Hay derrotas que tienen más dignidad que una victoria.
Escrutados el 99% de los votos por la Corte Electoral, el presidente dictó la conferencia de prensa de la victoria. Parecía un soberbio velorio.
Me fui a acostar a las 4 de la madrugada y soñé varias horas con el hijo del Rey Eácides, epirota de la dinastía de los Molosos, el Basileo Pirro, que ingresó a la fama de la historia universal en las batallas de Heraclea y Asculum, derrotando a los romanos a un costo tan alto que finalmente perdió la guerra. A esas victorias Tácito las bautizó con el humillante mote de triunfos pírricos. Triunfos trasvertidos en derrotas. Pirro finalmente murió por una pedrada de una humilde anciana de pueblo que lo arrojó del corcel en plena batalla y su cabeza fue cortada y exhibida en Argos.
Así imaginé la victoria de Lacalle ‘Pirro’ Pou en el referéndum del domingo, una victoria pírrica.
La diferencia de municiones entre los dos bandos era tan abrumadora que la coalición multicolor no dudaba en que ganarían por más de 100 mil sufragios. El promedio de las cinco encuestadoras así lo anunciaban.
Triunfaron a lo Pirro por solo 22.556 votos de diferencia, sin contar los observados. Pero en el campo de batalla dejaron a un adversario completamente entero y con la moral renovada.
No lo podían creer. Sus trucos de nada sirvieron. Ni la artimaña de elegir para ellos el color de nuestra bandera y para nosotros el rosado porque despreciaban ese color, vaya a a saber por qué razón inexplicable. Ni el dislate jurídico de hacer votar por el NO a 28.630 ciudadanos que decidieron no elegir ninguna de las dos papeletas. Ni la prohibición del voto del exterior. Ni otras zancadillas, de las chicas y de las grandes.
Si ésta fue, como decía el gobierno, una lucha entre el oficialismo y la oposición, la rebeldía contestataria que estaba de capa caída desde la derrota de noviembre de 2019 reconstruyó el domingo su moral afectada, probó la musculatura de sus fuerzas y se prepara sin prisa, pero sin pausa, para reconstruir paso a paso el manantial de los sueños perdidos.
En el balotaje, la izquierda perdió por 37.042 votos de diferencia, en esta confrontación electoral, la papeleta rosada impulsada por el Frente Amplio, como único partido proponente, y la energía del Pit-Cnt y las organizaciones sociales, con todo en contra y sin ningún pronóstico a favor, perdió por solo 22.556 sufragios, un escaso 1% de diferencia. Y si no fuera que Uruguay es el único país en el mundo que no permite a sus ciudadanos que viven en el exterior ejercer su obligación cívica de ejercer su voto, la papeleta rosada no hubiera perdido, dada la magra diferencia.
Y además aumentó su porcentaje de votación comparándolo con el balotaje en 14 departamentos, descendiendo en solo 5 de ellos si contamos en el descenso de solo medio punto a Montevideo, donde el SÍ apabulló al NO, 53.81% a 41.16%. Subió su votación en Canelones, Durazno, Flores, Florida, Lavalleja, Maldonado, Paysandú, Río Negro, Rocha, Salto, San José, Soriano, Tacuarembó y Treinta y Tres. Solamente bajó el porcentaje de su votación en Artigas, Cerro Largo, Colonia y Rivera, y 0.50% en Montevideo. La sorpresa de Paysandú, venciendo claramente a la boleta celeste, y las subas en Río Negro y Treinta Tres con relación al balotaje, aumenta las expectativa de recuperar todo el litoral para la izquierda uruguaya y mejorar el comportamiento electoral en las fronteras con Brasil.
Tuve muchas dudas cuando el Frente Amplio decidió convocar a la democracia directa para deshacer con el viento del pueblo esa nube tóxica que envolvió a 135 artículos de una ley que imponía la rapacidad social sobre las necesidades de la gente. Es cierto que el PIT-CNT y las organizaciones sociales serían el pulmón que despertaría la reflexión de la sociedad civil.
