La semana pasada tuve una experiencia particular desde esta columna. Yo asumí hace mucho tiempo que mis opiniones generan polvareda, reacciones extremas, incluso algunos aguzan sus capacidades de insulto y agresión. En estos casos siempre desde el anonimato.
La semana pasada escribí sobre la soledad que nos va quedando al perder familiares, amigos, compañeros, inexorablemente y en forma frecuente, y las heridas que nos dejan. Y fue evidente que muchos lectores valoraron y se sintieron cercanos y representados por esos sentimientos. Podría verme tentado, como me sugirieron algunos adversarios de mis columnas, a dedicar el tiempo que me queda de vida —sabiendo que estoy mucho más cerca del arpa que de la guitarra— a la fantasía, a las novelas o esos enfoques desde los sentimientos. Y hacerme más simpático, más próximo a mucha más gente.
Sería un hipócrita, sería falso, escribo sobre política desde el fondo de mi alma, asumiendo los costos necesarios y los insultos. No por deporte ni por insensibilidad, sino por convicción y porque aprendí de los golpes de la vida y de la propia política que hay que afrontarla con sus riesgos y con todas las adversidades. No quiero dejar de ser yo y ser una máscara cómoda y falsa.
La política y la lucha por el poder son inseparables, despojarla de esos objetivos sería la mayor mentira. El poder, desde que los primeros hombres salidos de una caverna o bajados de un árbol asumieron como jefes o hechiceros de su pequeño grupo una responsabilidad de comando, de poder, se ha sofisticado enormemente, pero mantiene un rasgo inevitable y fundamental: es la diferencia de responsabilidades y también de posibilidades de ciertos hombres, y ahora mujeres, sobre el resto de sus semejantes. Su capacidad de decidir sobre factores fundamentales de las vidas de un colectivo, en la paz y en la guerra, en la prosperidad o la pobreza y en muchas otras variantes.
La historia de la humanidad puede tener muchos encares, pero es en primer lugar y sobre todo es la historia del poder, sus diferentes formas y las ideas y culturas que le dieron soporte. Incluso la economía, que algunos consideran como precursora de todo, no se entiende ni puede considerarse sin la política, sin el poder de coerción.
Ya la palabra coerción, que está asociada inexorablemente al poder, es decir al objetivo de la política, suena feo, a imposición. Y esa es precisamente, de las maneras más diversas, la historia de la humanidad, el uso de la coerción, por las ideas, por la convicción, por las armas.
No quiero, luego de 60 años de hacer política —sin ocupar, por decisión propia, ningún cargo rentado ni en un partido, ni en gobierno alguno—, disfrazarme ahora de bueno, hablando solo del alma y sus pasiones y tensiones. Sepan disculparme.
Trato de utilizar la misma métrica, el mismo sentido crítico que utilicé cuando militaba dentro del Frente Amplio, para juzgar a cualquier fuerza política o gobierno, sus resultados y su impacto en la vida de la gente. Y me gané muchos odios y enemigos de viejos compañeros
A veces lo logro, otras es posible que me equivoque, pero siempre al finalizar una columna me pregunto: ¿Qué estaríamos diciendo o qué estarían diciendo los opositores si estos resultados en la seguridad, en la economía, en los papelones institucionales los hiciera otro gobierno? Y la verdad es que en los últimos tiempos hay que tener una gran imaginación, es un horror detrás de otro.
De todas maneras no es tarea fácil, porque las pasiones son parte fundamental de la política y si no lo son, lo sustituyen la ambición desnuda o cosas peores.
Las pasiones y la razón son indivisibles en la buena política, no la que siempre gana, sino la que siempre defiende sus principios y no los adapta a sus necesidades. Yo lo hice en otro tiempo e hice y escribí suficientes textos críticos y llevo demasiadas heridas en el alma como para enfrentar con bríos el futuro.
Los que quieran seguir agrediendo debajo de mis columnas en Montevideo Portal, adelante, si eso los hace sentir mejor, lo seguirán haciendo. Los que creen insultarme haciendo referencia a mi edad, ya les contesté: espero que tengan esta misma posibilidad, la alternativa es peor.
Escribir cuesta trabajo, aunque para mí sea una pasión y no pueda pensar mi vida y la política sin escribir, libros, artículos, Twitter, Facebook y donde se pueda. Aunque extraño en el alma mi tiempo de asambleas, de discursos, de mirarnos a los ojos.
Cuando me despida del todo, ojalá tenga tiempo y lucidez para comentarlo y compartirlo con los que se toman el trabajo de leerme. Es un privilegio.