Por Marta Fernández*
Latinoamérica 21
Brasil acogerá la 19ª Cumbre del G20 (grupo de las 20 mayores economías del mundo) en Río de Janeiro en noviembre, y promete hacer valer el lema del tercer mandato del presidente Lula “Brasil está de vuelta”, pronunciado en 2022 durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Clima (COP27). Sin embargo, tal vez la frase “Brasil está volviendo” capte mejor las expectativas de los actores involucrados con el G20, ya que prevalece la idea de que el G20 debe entenderse como un proceso con desarrollos formativos acumulativos para los papeles posteriores que Brasil asumirá en 2025 con la presidencia de los BRICS y la COP30 en Belén, que, combinados, podrían contribuir al reposicionamiento activo del país en la escena internacional.
Uno de los logros esperados de la presidencia brasileña del G20 es la promoción del debate público sobre cuestiones internacionales, tradicionalmente percibidas por gran parte de la población como lejanas, abstractas o de menor importancia. Esta percepción ha motivado, en parte, las críticas articuladas por la oposición y la opinión pública a los viajes internacionales del presidente, que en 2023 visitó 24 países y pasó 75 días fuera de Brasil. Muchas de estas críticas consideran que ocuparse de los asuntos internacionales distrae de los problemas internos. Sin embargo, ¿podemos tratar estas esferas como desconectadas? Los temas prioritarios, cuya elección es prerrogativa de la presidencia rotatoria de turno, anunciados por Lula durante la Cumbre del G20 de 2023 en India (lucha contra el hambre, la pobreza y la desigualdad; cambio climático y reforma de la gobernanza global) demuestran claramente que existe una conexión entre cuestiones domésticas e internacionales.
El activismo contra la desigualdad, el hambre y la pobreza, por ejemplo, ha sido central en la lucha histórica de los movimientos sociales brasileños y las organizaciones de la sociedad civil, y se ha incluido en los debates electorales municipales, estatales y federales. De hecho, uno de los objetivos del G20 en Brasil es analizar estos temas desde la base, mostrando cómo estas cuestiones globales dialogan directamente con la vida cotidiana de las personas, especialmente de las más vulnerables, víctimas del hambre, la pobreza y el racismo medioambiental.
Además de contribuir a la democratización de la política exterior, Brasil buscará promover la participación social y fomentar el diálogo y la sinergia entre los 13 diferentes grupos de compromiso del bloque. La esperanza es que el G20 contribuya para la construcción de “un mundo justo y un planeta sostenible”, lema de la acción brasileña.
Otro punto de atención, reivindicado históricamente por el movimiento negro que ha ido ganando terreno en la agenda del G20 en Brasil, es la lucha contra el racismo que estructura las sociedades nacionales y el sistema internacional. El discurso del presidente Lula en la India señaló esto al afirmar que la creencia de que el crecimiento económico por sí solo reduciría las disparidades resultó ser falsa, ya que el mercado permaneció indiferente a las mujeres, las minorías raciales, la población LGBTI+ y las personas con discapacidad, por lo que los recursos no llegaron a ellos.
Continuidad e innovación
Aunque existe una evidente preocupación en el seno del G20 por la continuidad de las políticas a lo largo de las distintas presidencias rotatorias, agravada por la informalidad del grupo, que no cuenta con una Secretaría permanente y no toma decisiones vinculantes, también es importante llamar la atención sobre el sello innovador que Brasil puede imprimir a su presidencia y sobre el legado que podría transferir a Sudáfrica y Estados Unidos, que asumirán la presidencia en 2025 y 2026, respectivamente.
Para garantizar la continuidad de las políticas del G20, la agrupación funciona sobre la base de una troika móvil que siempre está formada por el país que acogió la cumbre anterior: India; el que la acoge: Brasil; y el que lo hará al año siguiente: Sudáfrica. El hecho de que estos tres países sean potencias emergentes del sur global y miembros de los BRICS les une a través de una serie de afinidades que pueden ser aprovechadas al máximo por Brasil.
Dentro de los BRICS, estos países han demostrado una alineación en torno a la defensa de un sistema multipolar y la reforma de la gobernanza global, llamando la atención sobre el déficit democrático de las instituciones internacionales, como el Consejo de Seguridad de la ONU, y de las instituciones financieras internacionales, como el FMI y el Banco Mundial. Esta voz más contestataria en relación con la gobernanza mundial puede encontrar eco en la incorporación de otro miembro al G20 en 2023, la Unión Africana, dando lugar a un G21.
Por otro lado, Brasil debe evitar reproducir el carácter excluyente de la Cumbre en India, que recibió muchas críticas debido a la interdicción y represión policial de la Cumbre de los Pueblos, la cooptación de la sociedad civil y la demolición de casas y desalojos de familias en las inmediaciones de la Cumbre en nombre de un supuesto embellecimiento de la ciudad para el público internacional.
Oportunidades
Para hacer las cosas de otra manera, el gobierno brasileño debe abrirse a escuchar las múltiples demandas de la sociedad civil y entablar diálogos tanto con los grupos que, aunque critican el carácter elitista del G20, están dispuestos a recomendar e influir en el debate, actuando a través de los canales oficiales de la agrupación, como con los que nacieron y se desarrollaron en oposición al G20. Estos últimos denuncian a la agrupación como un club informal de la élite global que, apoderándose de nuevos asuntos, ha ido socavando y sustituyendo a instituciones como la ONU que, por ser una organización universal abierta a todos los Estados, tiene un carácter más democrático y multilateral.
Por último, se ha hablado mucho del poder de convocatoria de Brasil ante la comunidad internacional, un país que tradicionalmente se ha arrogado el papel de constructor de puentes entre los países del norte y del sur global. Xi Jinping ya ha confirmado su participación en la cumbre. Por otra parte, si fuera por el presidente Lula, Putin estaría presente y no sería encarcelado, como declaró en contra de la sentencia de la Corte Penal Internacional.
En un mundo cada vez más polarizado, que para muchos se asemeja a una Guerra Fría, con dos conflictos en curso, en Europa del Este y en Oriente Medio, sin final a la vista, Brasil se ha esforzado por despolarizar al mismo tiempo que abría un espacio para la política y el diálogo. Si, por un lado, el G20 en Brasil intentará dejar en suspenso las guerras en curso y no dejarse contaminar por ellas, el país está en una posición privilegiada para tocar estos temas, no desde una gramática geopolítica, sino llamando la atención, como ha hecho, sobre la forma en que estas tensiones se filtran a los niveles inferiores, a los países más pobres.
* Marta Fernández es doctora en Relaciones Internacionales. Profesora y ex directora del Instituto de Relaciones Internacionales (IRI) de la PUC-Río. Investigadora del CNPq y del proyecto GlobalGrace (Global Gender and Cultures of Equality). Directora del BRICS Policy Centre (2023-2025).