Tanto cuando hablamos, como cuando escuchamos de problemas de inseguridad, una y otra vez, nos quejamos de circunstancias que nos vienen acechando ya hace bastante tiempo. No voy a ser yo alguien que diga que los problemas de inseguridad no se vienen arrastrando desde hace mucho tiempo porque sería tomarle el pelo a las víctimas de homicidios, de robos, de violaciones, de feminicidios, de tanta inseguridad que nos rodea. No, el sistema político, y la sociedad toda, debe estar a la altura de las circunstancias y no caer en dilemas de falsa oposición sobre quién hizo más o menos para resolver los temas de inseguridad. La cuestión es resolverlos.
Pero para avanzar sobre los problemas de seguridad es necesario pensar afuera de la caja, hacer distinto. Especialmente, cuando los gobiernos anteriores han dejado una plataforma e infraestructura mucho más fortalecida para la policía que la que tenían hace quince años atrás. Hace unos días leíamos en prensa a la representante del Sindicato de la Policía SIPFOM señalar que “con el apoyo moral no basta y hay que trasladarlo a un apoyo económico”. No podemos estar más de acuerdo. Los problemas de inseguridad no se resuelven con una gira por Punta Carretas, ni por conferencias de prensa armadas para hacer anuncios no específicos. Los problemas de inseguridad se arreglan con medidas concretas, que hay que evaluar y, en lo que es necesario, medir su eficacia.
Durante los tres gobiernos pasados el sueldo de los policías aumentó 600%. En el 2005, cuando asumimos el primer gobierno frenteamplista, un policía ganaba menos de 5.000 pesos. Hoy, el policía ejecutivo gana por encima de 30.000 pesos. Ese es el sueldo más bajo de ingreso a la carrera y, si el funcionario trabaja en el Programa de Alta Dedicación Operativa, cobra alrededor de 40.000 pesos. Y con ello se dotó, como nunca en la historia de este país, de un presupuesto para el Ministerio del Interior único que le permitió renovar prácticamente toda la flota policial, integrar cámaras de videovigilancia para reprimir de mejor manera el delito.
Pero la realidad ha sido más desafiante. Y, a pesar de los recursos mejorados durante tantos años a la policía, lo cierto es que hoy están perdiendo salario real y que están viendo que no basta solo con apoyos simbólicos para la televisión, sino que hay que dar un paso más allá.
¡Y qué lejos estamos de eso! Solo en el primer trimestre de este año se incrementaron un 33% los homicidios con respecto al año anterior. Todos los meses aumentan los homicidios y comenzamos a ver a diario en los medios noticias que narran la aparición de cuerpos desmembrados, quemados, flotando en la playa. Y resulta que todo es culpa del narcotráfico, como si este problema fuese una dimensión alejada de la tarea del propio Ministerio del Interior. Por si no le ha quedado claro a las autoridades de la seguridad, fíjense que somos muchos los ciudadanos que no nos acostumbramos a encontrar cuerpos desmembrados por la ciudad, a que ejecuten a una pareja frente a sus hijos, o a que ser mujer represente un riesgo de vida para tantas uruguayas. No, no nos acostumbraremos.
Por eso es importante pensar fuera de la caja. Y una de las necesidades que en Uruguay tenemos que seguir explorando y que ha tenido cierto éxito en algunas ciudades, como Nueva York, tiene cuatro factores que requieren una redistribución de recursos y de la gestión: 1) más policías en la calle, menos en las oficinas, 2) más tecnología, 3) focalizar acciones y concentrar esfuerzos en los puntos de venta de drogas con incentivos para testigos y colaboradores eficaces, 4) ofrecer respuestas de contención local a jóvenes en situaciones de riesgo. Las cuatro situaciones requieren de mayor presupuesto, es cierto, pero también requieren para su implementación exitosa de algo más: conocimiento de primera mano de la realidad local.
Primero, nunca va a ser suficiente la cantidad de policías que tenemos. Pero sí hay un pendiente muy grande, y es que no se ha acelerado el proceso de traslado entre la cantidad de funcionarios policiales en puestos administrativos o de atención de comisarías, con los policías destinados a la prevención territorial del delito en las calles. Aún es necesaria más presencia policial permanente en las zonas de riesgo. Y cuando decimos permanente, es permanente. ¿Quién puede brindar información? Pues ahí es cuando la respuesta tiene que necesariamente integrar a la esfera local: asociaciones de vecinos, gobiernos departamentales, organizaciones empresariales y de trabajadores de los barrios de la zona metropolitana y del interior del país. La seguridad necesita un insumo clave y, eso, es la información. Es necesario integrar el conocimiento local y de las potenciales víctimas de delitos a la forma (lugares, horas del día, frecuencia) en que se distribuye la policía en el terreno.
En segundo lugar, necesitamos más tecnología. ¿Por qué no integrar el WhatsApp u otras aplicaciones para la denuncia de delitos, para compartir ubicación, transmisiones en vivo? Hoy el uso del big data respecto a comportamiento humano nos puede dar una buena mano a la hora de focalizar recursos ante amenazas de eventuales delitos o posibilitar una mejor búsqueda de criminales.
En tercer lugar, es necesario que se focalicen acciones en torno a los puntos de venta del narcotráfico en nuestras ciudades. No es tan difícil. Si la policía escucha a los vecinos, son estos mismos quienes les van a indicar dónde están instaladas las bandas de narcotráfico. Es necesario operacionalizar de alguna manera la información que pueden brindar los vecinos, o también generar incentivos para que existan mayores cantidades de colaboradores eficaces con la policía.
En cuarto lugar, cuando hablamos de focalización de recursos hacia jóvenes en contexto crítico, es porque allí es donde tenemos la oportunidad de cortar el circulo vicioso de la delincuencia: falta de oportunidades de formación y en el mercado. Si sabemos dónde está la falta de oportunidades, pues allí es donde tenemos que colocarlas, y de manera integral y masiva.
Los problemas de seguridad son complejos, pero requieren, tal como lo mostró por ejemplo la resolución del Caso Lola Cholamnez, mucho de inteligencia, de paciencia y de perseverancia bajo un plan estratégico. La clave es tener ese plan, pensar fuera de la caja con soluciones innovadoras e integrar a los territorios, concretamente a los vecinos en la búsqueda de las soluciones.
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