Es una pregunta a veces banal, a veces angustiada y profunda. Me la recordó una frase de Caetano Veloso: “De cerca nadie es normal”.
La mayoría de las veces somos lo que nos permite ser el ritmo endemoniado de nuestras vidas y nuestros semejantes nos ven pasar a cierta distancia y muy pocos nos ven de cerca, muy de cerca.
Eso sucede en todos los órdenes de la vida, incluyendo esa actividad que a veces parece estar suspendida por encima de todo y de todos: la política. Allí es donde es más difícil vernos de cerca.
El sábado pasado estaba mirando Instagram, y como el material que te envían tiene que ver con tus usos, con lo que sus algoritmos detectan de cerca de tus gustos, estuve un rato mirando trozos de viejas películas europeas que me emocionaron, amores y pasiones de gente que es más vieja que yo o ya falleció pero que forman parte inseparable, insuperable de mi vida. Y sus protagonistas se fueron.
Otros mensajes recurrentes son imágenes de Italia, paisajes maravillosos acompañados de música de la península que también llevo en el alma. Como no las pasan completas las veo varias veces o luego las busco en YouTube. Otras imágenes recurrentes son de cocineros y cocineras haciendo de sus rápidas combinaciones y manjares mucho más que una simple comida. Son una historia, una cultura, una relación con esa parte importante de la vida, sobre todo en algunos países. En eso soy internacionalista, aunque la cocina Italia y sobre todo siciliana me deslumbra. Creo que logro saborearla por Internet.
Hay otra serie de imágenes de historia, en particular de batallas y conflictos que consumo en el doble sentido, que son terribles, son una pintura del lado más oscuro de los seres humanos y son parte de mi oficio, de periodista y escritor.
Y, por último, junto a una mezcla de otros mensajes, se destacan los animales en su relación con los seres humanos, los gigantescos leones y tigres con sus entrañables amigos humanos, los perros, los monos, las aves con los bebés y la ternura de su amor.
También el humor tiene su espacio, pero no soy un gran consumidor. Por eso me envían poco material.
Y si, en parte somos lo que miramos, que antes era cine, teatro, los libros, conciertos, ballet, y ahora incorpora un nuevo punto de observación, que te elige, que te selecciona que te mide de cerca y te alimenta.
Se acerca fin de año, pero también día a día el ocaso inevitable, al que le tengo un solo miedo: perder lentamente la capacidad de emocionarme, de amar, en particular a los míos, pero también le temo en hacerme más duro y seco en relación a los demás.
Es un tiempo de guerras feroces, de pandemias, de sequías e inundaciones, de maldad creciente en todo el mundo y de mucha gente sufriendo y sobre todo de inseguridades y de incógnitas. También somos eso o estamos nosotros, bien cerca de todo eso. Y si nos alejamos, si no nos conmovemos y preocupamos, somos todavía más anormales.
El propio concepto de la normalidad, es tan difuso, tan inexacto, tan arbitrario que debemos saber medirlo. Hay comunidades que se creen normales, nosotros mismos nos creemos normales, pero lo somos en nuestro mundo. Hay mucha gente que su normalidad está en su religión, en un libro que marca su normalidad, su moralidad, su bondad y sus niveles aceptados de moralidad y de piedad y los límites que supuestamente no debe superar.
Hay corrientes del pensamiento que en la historia han sido determinantes para ciertas normalidades, la de sus seguidores, mientras sus adversarios, enemigos o directamente enemigos a muerte son parte de esa normalidad. Esas ideas, contradictorias, han sido palancas fundamentales de nuestro progreso y nuestra normalidad a veces o de aventuras horrorosas. Y vaya si las conocemos de cerca.
El arte es una normalidad apasionante, insustituible para sentirse humanos. Se puede escribir una maravillosa historia de esas normalidades, construidas por la sensibilidad de los artistas, de los creadores, de las mujeres y hombres audaces que iluminan nuestras vidas y que sin su aporte seríamos irremediablemente más pobres y más anormales.
La ciencia es contradictoria, pero es fundamental para conocernos. En el bien y en el mal. Supuestamente siempre debería ser para mejorar las condiciones de vida y de salud de los humanos; no es así. Mirada de cerca incorpora la otra cara, la de la guerra, la de la maldad, la del negocio por encima de todo y eso se ve de cerca y de lejos. Pero sin la ciencia y le tecnología, que en muchos casos vemos tan amenazantes, la humanidad no hubiera progresado.
El lunes fuimos con Selva al acto del Obelisco, suena grande, enorme, pero fue 40 años después. No se pareció en el tamaño del original en absoluto, pero hice un esfuerzo y escuché tanto el discurso de Alberto Candeau y el de las juventudes de casi todos los partidos políticos como si fuera aquella fecha. Incluso el himno cantado con potencia y hasta con rabia y me emocioné. No solo por la grandeza de aquel pueblo, su generosidad con todas las fuerzas políticas, no lavarse las manos de tantos atropellos. Pero también porque la inmensa mayoría de los participantes teníamos más de 60 años. Y más también. Y faltaban muchos. Es la vida inexorable.
¿Queremos ser normales? Es también una pregunta obligatoria. Considerando que hay tantas normalidades y que en la mayoría de los casos hay que respetarlas, la normalidad puede ser un concepto confuso, una parte del tránsito de cada uno por este mundo, es descubrir lo bueno, lo mejor de nuestra normalidad y compartirla. Sabiendo que no hay dos normalidades iguales, ni las hubo nunca.
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