Juliana Montani*
Latinoamérica21

Recalculando, la palabra desesperante con la cual en medio del estrés del tránsito nos ataca el navegador. Así nos han dejado las PASO (primarias abiertas para la elección de presidente) a los analistas, ciudadanos y, sobre todo, a los líderes políticos argentinos.

Después del shock viene la integración de la nueva situación y la incorporación de nuevas ideas a nuestro horizonte de opciones. Hay miedo: a lo nuevo, a la incertidumbre, a la ingobernabilidad, a lo antidemocrático. Se nos plantean tres incógnitas: ¿Hasta dónde llega el fenómeno Milei? ¿Se reconfigura nuestro sistema de partidos y alianzas? ¿Qué oportunidades no podemos pasar por alto?

Milei ha demostrado ser un cabal representante del borgiano “No nos une el amor, sino el espanto”. Logró aglutinar el descontento con la política tradicional, afortunadamente a través de la expresión democrática por excelencia, el voto, más allá de su discurso furioso y de algunas promesas impracticables. Retórica o propuesta que convencieron a muchos.

La primera gran pregunta es si tiene posibilidades de ser elegido presidente, y si, de ser electo, su gobierno sería viable. Todavía el fenómeno Milei se trata solo de una opción. Faltan bastantes cálculos y reacomodamientos de fuerzas y de discursos para ver si será ganador. La gran duda es si su partido, La Libertad Avanza, es una colecta de antis, de demoledores del statu quo, o si conforma una nueva sustancia que pueda catalizarse en gobierno viable.

Si Milei no accede a la presidencia es en parte porque no se le tiene la confianza necesaria, porque no puede establecer mayorías parlamentarias, porque le falta gestión y apoyos. Más allá del descontento, se necesita cierto convencimiento de que pueda desempeñar un gobierno democrático, con legitimidad simbólica y apoyo suficiente para poder articular políticas públicas. Para ganar elecciones puede ser suficiente la belicosidad discursiva, pero esta no alcanza para gobernar. Muchos se preguntan cómo Milei gestionaría el conflicto, cómo negociaría con grupos de presión y, sobre todo —gran medida argentina—, si podría llegar a fin de mandato de (en tiempos políticos largos) cuatro años.

Los partidos, alianzas y candidatos están recalculando sus discursos y estrategias en base a los resultados de las PASO, y teniendo en cuenta la posible doble vuelta de las elecciones presidenciales de diciembre. Si no hay candidato que obtenga el 45% de los votos afirmativos en la primera vuelta, ni más del 40% con una diferencia de diez puntos porcentuales con el segundo candidato más votado, se realizará un balotaje entre los dos más votados. Es posible que el voto anti casta política, voto protesta, voto anarcocapitalista no sea tan fuerte a la hora de la elección de presidente, donde la ciencia política prevé que el electorado se corre hacia el centro. Después de todo, podemos expresar nuestra furia en las PASO, pero al elegir presidente, el electorado se modera. Como dice la famosa frase en inglés, “ten cuidado con lo que deseas, que se puede hacer realidad”.

La segunda cuestión es la nueva distribución del voto y de los candidatos.

La Argentina durante generaciones ha mermado su capital social, político y económico para crear riqueza, seguridad, educación y salud de calidad. Un país condenado a la dualidad amigo-enemigo que hasta ahora no logró repuntar. La dinámica de la competencia política argentina está caracterizada por lo que se conoce como “la grieta”: los votantes quedan presos de su pertenencia al espacio peronismo o antiperonismo.

Existe un porcentaje anclado a cada lado de la pecera, el famoso “núcleo duro”. Las grandes y a veces enormes diferencias dentro del peronismo y del antiperonismo no provocaban una fuga de los votantes de un lado hacia el otro.

El fenómeno Milei muestra que, más que una lealtad profunda a los propios, la grieta estaba dominada por la no pertenencia al otro modo. En otras palabras, hemos sido prisioneros de la grieta como constitutiva de nuestra identidad política por oposición. Hasta ahora, los decepcionados con la política veían como opciones o bien apoyar a regañadientes a los candidatos de su lado, o bien quedarse en su casa a la hora de ir a votar. Estas PASO han mostrado, efectivamente, un aumento del ausentismo, pero también una nueva alternativa. El gran cambio consiste en que Milei propuso una “salida elegante” para los desencantados.

La dignidad de la pobreza, la reivindicación de la marginalidad en una sociedad empobrecida y vulnerable, es el nicho del discurso ya ocupado por el peronismo. Del otro lado, el antiperonismo sigue ofreciendo un cambio al que no ha demostrado llegar ni con gradualismo, ni estando juntos. Milei se instaló como una propuesta de redención y disrupción, y los desencantados saltaron de sus lugares tradicionales del peronismo y antiperonismo donde estaban anquilosados. Es un llamado a cerrar filas de frustrados.

Y la tercera cuestión es cómo reaccionar ante el mensaje de las urnas.

Es probable entonces que sean Patricia Bullrich o Sergio Massa quienes se cuelguen la banda presidencial. Sin embargo, no olvidemos que la política también transcurre en el tiempo entre campañas, y si esta vez la voz de los desencantados no se logra articular, más adelante puede ser que trabaje para lograr una propuesta votable, con todo lo que le falta: alianzas en las cámaras, propuestas claramente democráticas que no provoquen miedo, construcción política, candidatos con más experiencia y votantes más fieles. O simplemente que termine de catalizar el hartazgo, porque los demás actores relevantes no ocupen el espacio de articuladores de las demandas de renovación de la política.

Que el árbol de la estrategia no nos impida ver el bosque de una nueva realidad. Las urnas hablan y han mostrado la oportunidad para un gran cambio. En una sociedad con 40% de pobres hay necesidades acuciantes, con medidas que hay que congeniar porque pueden necesitar generaciones para tener impacto. El próximo presidente, el congreso y la oposición tendrán mayores oportunidades para generar un gran consenso en puntos fundamentales. La nueva dinámica que se ha bautizado como “de tres tercios” puede liberar el hechizo de espejo de la grieta. El reclamo de cambios tangibles y hasta disruptivos puede ser aprovechado para vivificar instituciones, reformar el Estado, ayudar a dinamizar al sector empresarial, y diversificar las fuentes de riqueza de nuestro país para poder desarticular el clientelismo. Si existe una oportunidad de saltar la grieta, que sea para cambiar el diálogo político, introducir temas de mediano plazo en la agenda, y organizar alianzas transgrieta entre diversos actores de la sociedad civil y política para que la realidad no nos sorprenda recalculando.

* Juliana Montani, es politóloga (UBA). Instituto de seguridad internacional y asuntos estratégicos ISIAE, CARI.