En los últimos cinco días hemos visto a civiles israelíes liberados por Hamas, entregados a la Cruz Roja Internacional y trasladados a territorio israelí, a manos de sus soldados y sus seres queridos, a salvo. Cada uno iba acompañado de terroristas armados y encapuchados. En algunos casos, un terrorista empujaba una silla de ruedas con una mujer de edad, llevaba a una en brazos para sentarla en la camioneta de la Cruz Roja o ayudaba a un niño a subir. Algunos de los secuestrados los saludaban moviendo la mano. Y a mí me daban ganas de vomitar.
No por el increíble cinismo mentiroso de los terroristas, que obligaron a sus cautivos a saludar, sabiendo que su sola presencia armada amedrenta. En uno de los videos hasta se oye a uno de los terroristas diciendo que siga saludando. No por la puesta en escena de parte de Hamas, que nada sorprende a quien conoce a esta organización, que no solo asesina sino que también miente descaradamente.
Nos resultaba repugnante ver esas escenas —aunque afortunadamente la alegría de la liberación de cada secuestrado lo superaba todo— justamente por saber la verdad. Porque por más considerados que quieran mostrarse cuando llevan a los civiles a manos de la Cruz Roja, no lo son. Son unos asesinos perversos y sanguinarios llenos de odio, que estaban liberando a civiles que ellos secuestraron el 7 de octubre de sus casas, por la fuerza, violando todas las convenciones del derecho internacional. Los tuvieron en cautiverio desde el 7 de octubre, en malísimas condiciones, sometiendo a muchos de ellos a terror psicológico e inclusive a golpes y maltratos. En muchos casos, se los llevaron a Gaza tras haber asesinado a algunos de sus seres queridos. Niños que estaban secuestrados siendo huérfanos de padre o madre, que estuvieron cautivos en la oscuridad durante 50 días sin saber qué pasó con su familia y que volvieron a una realidad en la que no todos los suyos están con vida.
Así que no vengan ahora a empujar sillas de ruedas y a saludar a los liberados.
Cometieron crímenes de guerra al matar, secuestrar y violar, y también al impedir visitas de la Cruz Roja internacional —que además parece no haberse esforzado demasiado— y no dar ninguna atención médica a la gente que tenía en su poder. Una de las liberadas, Elma Abraham, de 84 años, tuvo que ser evacuada con urgencia en helicóptero al hospital Soroka apenas entró a territorio israelí, y los médicos dijeron que su vida corría peligro. Sabían que padecía de diversas dolencias y no fue atendida, por lo cual su estado se deterioró terriblemente. Ahora, tras un denodado esfuerzo de los médicos israelíes, mejoró.
Así que frente a quienes superficialmente, por una conocida mezcla de ignorancia y tendencia a justificar cualquier acción palestina y criticar a Israel, destaquen la liberación “humanitaria” de algunos civiles, les sugiero centrarse en otra imagen. Hay muchas, todas complejas e imposibles de soportar. Pero a mí me quedó una especialmente grabada. Y cuanto más la miro más me convenzo que aparte de las imágenes de sangre y demasiados cuerpos sin vida que ya he visto, es a mi criterio la que más refleja con quién lidia Israel. La que más deja en claro que Hamas son unos asesinos criminales de guerra.
El viernes de noche, en la primera tanda de liberados, las primeras en marchar hacia la camioneta de la Cruz Roja fueron Sharon Cunio y Karina Engel. Cada una llevaba en brazos a una niña. Eran las mellicitas Emma y Yuli Cunio, las hijas de Sharon y su esposo David, que permanece secuestrado. Karina ayudaba a Sharon con una de las pequeñas.
Dos mujeres con dos niñas casi bebés en brazos, flanqueadas por terroristas armados que las tuvieron cautivas 50 días. Esa sola imagen debería ser suficiente para que el mundo todo apoye la guerra de Israel contra Hamas. Pero hay mucho, muchísimo más.
La guerra de Israel contra Hamas no es una venganza.
Es una lucha por la seguridad del pueblo de Israel.
Simboliza mucho más que eso: la lucha de la luz contra la oscuridad, de los valores de la civilización judeo-cristiana contra el oscurantismo de quienes aprecian más la muerte que la vida. Es una guerra que hay que ganar.