Lejos del “¡Tenemos equipo, y estamos preparados para gobernar!”, del tiempo electoral, esta mitad de período de gobierno transcurrido deja en evidencia que no era real, ¡ni lo uno, ni lo otro! Frustradas las expectativas de nombres sorprendentes integrando el gabinete, estamos aun aguardando algún destacado que, por su performance, impacte positivamente en la opinión pública; tal vez, acaso, el Dr. Salinas. Porque de intrascendente o negativa gestión, ¡sobran los actores!
Desde los que renunciaron a las primeras de cambio, hasta los que fueron renunciados a pesar de sus elogiosas credenciales. Los que no dan la talla, pero son salvados por razones meramente partidarias; y a partir de ahora, aquellos que aguardan al 2024 para exhibir algún logro, en perspectiva de Carnaval Electoral.
Definitivamente, la coalición multicolor ¡no tenía equipo y no estaba preparada para gobernar! Porque es obvio, además, que carecía -y carece- de un programa estructurado de gobierno, para un proyecto alternativo de país. Que lo suyo es un mero popurrí de eslóganes individuales; expresión de un “acuerdo cargártico” -al decir de una connotada dirigente nacionalista, hoy en retiro- con una finalidad común: desalojar al Frente Amplio del gobierno.
Por eso -a pesar de contar con “mayoría parlamentaria que permite gobernar con fluidez” (como destaca el “Compromiso por el País”), con el blindaje que la consternación y el inmovilismo social por la pandemia le aportó, y con herramientas legislativas que le permitieron votar una sobreutilizada Ley de Urgencia en plazos acelerados, y los presupuestos para su gestión, no ha logrado siquiera comenzar a implementar las reformas prioritarias promocionadas.
La de la Educación, donde incluso cometió el agravio de recurrir a documentos plagiados del sistema argentino, a falta de elaboración propia. La de la Seguridad Social, que no logra acordar internamente en un proyecto oficial. La de Vivienda, donde las autoridades -como lo demuestra el incidente de las carteras hipotecarias de la ANV- no terminan de ponerse al tanto de la realidad del sector. Apenas si en Economía, la implementación de una Regla Fiscal, ha permitido al gobierno ¡celebrar ahorros!, en un marco de crisis social agudizado, con baja del poder adquisitivo, inflación bordeando los dos dígitos, mayor desempleo, y aumento de la deuda pública. ¡Nada para destacar! ¡Nada para festejar!
Tampoco ha logrado cumplir con sus estandartes discursivos de campaña: “Sin bajar los combustibles y la electricidad, ¡no hay tu tía! Esto es un mandato, Azucena”, decía el hoy Presidente; “¿Cuándo se transforma una persona durmiendo debajo de cartones y nailon en parte del paisaje? Cuando terminamos de aceptarlo como normal”, reflexionaba; “Lacalla Pou aseguró que defenderá el salario real de los trabajadores y que no sabía si “tatuarse” que mantendrá los Consejos de Salarios” (¿?) Y ni hablar de las políticas “para que ningún compatriota se vaya a dormir con el estómago vacío”, en lugar de “ollas populares”; o del ¡Shock en Seguridad!: “vamos a enviar un mensaje a la delincuencia de que ¡se terminó el recreo!”, prometía.
Pero hay algo muy grave del gobierno, que nos preocupa sobremanera. Y es ¡cómo la impronta presidencialista -y herrerista- del primer mandatario, ha permeado a la interna de la coalición multicolor! Al punto de llevarla a confundir gobernar con mandar; ejercicio de la autoridad, con soberbia. Ejemplos individuales sobran: el ofuscamiento del Secretario de la Presidencia, con una periodista de TV Ciudad; una legisladora oficialista, que dijo haberse “encargado” de un periodista, por diferencias políticas; la calificación de “violatoria de la laicidad” a la propuesta de denominar a un liceo como“Washington Benavides”, entre otras. Abundando todas en una grieta ideológica del “ellos y nosotros“ en que se pretende dividir la sociedad.
Lo peligroso de este talante gubernamental es ¡cuánto contribuye a la erosión institucional del país! Interna y externamente. En especial, cuando la propia jerarquía lo lleva a su máxima expresión, avalándolo y practicándolo personalmente, en instancias de negociación herméticas, a hurtadillas del soberano y hasta de sus socios de la coalición de gobierno. Circunstancias muchas de ellas justificadas bajo el manto de la “confidencialidad”, donde apellidos y personas suelen aparecer en ambos lados del mostrador, y la amistad y la responsabilidad tienden a perder sus puntos de referencia.
Tales, los casos de la cesión del puerto de Montevideo a Katoen Natie por 60 años; del compromiso por las vacunas con Pfizer, que se mantiene en reserva; de la modificación de las normas de comercialización del tabaco, que Lacalle Pou confesó se hizo a pedido de un industrial del sector. A los que se agregan el escandalo de la entrega express del pasaporte oficial a un reconocido narcotraficante, y la red de corrupción montada por el responsable de la seguridad presidencial, que evadieron todos los controles establecidos. Eventos que van construyendo un proceso de judicialización de la política, que lesiona la confiabilidad ética del sistema.
En política, nada es neutro. Por acción u omisión, todo concurre a una consecuencia. En especial, cuando tratamos con aquellos aspectos profundos, inmateriales, que transitan, las más de las veces, en ancas de los instrumentos de la acción política: las ideas.
Toda esta postura mencionada, que se conjuga en una lógica de mallas oro y rezagados, de libertad responsable y nuevas normalidades, de ¡liberalismo solidario! y perillas mágicas -a que el gobierno apela- trasunta la vieja ideología mercadista y anti Estado, que hace del salario y el trabajo las herramientas de ajuste de su proceso económico; y del ejercicio sindical y la crítica opositora, los “palos en la rueda” responsables de sus fracasos. Sin duda, ¡una vieja conocida de todos nosotros!