Demasiado jugoso, o demasiado salado, o quizás poco tierno... Por esos u otros motivos hay que pensar que el asado aquél con el que Lacalle Pou agasajó a Alberto Fernández en Anchorena, no le gustó al argentino. Ahora se ve que las cosas entre ellos dos no quedaron bien. De otro modo no se explica el exabrupto con el que el anfitrión de la reunión cumbre del Mercosur se salió del protocolo para cerrar ásperamente el acto virtual de conmemoración de los 30 años del bloque.
Es cierto que el discurso de Lacalle Pou, claro y frontal, no fue un modelo de prudencia diplomática, pero tampoco se lo puede calificar de ofensivo para nadie. El presidente uruguayo dijo lo que aquí pensamos todos, y es que el Mercosur debe ser una herramienta para mejor negociar con el mundo y no un obstáculo para hacerlo (o en lenguaje figurado, un lastre); no daba para enojarse, ni -mucho menos- para contestar con una grosería.
Las fricciones internacionales encrespan los ánimos populares, especialmente cuando son protagonizadas por presidentes. Quizás a Alberto Fernández, inmerso en un proceso político y electoral muy complejo y en el que no parece que le esté yendo demasiado bien, le sirva exhibir prepotencia frente al presidente uruguayo. Pero a Uruguay no le conviene entrar en ese juego y actuar en consecuencia. No tenemos nada para ganar ahí; en cambio, podríamos perjudicar nuestra imagen de país serio, gobernado por gente seria. Como a veces, adentro de la cancha, les dicen los futbolistas experimentados a los más jóvenes cuando se pica el partido: "tranquilos nosotros".
La cuestión importante no es esta triste anécdota, sino nuestra inserción internacional. Es un hecho que el Mercosur no funciona como quisiéramos que funcionara, que hace años que Uruguay reclama cambios y que esos cambios no llegan. A veces el que no quiere es uno de los socios, otro día el que no quiere es otro socio, pero lo cierto es que el bloque sigue pretendiendo ser una unión aduanera que en los hechos no existe, que seguimos sometidos a un arancel externo común inconveniente y que la resolución 32/00 sigue invocándose para impedirles a los socios las negociaciones por separado con terceros países, pese a que el bloque mismo no logra llegar a acuerdos prácticamente con nadie.
Ante esta situación se entiende que algunos se impacienten y digan: "vámonos ya del Mercosur". Los que tal cosa proponen quizás imaginen que, rotas las cadenas mercosureñas, podríamos tejer rápidamente una red de acuerdos comerciales que nos compensarían con creces por el deterioro que seguramente se produciría en los intercambios con los vecinos, y en particular con Brasil.
Pero esa expectativa no parece realista.
Es obvio que nuestros socios de hoy no verían con buenos ojos que rompiésemos el bloque, no por lo que signifique para ellos el minúsculo mercado uruguayo sino por el daño reputacional que al Mercosur le causaría la ruptura.
Desde el punto de vista de los terceros países no se ve qué ventaja habría para ellos en firmar acuerdos con Uruguay; no sólo por la insignificancia de nuestro mercado ("un barrio de San Pablo", como tantas veces se ha dicho), sino porque al hacerlo fastidiarían a nuestros grandes vecinos; en ese escenario no sería razonable esperar que radicando inversiones en Uruguay se pudiera exportar a Argentina o Brasil.
Si a pesar de todos los pesares, alguna economía importante se aviniera a celebrar acuerdos con nosotros, ¿cuál sería nuestra capacidad negociadora frente a ella? Tendríamos que aceptar los términos que tuviese a bien ofrecernos, lo cual tampoco luce muy atractivo que digamos.
¿Qué hacer, entonces, además de insistir con nuestros planteos de flexibilización y de esperar que Brasil se convenza de la necesidad de la apertura económica y ejerza con decisión el liderazgo que hoy no ejerce para llevar al Mercosur por ese camino?
En el año 2003 celebramos un tratado de libre comercio con México, en el marco de la normativa ALADI. No fue el Mercosur el que lo hizo, fue Uruguay, pese a que entonces ya existía la Decisión 32/00. Pasó mucho tiempo y las circunstancias cambiaron, pero quizás por allí pueda haber un camino para buscar nuevos acuerdos comerciales que atiendan nuestras necesidades. Sin irnos del Mercosur, sino al contrario: aplicando estrictamente su orden normativo, según el cual la Decisión 32/00 no tiene efecto jurídicamente vinculante por no haber sido internada por todos los miembros del bloque en sus respectivos ordenamientos jurídicos nacionales.
Es posible que a algunos de nuestros socios no les caiga bien que nos cortemos solos, aunque al hacerlo no violemos norma alguna del imperfecto ordenamiento mercosureño; pero no es probable que nos saquen la tarjeta roja por eso, porque en tal caso el daño reputacional lo estarían causando ellos.
Hay quienes dicen que esto sería jugar al borde del reglamento, y quizás tengan razón.
Pero estos son los riesgos que, en la situación en la que nos encontramos y con las perspectivas que tenemos, parece razonable tomar.
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