En el discurso del cierre de la Exposición Rural del Prado, el ministro de Agricultura, Ganadería y Pesca, Fernando Mattos, dedicó una parte nodular de su discurso a reivindicar el papel de los “mallas oro” para que tiraran de toda la economía nacional. No es de extrañar, en realidad es el corazón mismo del modelo económico del gobierno multicolor y en particular de un malla de oro con antigua bicicleta de oro, como el propio ministro, ex presidente de la Asociación Rural del Uruguay, entre otros muchos cargos directivos en el sector y como descendiente de una familia (Mattos Moglia) que lleva la malla oro desde hace varias generaciones.
En un reciente editorial el diario El País escribe: “Las ideas liberales, las que han contribuido a adaptar y volver más eficientes todos los sistemas económicos del mundo (al menos los exitosos), lo que plantean es que si se liberan las energías creativas de la gente, de los emprendedores, de los individuos, la riqueza crecerá de forma genuina y pujante, permitiendo que los beneficios alcancen a mayor número de personas”. En pocas y diferentes palabras, hablan de lo mismo, del papel de los sectores más ricos de la sociedad como tractor de toda la economía y como factor de distribución de la riqueza en la sociedad.
Puro relato. En los países con los “mallas de oro” más despegados del resto de la sociedad, con el Estado más raquítico, éstos nunca han sido un factor de distribución, de derrame de la prosperidad y menos del desarrollo. Los números son despiadados.
Pero profundicemos en el concepto: “Por el contrario, los países que apuestan a un estado omnipresente y que representa una carga pesada sobre los hombros de los contribuyentes, la creación de riqueza se va ralentizando, y llevando a que la pugna por las migajas decrecientes que genera en esos casos la sociedad, se vuelva más avinagrada y violenta” continua el editorial de El País del 22 de setiembre.
Veamos y comparemos la presión tributaria, es decir qué parte del PBI de cada país corresponde a los impuestos que recauda cada Estado y, por lo tanto, gasta en las inversiones y en los gastos. Como es obvio, esto es aportado por el conjunto de la sociedad, incluso por los mallas oro. Porque con estos porcentajes, la presión sobre estos sectores es obviamente muy fuerte.
Austria tiene una presión tributaria del 42,4% del PBI; Bélgica del 45,4%; Alemania 41,4%; Francia 47,3%; Suiza 27,7%; Dinamarca 47,6%; Finlandia 42,9%; Suecia 43%; Corea del sur 28%, Luxemburgo 39%; Países Bajos 39,7%; y Noruega 42,4%
Uruguay tiene una presión tributaria del 26,6%. Es decir que 26,6 dólares sobre cada 100 dólares producidos van a los impuestos. Estamos en la mitad de la tabla.
En el otro extremo, donde los ciudadanos están más libres de la presión tributaria, el Estado por lo tanto es más pequeño porque dispone de menos recursos en relación a la economía del país y los “mallas de oro” están más liberados de cualquier presión, sobre todo la que duele: pagar impuestos. En Bangladés pagan el 10,02% de impuestos sobre el PBI, más prescindentes del Estado imposible; Botsuana 12,6%; Ghana 13,5%; República Democrática del Congo 7,5%; Guinea Ecuatorial 10,1%; Guatemala 12,4%; Madagascar 11,2%; Paraguay 13,4%; Chad 8,1%* y la lista es más larga, pero en todos los casos, son los países más pobres y menos desarrollados. Sin embargo, de acuerdo al “modelo” lacallista expuesto por Mattos y por El País, deberían ser los más desarrollados.
La doctrina expuesta por el ministro Mattos y El País se basa en que la mejor forma de alcanzar el desarrollo económico y la eficiencia en la asignación de los recursos es a través de un mercado libre sin la intervención del Estado (regulaciones, impuestos, etc.) Pero los números son devastadores para esa teoría y sobre todo para esa práctica.
No estamos hablando solo de modelos o de tendencias económicas, hablamos de plata, de dinero recaudado por los Estados y, por lo tanto, de su papel en esas sociedades.
Este año, los mallas de oro en Uruguay ganarán miles de millones de dólares, y algunas migajas las gastarán en los pueblos y ciudades del interior, pero el grueso, como también muestran las cifras, terminarán en sus abultadas cuentas bancarias en Uruguay o en el exterior. Pese a eso, el gobierno tiene dificultades para invertir unos pocos millones de dólares en la enseñanza, la universidad y la investigación, porque su obsesión es el modelo, el déficit fiscal y reducir el Estado a su mínima expresión. Lo hace, pero no lo declara abiertamente, lo hace ideológica e indirectamente a través del concepto de los mallas de oro. Consideran que es más tragable.
La izquierda uruguaya, por cierto, demostró en sus 15 años de gobiernos que no fue perseguidora de los “mallas de oro”, al contrario, en buena medida, crecieron en esos años. Pero también comprendió que el papel del Estado no es solo equilibrar y redistribuir, sino sobre todo desarrollar el país. Sin embargo, no fue lo suficientemente a fondo y así tenemos la teoría y la práctica de los mallas de oro instalada como el principal relato y el empuje épico económico fundamental para el oficialismo. Mejor dicho para el lacallismo. Es la razón misma de su existencia. Y no se trata solo de los mallas de oro, sino que en realidad lo fundamental son las bicicletas de oro.
*Los datos son de: https://datosmacro.expansion.com/impuestos/presion-fiscal