Ahora que los periodistas insisten con preguntas básicas, elementales para conocer su opinión sobre situaciones extremadamente delicadas para cualquiera, al presidente de la república, sobre el Uruguay y su seguridad y su institucionalidad democrática y también sobre su conducta personal e institucional, usted responde con insistencia: “Ustedes me conocen”.
Efectivamente conocemos su trayectoria de muchos años en la política, como parlamentario y como candidato. Después lo conocimos durante dos años y medio de presidente de la república, pero ni su peor enemigo, su más feroz adversario, hubiera pensado que usted había hecho las cosas que están saliendo a luz y las que sospechamos que seguirán saliendo.
La inmensa mayoría de los uruguayos nunca sospechamos que el jefe de su custodia personal, designado por usted mismo y avalado por los organismos de seguridad e inteligencia del Estado, sería un delincuente con dos décadas de andanzas de todo tipo y que desde la propia Torre Ejecutiva integraría y dirigiría una banda mafiosa, que falsificaba pasaportes para entregarlos a rusos desparramados por el mundo, organizaba el espionaje a dos senadores de la república para extorsionarlos y que levantaran una denuncia por la ilegal venta de la Terminal de Contenedores a Katoen Natie.
Nadie pensó que usted estaba rodeado de esa banda, que le ofrecían informaciones sobre un ex jefe de policía y usted, en lugar de echarlo a patadas, las aceptaría, que coordinaría el envío de 454 kilos de pescado por valija diplomática desde Dubai… y que usted nos insultaría a todos diciendo que efectivamente era pescado y para su consumo y ahora luego del escándalo lo donaría a las ollas populares. Todos los que han pensado que los uruguayos somos tontos, se llevaron grande sorpresas y duras respuestas. Cuando lo escuché dando esa respuesta sobre el escándalo se me comenzó a caer el mito de su inteligencia.
Lo conocíamos, pero creímos que había aprendido de los errores del pasado, de manejos turbios del poder que el país pagó con una crisis bancaria y financiera terrible y que, como repitió en diversos discursos pre electorales, todos éramos iguales ante la ley. Usted le impuso a la fiscal que para entregarle el teléfono del delincuente de Alejandro Astesiano debían excluirse sus chats. Nadie pide sus diálogos sobre temas familiares, aunque algunos vaya si pueden tener contenidos relacionados con la causa, pero para evitar entreveros, lo que corresponde es que las pruebas contenidas en los chat valgan para todos por igual. Usted es el presidente de todos los uruguayos, no su monarca.
Nunca pensamos que nos insultaría diciendo que no sabía nada de Astesiano, cuando hace décadas que trabaja para usted, para su familia y su partido. Allí me hizo desconocerlo en una virtud que consideraba una fuerza fundamental de su gobierno, su capacidad de comunicar. Que no es lo mismo que mentirnos en la cara.
En una de sus conferencias improvisadas dijo que algunos “se agarran con los dientes a un cable eléctrico”. ¿Por qué no dice claramente a quién se refiere? De otra manera, se me caerá otro rasgo que le reconocía, que no era cobarde.
No siga mandando alcahuetes a responder, desde un senador impresentable, de nivel intelectual por debajo de la media, a decir que por proponer que se cumpla lo que establece la Constitución (artículo 93 y 172) yo soy un golpista y un fascista y que no me permitía seguir opinando. ¿Qué hará? Porque de esos personajes y una colega en el Senado se puede esperar cualquier cosa, como cuando pidieron elecciones anticipadas durante el gobierno de Vázquez. Yo apelé a su sensibilidad - si le queda algo - para que voluntariamente renunciara y nos evitara esta vergüenza nacional, que como nunca antes trasciende fronteras y nos embarra.
O al secretario de la presidencia, Álvaro Delgado, que hasta ahora lo consideraba colateral a este escándalo, pero que por algo lo convocaron a declarar a la fiscalía y además bloquearon por 40 días sus declaraciones… Ahora creo que está metido hasta el cuello. Ese mismo que dijo que se “comieron un garrón”, pues es una confesión indefendible, si se comieron un garrón de este tamaño que pone en peligro a la seguridad del país, no pueden ocupar esos cargos. Elemental.
Además, ante las acusaciones de Delgado de que mi pedido de renuncia a Lacalle es “irresponsable, desestabilizador y peligroso”, le digo que yo haría exactamente el mismo pedido si un presidente de mi fuerza política hubiera cometido el cúmulo de barbaridades que constituyen el mayor escándalo de la historia nacional. Que conste que lo hice en el caso de un vicepresidente, mientras las aburradas actuales son infinitamente peores, más graves.
Y en materia de garrones tienen una colección: el pasaporte al narcotraficante Marset, la filtración del Plan de Inteligencia, que la Justicia confirmó que el que se entregó en el Senado era diferente al que recibió la prensa. Por lo tanto fueron ustedes que lo filtraron. ¿Con qué objetivo, para qué operación de inteligencia?
Podría seguir, porque la lista de desastres es interminable, pero a medida que pasan los días no solo no me arrepiento de haber reclamado su renuncia, presidente Lacalle, sino que me reafirmo plenamente. No hubo en toda la historia política institucional del Uruguay un escándalo de esas dimensiones, profundidad y gravedad. Y directamente vinculado a la Presidencia, pero también a ministerios (Interior, Defensa y Relaciones Exteriores, Secretaría y Prosecretaría de la Presidencia), a la Dirección de Inteligencia, altos mandos policiales y empresas formadas por ex militares proveedoras privilegiadas de varias dependencias del Estado y contratadas para hacer espionaje contra senadores.
Y si algún ministro obediente le reclama al Frente Amplio que se desvincule de mis opiniones, no es necesario, soy yo el que opino libremente y me desvinculo, con el mismo criterio que lo hice cuando el FA estaba en el gobierno y no compartí ciertas actitudes y conductas. Y vaya si lo pagué caro.
Pero en ese caso se trataba de manejo de recursos públicos; ahora es todo mucho más grave: es corrupción, tráfico de influencias, asociación para delinquir, violación de secretos de Estado, poner en peligro la seguridad presidencial y del Estado uruguayo. Y todo termina, no en el cuarto piso de la Torre Ejecutiva, sino en el piso que usted ocupa, señor presidente, en la cima de la Torre.
Hay algo muy grave que no siempre atendemos ni los políticos ni los comunicadores: la putrefacción de la moral pública. Si hechos de estas características, que no son hechos de apariencia delictiva, sino que son delitos de todo tipo, son aceptados, consumidos y justificados por una parte importante de la ciudadanía, simplemente por el color de su camiseta partidaria, de esa manera lo que se pudre es la democracia, la verdadera libertad.
Una coalición de gobierno no obliga a nadie a tomar de estas aguas servidas, pero hay líderes que están hundiendo a sus partidos todavía un poco más, abrevando en el mayor escándalo político de la historia nacional y siendo sus cómplices.
Esta no es una batalla por las elecciones del 2024, a esta altura son de menor importancia; lo fundamental es salvar el honor de la república, de las instituciones, en primer lugar de la Presidencia.
Es por ello, que usted, señor presidente, no puede seguir defendiéndose y no explicando nada, apelando a que lo conocemos. No es cierto, ya no lo conocemos y el temor es que aparezcan otros hechos delictivos en esta interminable colección de chats de la vergüenza.
Lo repito, me duele en el alma, nunca pensé que en mi país tuviéramos que afrontar situaciones indignas de este tipo. Ni siquiera lo imaginé.
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