Recuerdo la anterior pandemia, la llamada gripe porcina, gripe A H1N1 o, en este caso, una mutación de un tipo de influenzavirus que se trasmitió de los cerdos a los humanos. Esa pandemia afectó entre 700 y 1.400 millones de personas con una estimación de 575.000 fallecidos. Esa pandemia, declarada como tal por la OMS en junio de 2009, unos 5 meses después de que el virus ya circulara en la población, no provocó que se cerraran ciudades o países enteros, ni mucho menos que se detuviera la economía.

En la pandemia de 2009 Uruguay fue reconocido internacionalmente por la gestión realizada y sus resultados. Pero si cavamos más profundo en la historia, cuando la epidemia de la mal llamada gripe española se desarrolló en una situación mundial catastrófica al final de la primera guerra, con menos conocimientos y recursos de medicina que los actuales, mató a un estimado de 40 millones. Pues en ese entonces Uruguay también desarrolló estrategias para prepararse y responder a esa coyuntura sanitaria, social y política con resultados ejemplares, como está expuesto en la investigación histórica de Víctor Serrón.

Al día 14 de junio, de acuerdo a las cifras oficiales reportadas por cada país, en todo el mundo hay un total de 7,98 millones de casos positivos provocado por coronavirus 19, 4,1 millones recuperados y unos 4,4 millones cursando la enfermedad de forma leve. Se registran 0,4 millones fallecidos por o con Sars-Cov-2. Estas cifras se dan en una población total de 7.800 millones de habitantes. El porcentaje de muertes sobre la población total es de 0,005 %, una relación extremadamente baja.

Ahora comparemos los números vinculados a esta pandemia con el total de las muertes por enfermedades contagiosas más las de la influenza, sin contar enfermedades de transmisión sexual; en lo que va del año son 6,1 millones. Pero no tenemos cuarentena por enfermedades transmisibles, solo por coronavirus. Por HIV hay 42 millones de infectados, con 0,8 millones de muertos desde el primer día de este año, pero no tenemos cuarentena sexual.

Desde finales de marzo, intrigado por lo que ocurría que provocó la declaración de pandemia y las cataratas de noticias vinculadas, reuní información intentando buscar respuestas a las preguntas que me surgían. Básicamente, todo el foco de atención en lo que se divulgaba estuvo en lo ocurría en Italia. ¿Pero era en toda Italia? No, era solo en una región del norte. Entonces investigué lo que ocurría en otras zonas de ese país; el resultado fue que no pasaba nada o casi nada.

Casi en simultáneo, comenzaron a aparecer en las noticias lo que ocurría en España, en particular Barcelona y Madrid. En esos lugares específicos de Italia y de España había saturación hasta el colapso del sistema sanitario, muertes a miles, médicos y enfermeros estresados, hasta suicidios, imágenes de pasillos de hospitales repletos de pacientes incluso mostrando camillas con pacientes fallecidos. Las redes sociales explotaron con esas imágenes. Lo que quedaba era investigar lo que ocurría en el pasado. Para mi gran sorpresa encontré que sucedió lo mismo en los años anteriores en los mismos lugares, especialmente durante la temporada europea de influenza de 2017-2018, en los que se narraban la misma situación. Lo único que faltaba en esos artículos era la palabra coronavirus 19 (ver otros enlaces).

El factor común en esos sitios es que, si bien normalmente se satura el sistema sanitario en la influenza estacional, con la sicosis generada por los anuncios de las consecuencias del efecto del coronavirus hubo una sobredemanda de asistencia sanitaria de pacientes que experimentaban los primeros supuestos síntomas relacionados a la enfermedad Sars-Cov-2. El resultado era inevitable, concentrando una enorme cantidad de personas justamente en el mayor lugar de infección. No solo expuestas a la infección del coronavirus sino a cualquier otra enfermedad hospitalaria. Obviamente, se aceleró el proceso por el cual los individuos con comorbilidades, vulnerables en general, quedaron expuestos a un aumento de probabilidad de muerte.
Con el tiempo se han revisado las cifras en Italia llegando a la conclusión de que el número de muertes con causalidad por coronavirus era el 12 % del total registrado.

En Europa se lleva el registro de las muertes por influenza estacional, pandemias y otras amenazas a la salud pública. La información se actualiza semanalmente, aportada por 24 países. En la semana 21 de este año se registró un exceso sobre el promedio anual de unas 168.000 muertes. Lo que no se puede determinar es cuanto de ese exceso se puede atribuir a las medidas adoptadas para disminuir los efectos pronosticados por la pandemia de coronavirus.

El foco de atención derivó luego al desarrollo de la pandemia en Estados Unidos, en particular con el conteo diario de muertes en Nueva York por pacientes supuestamente afectados por coronavirus. De nuevo, Estados Unidos es un caso claro en el cual las estrategias adoptadas no tienen una relación directa con el resultado para evitar muertes o reducir el contagio. En los estados en los que se adoptaron medidas blandas sin imponer la cuarentena, el resultado es que tuvieron un menor número de muertes. En Nueva York fue lo contrario, cuarentena obligatoria pero además con medidas adoptadas que resultaron claramente equivocadas. En esa ciudad se montó un hospital especializado en el Javits Center y además se contó con un barco hospital, el USNS Comfort. Lo más atroz que encontré fue una decisión letal de obligar a los hogares de ancianos con pacientes extremadamente vulnerables a admitir pacientes COVID en recuperación, probablemente aún contagiosos, a pesar de que el Centro Javits y el USNS Comfort tenían unas 2.000 camas disponibles. Lo más ridículo que hallé en Estados Unidos fue la declaración de quiebra de hospitales por estar vacíos de pacientes.

