Los cálculos de prevalencia del Coronavirus en la población tienen lo que se denomina sesgo de selección: los valores están distorsionados por la forma en que se eligen los individuos que se testean. Esto tiene múltiples causas, todas razonables y de recibo, pero producen un efecto muy grave para la definición de políticas de prevención y combate de la epidemia: los datos en que se basan no son confiables.
De los individuos que tienen algún síntoma, automáticamente quedan fuera los que no los reportan. De los que reportan, se descartan los que tienen síntomas leves, y del resto, solo a algunos se les hace un test. En resumen, la información de prevalencia surge de un procedimiento parecido a pescar en una pecera: no nos dice nada de nada sobre lo que sucede en el océano.
Esta distorsión de la información tiene dos consecuencias muy graves. La primera es sobre la tasa de mortalidad. Según las distintas estadísticas oficiales de los distintos países, la mortalidad del virus rondaría el 4%. Pero los distintos trabajos científicos que se están realizando hablan de una estimación razonable de 10 casos desconocidos por cada caso conocido y eso transformaría la tasa de mortalidad del 4% a 0.4%.
En el único censo a una población disponible, el del crucero Diamond Princess, la tasa de mortalidad fue del 1% sobre una población de edad avanzada y con más riesgo que el promedio. Si proyectamos esto en la población de un país y asumimos 10 casos por cada uno conocido, obtendremos una tasa de mortalidad menor al 0.1%.
El segundo problema es la evaluación de la velocidad de propagación. En la medida que hay una sub-declaración significativa de los casos positivos, hay una sobrevaloración del efecto de las medidas, y un natural desbalance en la evaluación de los correspondientes efectos negativos y otros daños colaterales que pudieran tener.
Para resolver este problema, una de las soluciones más efectivas es realizar un muestreo aleatorio. Y gracias a que la UDELAR tiene los profesionales, el equipamiento y el compromiso, hoy tenemos los test imprescindibles para una medición como esta. Por qué no dar un paso más y que coordinen las facultades de Ciencias, de Medicina, de Ciencias Sociales y quien sea necesario, para empezar a muestrear periódicamente (¿una vez por semana?) la evolución de la enfermedad en la población de modo que tanto los ciudadanos como las autoridades cuenten con información en la que confiar razonablemente para la toma de decisiones.
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