Bajo el título “No es el momento de abrir una oficina de innovación de Uruguay en Israel”, se publicó días atrás en Brecha una carta de “más de 500 personalidades de la Universidad, la Ciencia y la Cultura”, que dejó en claro cómo gente que se supone es de alto nivel intelectual, puede difundir odio basándose en mentiras y una absoluta distorsión de la historia y la realidad. En resumen, acusan a Israel de genocidio, exterminio, limpieza étnica, de haber tratado durante 75 años de eliminar al pueblo palestino y de haber usado los ataques del 7 de octubre del año pasado como “excusa” para continuar los pecados mencionados.
Y yo me pregunto si todos los firmantes —gente que por su ocupación debería encarar con seriedad los temas sobre los que se pronuncian públicamente— se sienten realmente cómodos repitiendo diatribas sin fundamento difundidas siempre por organizaciones terroristas y por figuras extremistas que nunca reconocieron el derecho de Israel a existir. En ninguna frontera y con ningún gobierno.
Estas líneas no pretenden alegar que no hay sufrimiento palestino en general o en la guerra en curso en particular. Claro que lo hay, y no nos alegra en absoluto. Pero no habría habido guerra si los terroristas no hubieran lanzado una matanza terrible el 7 de octubre del 2023 contra la población civil israelí. Una matanza —esa sí— que sí tenía intenciones genocidas. Es más: muy poco después de aquel día de la mayor matanza de judíos desde el Holocausto, varios jefes de Hamás proclamaron que habrá “más 7 de octubre”. Lo dijo Khaled Mashal , lo dijo Musa Abu Marzuk y también Ismail Haniyeh. Por eso la guerra lanzada por Israel fue absolutamente de autodefensa, no de venganza ni de exterminio. La destrucción de la infraestructura armada de Hamás claro que era un objetivo. No de exterminio del pueblo.
Israel tiene la fuerza y las armas para hacer ese horror, pero no lo ha hecho nunca porque ese no fue jamás su objetivo.
Ya al decir la carta que hace 75 años —o sea desde la fundación del Estado de Israel— hay un intento de exterminio del pueblo palestino, dejan en claro su odio visceral, su oposición a la existencia misma del Estado de Israel. Si los árabes hubieran aceptado en 1947 la resolución de la ONU que recomendaba la Partición de la Palestina del Mandato Británico en un Estado judío y otro árabe, si no se hubieran lanzado a la guerra para impedir que nazca Israel, la historia habría sido otra. El primer “No” al Derecho Internacional fue el que dieron los árabes al nacimiento de Israel en su tierra ancestral histórica, en la que no son colonizadores sino autóctonos, por más que siglos hayan estado fuera por los exilios impuestos por poderes foráneos.
La acusación de genocidio –el exterminio o intento de exterminar a un grupo humano por étnica, raza o religión— está de moda en boca de quienes dicen defender los derechos palestinos, pero en realidad no les importa nada de ellos. Nunca condenaron el abuso de la población palestina por parte de Hamás, el hecho que roban la ayuda humanitaria que Israel introduce todos los días a Gaza, y los disparos de los terroristas desde las zonas humanitarias aun sabiendo que eso arriesga a la población.
Cuando Israel fue fundado y estalló la guerra de independencia en mayo de 1948, unos 700.000 árabes se convirtieron en refugiados, la mayoría por temor a la guerra y porque sus líderes les exhortaron a irse para volver luego como vencedores, después que los judíos hayan sido eliminados. Es historia, hechos, no interpretación subjetiva. Pues aproximadamente 150.000 quedaron en territorio del entonces recién nacido Israel. Hoy son más de 2 millones, ciudadanos árabes de Israel, que votan y pueden ser electos al Parlamento.
En la Franja de Gaza eran aproximadamente 400.000 los habitantes palestinos en 1967 cuando Israel conquistó la zona en la guerra de los Seis Días, al repeler el ataque de Egipto en el frente sur. Israel controló Gaza hasta el 2005. Y hoy son cerca de 2 millones. ¿Dónde está el genocidio? Rarísimo este intento de exterminio tan poco eficaz, ¿no?
