En la mitad del mandato del gobierno, es notorio que atraviesa un momento complicado, con la suma de hechos muy negativos e incluso de retroceso institucional.
La fortaleza que esgrimió durante estos años desde el punto de vista comunicacional no alcanzó para mitigar los efectos del embate de los sucesivos acontecimientos que arreciaron en unos pocos días. La fuerza del impacto del caso Astesiano, sumado al “affaire” Marset, hizo muy difícil disimular el estado de incomodidad en el que se vieron inmersos los más altos representantes del gobierno. Es más, desviar la atención hacia otros temas, práctica común en la eficiente estrategia de marketing político y a la que nos habíamos acostumbrado, se está volviendo imposible. La ciudadanía es sensible e inteligente. No hay marketing político que pueda disimular el debilitamiento institucional que implica esta seguidilla de hechos. Éramos reconocidos en el mundo por leyes pioneras, por los avances en temas de derechos, por el Ceibal, por la política anti tabaco, y hoy somos tapa mundial por los escándalos y el delito instalados en el piso 4 de la propia Torre Ejecutiva.
La clave hoy es elegir el camino correcto para transitar el resto del trayecto hacia el fin del mandato. Y lo correcto implica dejar de lado la baja política, esa que elige no cuidar nuestra reputación. Lo correcto debe apuntar a un único objetivo: el mayor beneficio para la mayoría de la población, el bienestar de nuestro querido pueblo uruguayo. El problema está en que, medido en clave meramente electoral, quizás “lo correcto” no se corresponda con “lo redituable”. Y aquí es fundamental el clima que se quiera instalar. Un elenco acostumbrado a medir permanentemente la imagen y a implementar acciones que operen en función en esa foto, está expuesto a la tentación de fortalecer su posición a partir de la construcción de un escenario de creciente confrontación.
Se corre el riesgo de fomentar la confrontación donde los grises son cada vez menos probables, en ese mundo del blanco o del negro. La opción republicana implica aceptar que se pueden cometer errores e intentar subsanarlos, que incluye escuchar al otro y acordar estrategias de salida.
Se puede parar, analizar y corregir el rumbo, o se puede salir corriendo para atrás y refugiarse en las recetas preconcebidas y así estrechar filas, alineando a esas filas, adoptando decisiones aparentemente irracionales o desmedidas. Y desmedido sin dudas es el juicio político planteado en la Junta Departamental de Montevideo.
Confieso que jamás me imaginé una propuesta tan extrema como esa, por lo exagerado, por lo inusual y lo imposible; ya que, por ejemplo, nunca alcanzarán los votos necesarios en el senado, esos dos tercios. Es la confirmación de que se trata de un gran bluff.
De inmediato se me presentó el escenario electoral brasileño, donde lo novedoso fue la alta votación de un candidato que comulga permanentemente con lo disparatado, con lo irracional, con lo aparentemente inconveniente. La confrontación, el choque, las acciones desmedidas, teñidas de radicalismo e irracionalidad, son funcionales a un clima que favorece a alguien, a alguna estrategia política. Todo esto no parece ni torpe ni inocente, es por algo, es para algo.
Es clave tratar de entender y anticiparnos a los hechos y darle prioridad absoluta a la defensa de las instituciones democráticas.
Aparentemente el gobierno decidió instrumentar las reformas que considera ineludibles según su estrategia, aún a sabiendas de una fuerte oposición de amplios sectores de la sociedad. Y las movilizaciones sindicales y estudiantiles de las últimas horas son la muestra de un escenario que cambió profundamente. Parecería que no es prioridad ensanchar la base de los acuerdos y que los planteos van y van, a pesar de los supuestos costos políticos. Es claro que debemos ser firmes en nuestras acciones e implacables con nuestros argumentos. Y es claro también que debemos ser estrategas a la hora de promover el mejor escenario para la construcción de la esperanza, de la articulación las nuevas mayorías nacionales que den vuelta la pisada. Para que volvamos a fortalecer el salario, para que las ollas populares vuelvan a ser una excepción y no una normalidad aceptada.
Oponerse a una política que perjudica a las mayorías es también proponer y hacer. Mostrar que hay alternativas posibles. Desde nuestros gobiernos departamentales debemos fortalecer las acciones que convoquen al encuentro entre los ciudadanos que quieren cambiar la realidad, vengan de donde vengan.
Firmeza no es entrar en el mismo túnel que se está instalando a partir de los acontecimientos recientes. Ese camino que nos lleva a devolver golpe bajo por golpe bajo, el del ojo por ojo. Hay que levantar la mira y poner nuestra agenda, en clave frenteamplista, abriendo la mirada, esa que nos permite ver el todo, priorizando nuestra atención en aquellos que la están pasando mal, muy mal.
Tenemos la oportunidad de elegir la dureza de la rama o la flexibilidad del junco. Porque la ingenuidad hoy es la esencia de la debilidad.