Pero seguía creyendo que la derrota de noviembre aún no había sido digerida, que la moral no estaba en su mejor momento, que la posibilidad de obtener las firmas necesarias para abrir las puertas de la democracia directa era de muy difícil concreción y que, si finalmente la consulta se llevaba a cabo y la falacia de la antinomia ¨derogación versus seguridad¨ prendía en la psiquis colectiva, podía producirse un descalabro que nos haría retroceder varios casilleros.
Fue todo lo contrario. El ensayo épico de la revolución de las lapiceras y el millón sesenta y dos mil votos que pintaron de rosa la mitad del país, fue un upercout a la mandíbula de la coalición conservadora. Hubo nada menos que 101.756 ciudadanos que votaron a Lacalle Pou en el 2019 que esta vez desertaron de sus filas. No alcanzaron ni al 50% de los votos emitidos, aun sumando a su favor a todos los votantes en blanco. Al punto que hoy podemos afirmar que al vencedor de esta consulta solo le pertenecen los despojos.
El voto rosado, sin embargo, supo combinar la ética de la democracia directa con la estética maravillosa de este maracanazo político.
Me había equivocado. No supe medir la resiliencia probada, una vez más, por nuestro pueblo.
Valió la prueba el esfuerzo. Valió la pena producir la chispa que dejó la gran contradicción del país: de un lado los activos que viven de su trabajo, los pasivos que vivieron de su trabajo y los pequeños y medianos empresarios que dan trabajo y viven honestamente de su esfuerzo y, del otro lado, los que viven del trabajo ajeno, los ‘malla oro’ exhibidos como los profetas de la nueva iglesia, acompañados por los que seducidos por el poder cultural, mediático y económico de los que mandan, aún no se han dado cuenta de la astuta fórmula enajenante que los anestesia antes de penetrarlos.
Valió la pena volver a poner las herraduras gastadas al movimiento popular. Plejanov en carta a los socialistas ingleses les decía que no se podía ¨galopar hacia la revolución sin tener herradas las 4 patas de los caballos¨. Este referéndum proporcionó a nuestra izquierda la posibilidad de enfrentar la encrucijada de octubre del 2024, subiendo a los corceles para sentir el trepidar de los cascos de la historia, esta vez con las herraduras puestas. Y sin la cruel pandemia, el gran amparo y la híper excusa que protegió durante dos años a la coalición restauradora. Ahora se terminó el entrenamiento y comienza la final eliminatoria.
Una última reflexión. El rol de nuestro presidente. Desalojó a todos sus aliados y ocupó todo el escenario. Los mandó a la platea. Estaba seguro de una victoria contundente y no deseaba compartir laureles. Su fiel y eficiente secretario, Álvaro Delgado, no se animó a susurrarle al oído ¨memento mori¨. La Constitución no fue obstáculo para desenvainar su acero y dirigir el combate. Tampoco tuvo a su amigo Ignacio de Posadas para advertirle de no caer en la tentación de la hubris griega y leerle lo que escribió hace varios años en el diario El País: ¨Los dioses cuando querían perder a alguien lo envanecían¨. Hubo, sí, alguien que, conocidos ya los resultados del empate técnico entre las dos papeletas, lo aconsejó en una buena. Fue el novel y activo presidente del Frente Amplio, Fernando Pereira, quien le dijo que no cayera en la hubris y tomara en cuenta que la mitad del país no estaba de acuerdo con los cromosomas injustos de esta ley de urgencia y, en consecuencia, convocara al diálogo social. Porque el máximo poder sin concordia social no sirve. Y la máxima arenga y mínimo diálogo con la sociedad tampoco. Porque en estos casos la soberbia es mala consejera.
Ingresó a la pedana de una reunión de prensa con preguntadores seleccionados y sin preguntas en la herida y todos esperamos el gesto sencillo y la mano tendida.
La mano no se movió. Lección no aprendida.
Nunca antes una derrota fue tan dulce y una victoria tan amarga.