Esta relación, que tiene que ver con la razón y la emoción actuando en la política, ha existido desde el surgimiento mismo del poder. Es decir, de los seres humanos y su relación con el poder, aún el más elemental y básico.
Hacer política ha sido, desde siempre, convencer, atraer hacia las posiciones propias o las ideas propias y, por lo tanto, los dos caminos han sido la convicción racional y la emocional, en formas muy complejas de relación, que han variado y varían con la época y hasta con el momento.
En la notoria crisis de la política a nivel mundial, la falta de liderazgos importantes, sobre todo en Europa, hay un fuerte componente emocional, llena de contradicciones.
La izquierda, a lo largo de su historia, tuvo un nacimiento profunda y radicalmente racional, basado en explicar e intentar dar respuestas a emociones, broncas muy profundas, en un mundo que se hacía cada día más próspero y rico con multitudes inmensas de pobres, desamparados y, sobre todo, explotados.
Pero los verdaderos momentos de explosión de los cambios revolucionarios fueron la adecuada combinación de la racionalidad política y cultural, con grandes emociones explosivas que conmovieron a millones de personas dispuestas a todos los sacrificios, a asaltar todos los palacios y los cielos.
En la "emocionalidad" actual se combinan factores nuevos, diferentes. En primer lugar. la capacidad-necesidad del contacto, de la comunicación, que paradójicamente se da de manera impersonal, virtual, pero sirve y servirá para incentivar el contacto directo en las asambleas, en los actos, en las manifestaciones, en los conciertos.
Son grandes canales de captación de voluntades y para desarrollar sentimientos colectivos, que naturalmente son la suma de sentimientos individuales coincidentes. No todos positivos, ni mucho menos.
El nacionalismo extremo, el surgimiento de la extrema derecha en Europa, en los EE.UU., también en algunos momentos en América Latina, siempre unidas al racismo, a la discriminación, tiene un importante componente emocional básico. No es solo defender los propios intereses sociales o económicos de determinados sectores, es exacerbar los fanatismos religiosos, raciales, nacionales y xenófobos.
Del lado opuesto, nadie que se proponga cambios en serio, y no maquillajes, que busque en las estructuras económicas, sociales e ideológicas las causas de las injusticias crecientes puede creer que sus mensajes podrán captar las grandes multitudes solo a partir de una teoría, de una prolija descripción racional de los procesos. Aunque esta sea una herramienta fundamental para la acción. Pero, además, hace falta alma, corazón, tocar los sentimientos. Esto es fácil y universal decirlo y muy difícil de hacerlo.
Para transmitir esos sentimientos hay que sentirlos. Solo un alma sensible y tocada por la pasión de la lucha, de la justicia, de la libertad, no como descripciones, sino como parte fundamental de nuestras vidas, que puede variar en intensidad y profundidad en diferentes momentos, puede llegarle a otros con la fuerza y la credibilidad necesaria. Es casi imposible fabricar esos sentimientos artificialmente. Casi…
Hay que asumir que los sentimientos no siempre son y han sido positivos, el odio, el desprecio, el fanatismo, han integrado desde diversas posiciones fuertes mensajes emocionales de izquierda y derecha, y han tenido una fuerte influencia en los choques y las confrontaciones.
El pesimismo, el optimismo, se difunden de la misma manera y pueden cavar zanjas profundas en las sociedades y son muy volátiles. No tienen que ver solo con la política, sino con la economía, con la voluntad y el estado de ánimo para producir, invertir, innovar, arriesgar, emprender.
Estudiar, analizar, percibir los sentimientos que en cada momento dominan o pueden dominar las sociedades nacionales o, incluso, a nivel global, es una de las tareas más complejas y delicadas de la política y la economía para elaborar sus mensajes y para elaborar sus contenidos.
«El corazón tiene razones que la razón ignora», señalaba Blaise Pascal en el siglo XVII. En la actualidad, los cambios en este sentido no han sido importantes. Nuestras adhesiones políticas e ideológicas siguen teniendo mucho que ver con la parte emocional de nuestro cerebro.
Esta estrecha relación entre emociones, por lo tanto cotidianidad, introduce otro elemento, el del tiempo, la duración de esas emociones y cómo se incrustan en la propia identidad de la fuerza política. Con un agregado, son necesarias, le dan fuerza y empuje, pero pueden también levantar barreras y dejar pasar solo a los más convencidos e impactados emocionalmente. Y, en democracia, las batallas se ganan con cantidades, aunque las calidades sean importantes.
Vivimos en sociedades nerviosas, muy movedizas. Aunque en Uruguay todo sea más calmo y lento, lo cierto es que los cambios pueden ser repentinos y acelerarse. ¿Cómo no encerrarse en las propias peceras y tener la capacidad de actuar y de cambiar de acuerdo a esa movilidad extrema de nuestras sociedades, sin comprometer la esencia, la identidad de las fuerzas políticas? Ese es un reto permanente, sobre todo, para organizaciones que consideran su identidad, su historia y sus valores esenciales para su propia existencia.
Los sentimientos no pueden encajonarse ni cuadricularse y dependen, en buena medida, de las situaciones articuladas con los mensajes que predominan. El humor, que en el Uruguay tiene un periodo del año, largo, profesionalizado y muy fuerte, el Carnaval, directamente relacionado con la política, los referentes y gobernantes y los hechos destacados, es parte de los procesos políticos.
¿Alguien puede evaluar qué impacto tuvo el humor en el resultado del referéndum del pasado 27 de marzo por la derogación de los 135 artículos de la LUC? Y fue una batalla a puro humor, que había que acompañar desde la campaña central, pero con un rasgo fundamental, la creatividad masiva y espontánea de la gente.
El humor fue el arma política e ideológica más poderosa contra el Papa rey, en Roma, hasta el 1870, cuando fue integrada a Italia como su capital. Pasquino hizo de los muros un arma imbatible de humor y de sentimientos contrarios a la aristocracia papal y sus privilegios.
En Uruguay revistas como El Dedo y Guambia fueron arietes del humor contra la dictadura cívico militar, que se integraron al imparable proceso del canto popular, que a puro sentimiento y corazón fueron arrinconando a los tiranos y sus sirvientes.
Durante varios años el sentimiento de unidad nacional, de solidaridad con las víctimas de la dictadura, los asesinados, los desaparecidos, los torturados, presos, exiliados, expulsados de sus trabajos y perseguidos, unió a una gran parte de la sociedad uruguaya, de todos los colores políticos. Se fue diluyendo a los pocos meses de asumir el gobierno democrático. La impunidad fue la implacable destructora de esos sentimientos profundamente humanitarios y nacionales.
Es que los sentimientos van y vienen, pero sin ellos ni la más racional elaboración política alcanza y se transforma cada día más en un cálculo para el poder.
Así como hay que combatir a brazo partido contra la pereza intelectual de la política para general ideas, proyectos, vale lo mismo para los que desdeñan las emociones, los estados del alma.
Eso sí, para generar sentimientos, hay que tener alma y no hay forma de fingirlo.