En mi vida tuve varios amigos y muchos más de los otros en de todas sus variedades. Pero, ahora que el mundo es un enorme desorden, que no sabemos hacia dónde va ni cómo va, que la política hace lo imposible por expulsarte y una sarta de fanáticos de diversos colores se disputan los cetros de la idiotez y la chabacanería, muy seguido me asaltan ganas de hablar con el Choche. También querría hablar con muchos de mis amigos, algunos que ya no están, como Jaime, Rodney, María, Juanjo, Alberto, Oscar, Enrique, Abel y muchos otros que la edad y la desmemoria me impide recordarlos en esta lista.
El negro Choche fue mi amigo desde el año 1963 hasta que se murió. Se llamaba José Luis Ferreira y para mi tenía un solo enorme defecto, fue totalmente bolsilludo. Era realmente mi amigo, de esos a los que uno recurre cuando tiene el alma en el suelo o en las nubes.
Me imagino sentado en un boliche tomando un café o algo más transparente y, divagando, dejando que las ideas bailen sobre la mesa y entre nosotros y haciendo todas las especulaciones posibles. Militamos juntos en la UJC de secundaria, el nocturno nro 1 y en la CESU, cuando había que estudiar, saber y tener lo necesario para hacer política y defender las ideas, como a la salida del Nocturno 1 en 1963.
El Choche era mi amigo, en particular en las duras, cuando me robaron a mi bóxer, el Dogo y con la ayuda de los compañeros del seccional Este lo encontré en el cantegrill de la barraca 33, en Camino Carrasco, donde hoy está Euskal Erria, lo fuimos a buscar juntos y armados. Y lo trajimos, ahorro los detalles, porque además de robarlo me querían cobrar el rescate. Teníamos 16 años y éramos unos irresponsables, y estábamos orgullosos de serlo.
Y sin embargo cuando había que pararse en las asambleas estudiantiles y hablar de estrategia de evitar que aislaran al movimiento estudiantil y popular y no recurrir a la violencia callejera y a pesar de que éramos los mejores fabricantes de molotov y nos encantaban las relámpagos con objetivos, defendíamos la línea y la política. Y teníamos 16 o 17 o 18 años. Y si alguien nos decía "patrinqueros" le bajábamos los dientes. Literalmente.
Tengo ganas de hablar con el Choche no para rememorar aquellos tiempos donde teníamos y construíamos tantas certezas, tantas verdades y tantas pasiones, sino precisamente porque ahora cambiaron todas las preguntas y casi no tenemos respuestas, apenas las buscamos y nos duele el mundo y el país.
¿Qué nos duele? Nos duele que la izquierda retroceda, paso a paso y nos preocupemos por hacer sesudos análisis supuestamente políticos, como si moviéramos frías piezas de ajedrez y no nos concentremos, no nos amarguemos por la gente que va a quedar por el camino, por los que van a sufrir realmente las consecuencias. No porque nuestros adversarios se lo propongan, pero porque su rumbo siempre ha dejado una estela de doloridos, de postergados que ellos explican por la fatalidad. Como la frase del presidente de la Asociación Rural, que frente a algunos de los más ricos de este país lo dijo con todas las letras: siempre habrá pobres y desiguales. Y a joderse.
Como lo hubiéramos despellejado en nuestra conversación, en nuestras bromas, en nuestras reflexiones.
Me gustaría hacer el balance de estos 14 meses electorales, si, 14 meses desde aquel 30 de junio de las internas hasta el 27 de setiembre de las departamentales. Y de la sobriedad, de mirar a la realidad a la cara y no buscarle explicaciones y malabarismos electoreros, buscáramos juntos las causas, las serias, las profundas, las que dejan marcas en la ruta de la izquierda, nos empantanan y arrojan sombras sobre nuestros entusiasmos y sobre el futuro, que tanto costó construir. Porque Choche siempre fue discutidor y crítico. Lo recuerdo bien, aunque como todos al final "la línea" nos juntaba a todos.
Con el Choche era imposible ser irracional y perder el entusiasmo. Me acuerdo las pocas veces que nos encontramos en el exilio, en Moscú, en La Habana, en Budapest o en Luanda, siempre construíamos juntos los puentes del retorno. Y retornamos. El con su Mónica y su hijo y yo con mi familia. Y vino la crisis y la explosión y seguimos juntos, amigos y buscando en la sociedad y en la política, en medio de la crisis más negra del país, donde la pobre gente estaba mal, cada día peor.
Y nos reuníamos y pensábamos con otros amigos y compañeros y logramos sacar el jopo, al menos eso y seguimos haciendo política y amistad. Seguíamos aferrados al compañerismo. Después que te fuiste ganamos las elecciones y empezamos a cambiar. Mucho. Nos vino un agudo ataque de realismo y de sillonitis.
Me gustaría divagar, borrachos de ideas y de sueños y nada más. Y el Choche con su diálisis a cuestas, cada día peor, pero seguía soñando. Y un día te fuiste arañando las paredes, sufriendo en serio y nos dejaste a todos tus amigos sin posibilidad de apelar, de pedirte que te quedaras con nosotros a buscar, a perder, a preguntarnos cosas casi imposibles. Una de ellas, la muerte de los amigos entrañables.
En estos días hubiéramos conversado, con una nota más de amargura por este mundo triste y en decadencia por la muerte de Quino y nos hubiéramos reído juntos del mejor chiste-dibujo, el más refinado y sutil, el de la empleada doméstica que junto con ordenar una casa después de una festichola, también organiza y ordena el Guernica de Picasso...
Si pudiera preguntarle al Choche me sentiría más tranquilo, menos inseguro, más pegado a la tierra y a la gente. Él tendría siempre esa risa pegajosa que simplemente subrayaba la seriedad de sus razonamientos.
Me gustaría hablar con el Choche para recordar a tantos amigos y compañeros que ya ni siquiera sé dónde están y si están. Y en aquellos tiempos eran nuestra vida, nuestra columna.
Nos acordaríamos de las Olivetti donde picábamos matrices con comunicados de prensa, el Gestetner donde los imprimíamos y los zapatos que gastábamos para distribuirlos a los medios, prolijamente alineados con un eje en la avenida 18 de julio. Hablaríamos de mujeres, aunque amábamos a las nuestras.
Discutiríamos sobre las actas del comité central del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia de 1917 recién traducidas y aparecidas en una edición de Pasado & Presente. Y nos asombraríamos del nivel de las discrepancias y de los debates. Luego volveríamos a las unanimidades de siempre. Con matices...
Hay cosas que son imposibles, no puedo conversar con Choche más que con mi imaginación, pero incluso eso me ayuda, me huele a aventura, a insolencia, a un pasado tan pero tan lejano que parece de otra era. Pero fue también nuestra era.
Y sigo teniendo nostalgias dolorosas, con la cara del negro Choche y muchos otros caminantes.