el discurso de nuestro presidente, que lo entiendo y lo comparto, me preocupa cómo serán interpretadas sus palabras y vocación de servicio en la legión de seguidores que buscaron en noviembre terminar con los cinco peores años de gobierno desde la caída de la dictadura.

Y es bueno decirlo nuevamente. No somos lo mismo que los que se fueron. Son dos proyectos distintos. Diría que antagónicos. No son proyectos complementarios.

El programa del Frente Amplio propone un profundo proyecto reformista, de cuño social demócrata de centro izquierda, encastrado en el desarrollo económico con redistribución, puesto el acento en las políticas sociales y en los más postergados. El proyecto derrotado en noviembre fue un proyecto neo liberal de centro derecha que postergó las políticas sociales a cambio de la nada, sin siquiera exhibir crecimiento económico, ni reducción del déficit fiscal, generando uno de los mayores endeudamientos del este siglo.

Por otro lado, no son pocos los cantos de guerra de la oposición cuyos tambores convocan a interpelaciones permanentes, abroquelados en la ausencia de mayoría izquierdista en la Cámara de Diputados.

No la tendrá fácil la izquierda uruguaya para resolver los grandes problemas de la nación, cuyos dos ejes centrales lo componen la dura vida de más de 600 mil uruguayos y uruguayas que viven con menos de 25 mil pesos mensuales, escondiendo entre sus pliegues la infame pobreza infantil, una de las más graves de América Latina. Y el otro vector es la inseguridad, que ha arrojado a nuestro país en uno de los principales lugares del mundo en homicidios por habitante.

Esos dos grandes temas a resolver, protegiendo al mismo tiempo los indicadores económicos, parecen una tarea digna de Hércules, superior a barrer los establos de Augías.

Sobre todo, teniendo en cuenta la situación en que recibe el Frente Amplio y el presidente de todos los uruguayos, con un endeudamiento sin precedentes que llevó al Fondo Monetario Internacional a decir que hasta aquí llegamos.

¿De dónde saldrán los recursos para cumplir lo prometido?

Si obviamente no se grava la riqueza y la opulencia, con mayores impuestos, solo queda apelar al crecimiento económico, convocando a una cruzada redentora del estancamiento dejado por la “Coalición Republicana”, con centro en las millares de pymes castigadas por el neo liberalismo, y en sectores de la burguesía nacional que aun creen en el desarrollo con redistribución.

Ante estas dificultades y la ausencia por primera vez de mayorías parlamentarias, creo indispensable apelar al partido que ganó las elecciones, el Frente Amplio del Uruguay hoy robustecido por una conducción potente, intensa, coherente con las ideas igualitarias que le dieron nacimiento hace 54 años.

La robusta conducción de Fernando Pereira ha fortalecido el músculo de la militancia y en este período el partido del pueblo tiene que jugar un rol vigoroso en el apoyo al Poder Ejecutivo y a sus bancadas parlamentarias. Se impone ante las circunstancias un trípode esencial: Presidencia, las dos bancadas de izquierda y el Frente Amplio, pulmón del cumplimiento del programa prometido. Sin la influencia raigal de uno de los partidos de izquierda más importantes del mundo, la tarea será aún más difícil.

La movilización permanente, los cuadros frentistas difundiendo las acciones del gobierno en todos los rincones del país, la crítica fraterna para evitar desvíos tácticos del objetivo prometido, son indispensables en este navegar en un mar erizado de dificultades y cantos de sirenas.

Y finalmente una sugerencia, de un enamorado de las formidables mañaneras del gran mexicano, Andrés Manuel López Obrador, quien durante los 2.190 días de gestión convocó todas las mañanas a una conferencia de prensa informando a su pueblo lo que hizo e iba a hacer, día por día. Ejemplo de transparencia digno de un gobernante ejemplar, que lo llevó a ganar por abrumadora mayoría a su partido Morena, contra todos los monopolios informáticos y económicos.

Un equipo con poder de comunicación, y sus alforjas plenas de información cotidiana, tendría que difundir los 1825 días de gobierno lo que se está haciendo, las dificultades encontradas y las soluciones propuestas. Parece una quimera. Andrés Manuel lo hizo. Orsi y su equipo pueden hacerlo. Y si lo piden habrá muchos brazos, muchas voces, muchos cerebros, dispuestos a ayudar en esa tarea.

Estos cinco años son los más importantes en la vida del Frente Amplio. Son los cinco años que faltan para culminar la primera etapa de una tarea inconclusa llevada a cabo durante los 15 años consecutivos donde la izquierda diseñó el modelo de un nuevo Uruguay, que no llegó a completarse.

Porque volvemos a insistir, no prometimos cambiar de collar, prometimos dejar de ser perro.

No nos olvidemos que ese es el puerto en el que debemos desembarcar. Ese y no otro.