Son dos conceptos que en la historia de la izquierda han sido contradictorios. Mientras los nacionalismos, sobre todo los más cerrados y fanáticos, eran patrimonio de las derechas en todo el mundo, la izquierda fue siempre y tradicionalmente internacionalista.
Se podría decir que la derecha practica el internacionalismo en los negocios, como en la entrega de puertos y riquezas nacionales, en el salvataje de los bancos fundidos, en su visión mercantilista de la globalización, en las transnacionales expandiéndose “generosamente” por todo el globo, y en las invasiones militares norteamericanas y de la OTAN por medio mundo. Me puse a elaborar la lista de países invadidos, pero es interminable.
A nivel nacional, cuanto más nacionalistas, xenófobos, racistas, más de derecha son. Es una constante.
La izquierda se definió desde su teoría, la de “proletarios del mundo uníos”, hasta las campañas de solidaridad con los pueblos agredidos e invadidos, o con los países que soportaban dictaduras. Eso sí, siempre y cuando no fueran dictaduras del proletariado. Hoy mismo no rigen los mismos principios “internacionalistas y solidarios” con pueblos que sufren gobiernos antidemocráticos y fallidos desde el punto de vista del respeto de las libertades, de la economía y la calidad de vida de sus habitantes. En ese caso, algunas izquierdas siempre le encuentran una explicación. Es un límite muy grave a un verdadero internacionalismo.
El nacionalismo soviético, exacerbado durante décadas, fue una marca en el orillo de otra parte de las izquierdas, no solo por los soviéticos, sino por la inmensa mayoría de los comunistas. Y luego hubo otros nacionalismos.
Pero hay otros casos. Ya hace más de 20 años que en América Latina, se eligen gobiernos de izquierda y en todos los casos tuvimos y tenemos una liturgia integracionista, solidaria, pero en concreto la integración, la utilización conjunta de los recursos humanos, económicos, comerciales y sociales para avanzar juntos en este mundo totalmente contradictorio donde los defensores del libre mercado y del mercado en general, lo atraparon, lo encerraron en decenas de cercos normativos comerciales y por ello han surgido los TLC y todo tipo de acuerdos regionales y parciales. Había más libertad de mercado a principios de la revolución industrial y del siglo XX que ahora, que estamos plagados de siglas de todo tipo que no son otra cosa que una red de limitantes al libre comercio.
En América Latina y del Sur hemos perdido décadas sin avances significativos ni en materia de comercio, de infraestructuras, de grandes proyectos productivos, de investigaciones y educación conjunta y de libre circulación entre nuestros países. Lo que sí circula muy libremente es el narcotráfico, los pasaportes truchos, los sicarios que asesinan a un fiscal paraguayo de vacaciones en Colombia, por parte de asesinos a sueldo colombianos y cuyo autor intelectual es un uruguayo. Eso sí que es integración. Para no hablar de las corrientes multimillonarias de tráfico de estupefacientes entre nuestras naciones y, de paso, hacia otros continentes.
Para no hablar de un hecho que obliga a una visión regional, la lucha contra el peor flagelo de la delincuencia, el tráfico de drogas, vinculado al tráfico de armas y el lavado en gran escala de activos y también el tráfico de personas. Esa es una integración regional que debe cambiar de calidad y que es obligatoria.
La historia y la historiografía, el folclore, nuestra literatura y en general muchas manifestaciones artísticas y muchos discursos, demasiadas palabras y pocos hechos, hablan y nos recuerdan la gesta de nuestros próceres de la independencia, nuestra lucha en común contra la opresión colonial y nuestras aventuras en construir nuestras patrias independientes, sus identidades y su historia atormentada.
Pero ahora no logramos, prácticamente, avances significativos, importantes, constantes en nuestra integración, no como un conjunto reiterado de discursos, sino de políticas nacionales sumadas, inteligentes y audaces en el uso de nuestros recursos. Queda el mito, el canto, las palabras y poco más.
Es cierto que tenemos diferencias importantes, forjadas o construidas a la fuerza por más de dos siglos de nuestras identidades nacionales, pero también en todos los casos hemos afrontando problemas comunes, con diferente intensidad. El primero es nuestro retraso en el desarrollo. No en todos lados estamos igual, pero las diferencias entre nuestros países son muy inferiores a las que tenemos en todos los campos con los países del norte, en materia de desarrollo, en más profundo sentido de la palabra.
¿No será hora de que desde las izquierdas, que somos también diferentes, demos señales y hagamos esfuerzos para un cambio cualitativo en la integración y la cooperación entre nuestros países y pueblos?
¿No será hora de que dentro de nuestros países no tengamos una visión restrictiva y sectaria y comprendamos que, si hay un terreno fértil donde plantar las semillas de las políticas nacionales, de Estado, seguidas y continuadas por los diferentes gobiernos, ese es el de la cooperación y la integración?
¿No deberíamos cambiar de velocidad y de profundidad, incluso la elaboración intelectual, conceptual, sobre los procesos integradores y el potencial que tienen en nuestro desarrollo y la necesidad imperiosa de lograr avances concretos y valiosos para nuestros pueblos?
Unos construyeron su Unión en base a su experiencia de siglos de guerras en su continente, que masacraron a sus pueblos y a pesar de que ahora estén en una fase de decadencia y cometimiento a los EE.UU. con ayuda de la invasión rusa a Ucrania, otros en Asia se proyectan como un gigantesco polo de desarrollo en base a la competencia, pero también a la cooperación, y parten de historias milenarias totalmente diferentes.
En América Latina y el Caribe independiente tenemos la posibilidad, pero sobre todo la necesidad, de gobiernos, de líderes, de políticas, de estudio e investigación, de audacia e inteligencia para avanzar de forma constante y permanente en la integración. Debería ser un signo distintivo, no una integración sectaria. Al contrario, creando una conciencia social, cultural, política e institucional lo más amplia posible entre todos los países.
No es cierto que el pragmatismo de que los países no tienen amigos, sino solo intereses, sea una doctrina sin ideología. Es ideología reaccionaria pura y es retrograda, no ha dado resultado en ninguna parte del mundo.
«A partir de su génesis, América siempre fue símbolo de diversidad, desde el norte al sur, del este al oeste, por sus climas, paisajes, relieves, más tarde por las costumbres, forma de vida, raza de su gente. Aún así siempre estuvo unida, integrada territorialmente, como dos hermanas que protegen a una tercera más pequeña. Entonces, ¿por qué no seguir fomentando esa integración estimulando los mejores sentimientos del ser humano? ¿Por qué no crear una gran región que pueda compartir el comercio, trabajo y demás beneficios para la persona? Sólo así lograremos una gran América». Por Viviana Bernal (Argentina).