En Uruguay el gobierno desde el inicio, el 13 de marzo, optó por una estrategia apelando a la responsabilidad individual y social cuando se declaró la emergencia sanitaria en el país por decreto 93/020. Se cerraron centros de educación, lugares en los cuales podía darse aglomeraciones. Al final, por un tiempo, casi todo se detuvo. Cerraron empresas, comercios, se suspendieron tratamientos, se cancelaron unas 12.000 intervenciones quirúrgicas programadas estimando ahora que al reiniciar las operaciones tienen que hacerlo con un 20 % de más durante 18 meses para estar al día; se detuvo el funcionamiento de instituciones nacionales y departamentales como intendencias y ministerios con las puertas cerradas sin atención al público, se limitó el transporte público. Algunos pocos en las instituciones siguieron trabajando modificando la rutina al atender las recomendaciones del gobierno. En el sistema de salud también, por supuesto, con un vacío grande de pacientes y de camas que no se usaron. Como mencioné en el artículo anterior el máximo número de personas con resultados positivos a pruebas de portar el virus ocurrió el 29 de marzo. Eso sucedió 16 días después de la declaración de emergencia sanitaria. Se llegó a una meseta en la curva hasta el día 4 de abril. Desde entonces la tendencia de casos positivos es claramente negativa, con algunas variaciones sin modificación significativa.


En las primeras 2 semanas se adoptaron medidas preventivas y proactivas. Pero luego se optó por estimular el reinicio de la actividad en la construcción lo que además provocó el aumento de movimiento por derrames de demandas. Eso fue el lunes 13 de abril. Las personas viajaron aglomeradas en los escasos medios de transporte colectivo que circulaban. Era de esperar que si algo iba a ocurrir por dispersión del virus y aumento de casos se observara en la semana 17 y 18. Nada pasó. Ni tampoco ocurrió en las semanas siguientes cuando cada vez hubo más circulación de personas. La evidencia indicó que la propagación del virus en Uruguay es extremadamente baja. El gobierno entonces decidió disminuir las restricciones promoviendo el reinicio de otras actividades pero siguiendo ciertos protocolos que se fueron emitiendo. Cada gremio, institución o lo que fuera intentó imponer protocolos de distanciamiento social, de comportamiento individual y de uso de la máscara facial. Semanas después que quedara demostrado que las personas podían desplazarse a sus trabajos sin que ocurriera ningún efecto se les ocurrió que tenían que usar de forma obligatoria las mascarillas. Incluso las de diseño casero utilizando viejas telas de algodón. Son inútiles, o peor, menos que inútiles pues generan un efecto contrario.

Se argumenta que es para evitar la dispersión de micropartículas potencialmente transportadoras del virus. Sin embargo, una máscara que realmente pueda tener ese efecto, aunque reducido, debe estar ajustada al rostro. El diseño de las máscaras que se ha masificado su uso deja un considerable espacio entre el puente de la nariz y las mejillas, forzando a que el flujo de la respiración siga ese trayecto, humedeciendo no solo la parte interior de la tela sino también la parte superior del rostro, generando un ambiente óptimo para desarrollar un spa de patógenos. La inutilidad de uso de máscaras comunes de tela ya se conocía incluso desde la epidemia de 1918.

De acuerdo a estudios realizados se concluyó que quien usa máscaras de tela como protección tiene 13 veces más de probabilidad de contraer enfermedades respiratorias tipo influenza que quien usa máscaras médicas. Es más, estudios recientes encontraron que las máscaras médicas de más alta capacidad de filtrado, FFR N95, ofrecían una mayor protección contra la enfermedad respiratoria clínica y las infecciones bacterianas confirmadas por laboratorio, pero no infecciones virales o enfermedad similar a la gripe.

"Si las máscaras hubieran sido la solución en Asia, ¿no deberían haber detenido la pandemia antes de que se extendiera a otros lugares?"

Otra de las medidas infaltable en todo protocolo que se precie como tal es el tomar la temperatura a las personas con termómetros digitales, a menudo inapropiados y falibles, pues parece que todos culpables de portar el coronavirus a menos que demostremos nuestra inocencia. ¿Qué ocurre si le registran una temperatura mayor a 37 °C? Lo envían a ver un médico, pierde un día de trabajo por lo menos, y resulta que no era nada, pero se genera la alarma para él y quienes estuvieron en contacto.

Al 14 de junio en Uruguay hay 40 personas cursando la enfermedad, con tendencia negativa desde el día 29 de marzo con el máximo de 303 casos positivos. Es muy baja la circulación del virus, sin embargo nos imponen estos protocolos, que no debemos confiarnos, previendo que puede venir una segunda ola. ¿Vendrá una segunda ola cuando ni siquiera existió la primera?

Se supone que el virus ya estaba circulando en nuestro país casi unos dos meses antes que se empezaran a aplicar las medidas. ¿No habremos aplicado un remedio peor que la enfermedad?

Por cierto, "(...) el mismo Neil Ferguson en 2005 predijo que 150 millones de personas morirían de gripe aviar. Las muertes totales, en los últimos 15 años, resultaron 455. Este es el mismo Neil Ferguson que en 2009 predijo que 65.000 personas podrían morir en el Reino Unido de gripe porcina. El número final terminó siendo 392. Ahora, en 2020, predijo que 500.000 británicos morirían de coronavirus." Las muertes británicas ahora registradas son 41.700 con 295.800 casos totales de contagio con casos nuevos en tendencia negativa desde el máximo registrado el 10 de abril.

Luis Anastasía
14 de junio de 2020