Y, en la guerra, en numerosos casos ha arriesgado a sus propios soldados para reducir al mínimo el riesgo a la población civil. Ha dedicado enormes esfuerzos para separar a los terroristas de los civiles, avisando antes de atacar, desplazando a la gente a zonas humanitarias.
Claro está que eso no neutraliza totalmente el riesgo. Y hay civiles muertos. En todas las guerras los hay. Pero en ésta, contrariamente a lo que dice la carta —que repite las cifras difundidas por Hamás lo cual es absolutamente vergonzoso— la relación entre hombres armados y civiles es muchísimo menor que en otras guerras. Hamás siempre miente, es parte integral de su proceder. Nunca menciona a sus hombres muertos cuando publica cifras, casi como si en Gaza vivieran sólo mujeres y niños.
Pero el tema no pasa sólo por los números. Un problema clave siempre que se lanza esta sarta de mentiras para acusar a Israel, es que se omiten totalmente los pecados de Hamás. ¿Acaso no es lo mínimamente lógico entender que, si los terroristas usan a su población como escudos humanos, llenando de explosivos todos los edificios para detonarlos si entran soldados, guardando cohetes y armas en escuelas, hospitales y mezquitas, eso arriesga a la gente?
¿No saben los firmantes, que hablan del Derecho Internacional, que según la convención de Ginebra si un sitio civil es usado con fines militares pierde su protección de condición civil y se convierte en un blanco militar legítimo? Esa es la verdad detrás de los operativos en hospitales en Gaza en los que se atrincheraban terroristas que los habían convertido en comandos militares con túneles, cohetes y armas. Y no fueron destruidos, aunque claro que dañados si hubo que responder a fuego de terroristas. Pero, en todos los casos, Israel se encargó de antemano de organizar el traslado de los pacientes a otros lados, trajo ayuda humanitaria, alimentos, y combustible, para reducir al mínimo las complicaciones a médicos y pacientes. ¿Sobre los terroristas que se instalaron en hospitales y escuelas, que dispararon desde zonas humanitarias, los firmantes no tienen nada que decir?
¿Acaso para garantizar que los civiles no corran ningún riesgo Israel debería haberse quedado cruzado de brazos? Ningún país del mundo lo habría hecho. A ningún país del mundo se le puede pedir algo así tras el horror de la masacre del 7 de octubre del año pasado. Pero nadie lo puede enteder, nadie lo ha vivido, nadie vive rodeado de terroristas como Israel.
¿Qué haría cualquier país normal al que le matan 1.200 personas en un día y le secuestran más de 250, la mayoría civiles, entre ellas varios octogenarios, decenas de niños, un bebé, y gente enferma? ¿Alguien tiene derecho a criticar a Israel mientras 100 de esos secuestrados siguen muriendo en los túneles de Gaza?
Y volviendo al título de la nota, sobre la planeada oficina de innovación uruguaya en Jerusalén, esta es una oportunidad para formular un llamado al presidente electo Yamandú Orsi, al que tuvimos el gusto de conocer personalmente en Jerusalén y con quien pudimos charlar largo y tendido sobre la situación. Nuestra exhortación es que no olvide lo que vio personalmente en Israel, la sorpresa que lo embargó de ver con sus propios ojos una realidad que no era la que le habían descripto, de convivencia pacífica entre judíos y árabes en el Estado de Israel.
Es oportuno pedirle que aún si tiene discrepancias con Israel, lo cual es absolutamente legítimo, no adopte el encare de otros miembros del bloque con el que cabe suponer se identificará naturalmente, de gobiernos de izquierda. Yamandú Orsi no es ni Lula, ni Petro ni Boric, que nada aportan con su demonización de Israel que fomenta el antisemitismo. Esperamos que en su gobierno se mantenga, como debe ser, la tradicional amistad entre Uruguay e Israel, y que, si hay discrepancias, no caiga nunca en lo que se ve en otros lares, que nada tiene que ver con la paz ni con el apoyo a los palestinos.
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