En mis muuuchos años de militancia política nunca había vivido nada similar. Una situación que se superpone a todas las demás de manera abrumadora, las relega al quinto u octavo plano y ocupa todo el escenario político e informativo nacional: el coronavirus. Y eso sucede trece días después de asumir un nuevo gobierno y al finalizar un periodo de tres gobiernos consecutivos del Frente Amplio. Ni el más afiebrado de los novelistas lo hubiera imaginado.
Estamos sometidos a una cuarentena relativamente voluntaria de más de 50 días y no hay en el horizonte otra cosa que pequeños pasos para ir midiendo las consecuencias para la reapertura del país. Y eso es lo que sucede de doscientos maneras diferentes en los diversos países que padecen la pandemia. En algunos de ellos de manera realmente dramática.
En estos casi 50 días hemos sido bombardeados - además de los partes diarios de la guerra contra la pandemia - con una interminable dosis de interpretaciones, de acusaciones, de demostraciones, de teorías médicas y virológicas y de todo tipo sobre la peste que nos azota. ¿Y la política?
La omnipresente política está en pleno funcionamiento a nivel mundial, pero con otras formas y con otras perspectivas, porque se basa en supuestos y en especulaciones sobre como sigue esto, cuando termina y como termina. Y a partir de ello como lo afrontaran y eso ya lo están planificado los diversos países y organismos multiláteras e internacionales. Lo que está claro que además de los más de 2 millones de infectados y los 180 mil muertos (hasta ahora) se ha producido la mayor destrucción de riqueza en todo el mundo desde la segunda guerra mundial. El mundo ya es diferente y lo será mucho más.
Como la política debería ser sobre todo una visión prospectiva y no descriptiva, hay enormes vacios o más enormes estupideces mundiales.
En Uruguay esta semana además del coronavirus, comenzará otro baile: la LUC, es decir la concentración en una sola ley que debe aprobarse o rechazarse explícitamente en un plazo determinado y que contiene un resumen bastante completo del programa de la coalición multicolor para los próximos cinco años. Tiene un gran agujero, no tiene previsto que sucederá y cuanto cambiará el Uruguay y el mundo, después del coronavirus (que ironía... d.C.)
Poco después comenzará el debate sobre el presupuesto nacional (2021 - 2025), en medio de las mismas incertidumbres.
Algunas preguntas sin respuesta, más que estimaciones genéricas. ¿Cuánto caerá el PBI de Uruguay y de la región en el 2020? ¿Cuál será el déficit fiscal en el 2020 y en el 2021? Y después veremos. ¿Cuál será el nivel de ocupación y desocupación este año? ¿Cómo quedará el tejido empresarial privado y público? ¿Y cuáles serán los principales indicadores sociales y simultáneamente el índice Gini de distribución de la renta?
No será, ni es un debate simple, porque el coronavirus cubre toda la política y a sus personajes principales y tardará un buen tiempo antes de que se despejen decentemente los negros nubarrones y podemos mirar con serenidad y sobriedad el panorama y el horizonte. Y a la distancia no esté anclado y solitario el pobre Greg Mortimer.
Incluso las elecciones de setiembre de este año para elegir intendentes, ediles y alcaldes estarán teñidas de esta nueva situación y del balance que la gente haga en su territorio del papel de cada partido y de cada candidato. Los debates registrarán estas diferencias. ¿Lo harán o volveremos rápidamente a lo mismo de siempre?
Ni que hablar los cambios que el aislamiento ha introducido en el uso de las nuevas tecnologías, de las redes, del contacto a distancia. Sin duda jugarán un papel determinante en todas las nuevas citas electorales.
A los balances electorales del 2019 se los llevo el virus y será difícil que retornen...
El clima social, político, de debate ideológico y cultural está sepultado en una avalancha de llamados a la unidad para combatir el bicho. El bicho ha puesto a prueba a todos y a todo. La política no se podía salvar, ni en los episódico, ni en la capacidad de sus actores de demostrar capacidad de análisis y de iniciativa, adaptación a los nuevos roles y audacia política para trazar rumbos. La peste no exime a nadie de hacer buena política de calidad, de tratar de elaborar rutas, ideas y debates profundos y generosos.
Como no nos exime a los periodistas de brindar una cobertura que no sea obsesiva, que contenga una mirada global inteligente y que ayude a comprender el fenómeno y de tratar de reflejar el conjunto de la situación mundial, regional y nacional. De las pandemias y de las guerras se puede aprender mucho en todas las áreas, en especial en la información y la opinión.
El distanciamiento social, no impide en absoluto la libre circulación de ideas, de relatos sobre la situación y de prospectivas inteligentes y valientes de los retos que deberemos afrontar. Al contrario, es una gran oportunidad.
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