La historia de la humanidad está pautada por un proceso continuo y ambivalente de avances y retrocesos en la capacidad de la mejora de nuestras condiciones de vida. No hay duda de que la tendencia ha ido en la dirección positiva, sin embargo, a lo largo de nuestra historia se han vivido alternativas cambiantes y momentos muy oscuros de grave retroceso.
El mundo de hoy es, sin duda, más desigual, pero al mismo tiempo el piso mínimo de acceso a beneficios y calidad de vida ha avanzado de manera notoria. La "piqueta fatal del progreso" ha avanzado en medio de dificultades y vaivenes, pero con un claro sentido y dirección de incremento en las condiciones de bienestar humano.
Al mismo tiempo, la conversión del mundo en una "aldea global" ha demostrado un grado de interacción en comunicación, traslados e intercambios que nunca antes se había visto en la historia, incorporando por primera vez a todo el territorio del planeta y a las diferentes comunidades humanas.
Quizás por eso se ha instalado, en las últimas décadas, la sensación cada vez más presente de que todo depende de nosotros mismos y que si tenemos la capacidad de controlar las tendencias destructivas que nacen de las propias decisiones humanas, nada podría detenernos.
Este proceso se ha acelerado en los últimos años desembocando en una sensación de omnipotencia que ha llevado a la convicción de que somos capaces de superar todo tipo de límites, tanto en el plano tecnológico como en el terreno biológico.
La idea dominante ha sido que el único límite depende de controlar la capacidad de autodestrucción humana, es decir evitar las guerras, los genocidios y otras manifestaciones de confrontación y conflicto.
La revolución científico-tecnológica ha tenido una evolución vertiginosa, superando todos los límites en cuanto a la capacidad de información, interacción y comunicación entre las comunidades y las personas.
Esto ha ocurrido en todos los planos. En la capacidad de construcción de infraestructura, de desarrollo de servicios, de velocidad de conexión en todas las dimensiones, de oportunidades de crecimiento.
Este sentimiento de ausencia total de límites también se ha expresado en el plano de los avances en materia de salud. La posibilidad de descifrar el genoma humano, la capacidad de encontrar respuestas cada vez a un mayor número de enfermedades (incluso las más complejas), los avances en medicamentos y tratamientos, la ingeniería genética, fueron construyendo la idea cada vez más firme de que no hay nada imposible para el género humano y que todo es cuestión de invertir conocimientos y recursos en el desarrollo de respuestas a los problemas de la salud para alcanzar cada vez mejores resultados.
El fantástico desarrollo de la robótica y la nanotecnología nos puso en la frontera de la sustitución de los seres humanos por máquinas, con todas las complejas consecuencias que esto produce.
Todos estos procesos de transformación y acumulación creativa nos pusieron ante la supuesta evidencia de que el único límite inconmovible e imprescindible surgiría de los dilemas éticos que se plantean con respecto a las decisiones que deben tomarse ante tales potencialidades.
Así estaba el mundo hasta que apareció un virus de la gripe que derrumbó, como si fueran de papel, todas nuestras convicciones y certezas.
La aparición del coronavirus COVID-19 ha representado un freno tremendo a las convicciones omnipotentes. Un simple virus de gripe ha sido capaz de transformar radicalmente las condiciones de vida de toda la humanidad.
Como hacía mucho tiempo, el ser humano sintió de manera inapelable el sentido de los límites a un precio tan elevado que todavía no ha sido posible terminar de evaluar.
Lo que sí sabemos es que, repentinamente, cientos de millones de personas perderán sus empleos, decenas de miles de empresas cerrarán con la correspondiente afectación de la actividad comercial y productiva y, por lo tanto, la producción del mundo caerá en 2020 al menos en un 6%, lo que representa una catástrofe monumental e inédita.
Los ciudadanos quedamos confinados en nuestros respectivos hogares y ciudades, la interacción humana en directo se redujo al mínimo, el mundo global sólo sigue existiendo en modalidad virtual con la consiguiente destrucción de riqueza y afectación cultural.
Todavía nadie tiene muy claro los impactos que tendremos que sufrir en nuestras formas de convivencia y en la construcción de nuevos sistemas de normas y valores. Nadie se anima a pronosticar qué mundo tendremos en la post-pandemia.
El mundo no será el mismo y, por otro lado, nuestra humanidad habrá sufrido una fuerte "herida narcisista" que obligará a redefinir nuestras ambiciones y límites, aceptando que la ilusión todopoderosa es una idea ingenua y falsa.
No es la primera vez que nos ocurre. La historia de la humanidad ha reflejado numerosos momentos de oscuridad y crisis profunda por razones ajenas a la decisión humana. Pero lo distinto de esta vez es que las sociedades humanas habían construido un relato muy poderoso de que el único enemigo de riesgo con respecto a nuestro futuro planetario, éramos nosotros mismos y nuestras propias decisiones.
Quizás como nunca, se ha tratado de un episodio totalmente inesperado y de un alcance tan sorprendente como devastador.
¿Alguien esperaba hace un año lo que ahora está ocurriendo en el mundo?
Probablemente se escribirán centenares de libros, películas, ensayos, reflexiones y estudios durante mucho tiempo sobre lo que ha ocurrido y, sobre todo, sobre las consecuencias que este impacto tendrá en la historia de la humanidad.
Lo que es indiscutible es que nadie se olvidará del 2020.
Sería bueno que una de las lecciones aprendidas fuera recuperar la aceptación de nuestra naturaleza limitada y la importancia de reconocer que no todo es posible. Esta fuerte lección de humildad y modestia debería, también, generar un cambio en las reglas de juegos internacionales, así como de los parámetros y los estándares de convivencia entre las naciones.
A su vez, los riesgos de una reacción regresiva que despierte los "peores demonios", también están presentes. Las señales de xenofobia, la reivindicación de los nacionalismos estrechos y egoístas, los enconos que nacen de las frustraciones y la tentación de la violencia social son las amenazas de un mundo golpeado y desconcertado.
Los sistemas de cooperación y regulación internacionales tienen un enorme desafío por delante que los debería llevar a reformular sus estructuras y relaciones de poder, si así no ocurriera irán quedando por el camino con cada vez menor peso en las orientaciones mundiales.
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