La primera columna que escribí en este espacio, el pasado 9 de enero, la dediqué a un tema sustancial para la democracia, la presencia de la mentira en la política.
Allí sostenía que “decir la verdad en el espacio público, se torna lo más revolucionario y también lo que más escasea”. Y remataba con la invitación a hacer una cruzada en contra de la mentira en el espacio público.
En menos de un mes, se han dado dos episodios similares en tiendas distintas.
El primero, lo protagonizó el exsenador Daniel Olesker, cuando se investigó, según entiendo, por parte de Juan Ramón Rodríguez Pupo (si no fue él pido las disculpas del caso), que toda la vida ha sido presentado como “economista”, pero nunca concluyó ese estudio de grado. Habiendo llegado, además, a ostentar un Grado 5 como docente en la Universidad de la República.
El segundo, tuvo en el centro de la atención al ministro —hasta ese entonces— Adrián Peña, quien durante años sostuvo la mentira —reconocimiento realizado por él en conferencia de prensa— de hacerse pasar por Licenciado en Administración, carrera que, al igual que Olesker, no terminó aún.
Estos dos casos estivales, se agregan a una larga lista de políticos que mintieron en cuanto a su formación académica. Estos hechos no son nuevos, lamentablemente.
No son buenos estos momentos para la política a nivel global. A la ausencia de liderazgos claros, se le agrega una persistente desconfianza de parte del electorado. En nuestro país, ciertos estudios de opinión pública presentados hace pocos días, muestran que también aquí viene creciendo el rechazo hacia la política.
La suma de los hechos que venimos de comentar, con los dos últimos muy frescos, colaboran a ese ambiente de hostilidad hacia la actividad política.
Los partidos, garantes del funcionamiento democrático, tenemos un principio fundamental a preservar, que es, nada más y nada menos, que actuar rápidamente cuando este tipo de situaciones se dan en nuestras filas.
Es por ello que redacté unas líneas al principio de esta semana, para que el Comité Ejecutivo Nacional (CEN) de mi partido considerara sobre la situación de Peña.
Se trató de una reflexión personal, discutida con miembros de mi agrupación.
Al mismo tiempo que hice ese envió al CEN, se lo envíe al propio involucrado, con quien guardo una correcta relación, para que se enterara por mí, antes que por terceros.
Estoy convencido que cuando estas cosas pasan en nuestras filas no podemos dudar. Si hemos alzado nuestros cuestionamientos cuando ha ocurrido en el Frente Amplio, no podemos hacernos los distraídos y defender esa mentira, cuando se da en nuestra colectividad.
Rechazamos el doble discurso y la doble moral, y debemos actuar en consecuencia.
Nuestra obligación es desterrar la mentira de la política.
Por esa razón sostuve —y sostengo— que Peña no solamente debía renunciar al Ministerio, cosa que hizo horas después, sino también a su banca. Si no se tienen los méritos morales para ser ministro, tampoco para ser senador.
¿Se trata de destierros y ostracismos políticos? De ninguna manera. Se empieza a divisar el horizonte electoral, tiene entonces la oportunidad, dentro de poco, de revalidar el título más honorable que un ciudadano tiene en una República, ser el representante de sus conciudadanos.
Dar un paso al costado ahora y volver con la reválida electoral, convertirá en correcto el gesto de dar un paso al costado.
Todo esto tiene que servirnos, además, para tomar precauciones. Es por ello que propuse que nuestro Partido debe exigirnos a los dirigentes que tenemos cargos, sean electos o designados, que presentemos ante el CEN copia de los títulos que decimos tener, en nuestros curriculums y en nuestras comparecencias públicas. Es más, deberíamos obligar a todos los partidos políticos a hacerlo. Debemos fortalecer esta formidable herramienta de la democracia. Por eso nos pondremos a trabajar rápidamente en una propuesta legislativa en tal sentido.