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Escribe Esteban Valenti

Opinión | Morir de a poco: con cada partida, nos quedamos un poco más solos

La pérdida de seres queridos nos pone a reflexionar. Vivimos por los que quedan y llevamos, a cada rato, la compañía de los que no están.

12.10.2022 09:40

Lectura: 5'

2022-10-12T09:40:00-03:00
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“Es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites

Gabriel García Márquez, El amor en los tiempos del cólera

Que frase más hermosa y que resumen total de esa novela que tanto ha influido en mi visión del amor y por lo tanto de la vida y de la muerte. Aunque coincido solo parcialmente con esa frase, me sigue emocionando e impulsando más allá de los límites de mi vida, para comprobar si es verdad.

Cada año que pasa me voy muriendo un poco, no por razones biológicas, por la edad o por la desmemoria, sino por las soledades, las ausencias. Y lo peor es que muchas veces le temo a la vida, a sus desgraciadas sorpresas. Me han afectado mucho últimamente.

El otro día se murió un gran amigo, con el que compartí aventuras durante muchos años y en diversos países, en una época en que las aventuras abundaban y eran plenas. Se fue Agustín. Era un domingo primaveral y era otra muerte sumada a las de tantos entrañables amigos que se han ido  en cada vuelta de este carrousel inexorable y me dejaron, nos dejaron más solos. Y después de la muerte de mi hijo Pablo y mi hermano Giorgio, todo ese enorme territorio de las ausencias se ha hecho muy diferente, más oscuro y triste.

Esta misma semana nació mi tercer bisnieto, Francesco. Las contradicciones y compensaciones de nuestra existencia.

Seguramente esto le sucede a todos, hay que vivir en una soledad absoluta para que la muerte de tu familia, tus amigos, tus compañeros no te deje esa sensación creciente de soledad irremediable y de temor. Es que las partes de tu vida que compartiste con ellos ya no serán nunca más posibles. No son sustituibles.

Los que tenemos una larga vida y en particular los que hemos tenido muchos amigos y compañeros por nuestras actividades, nuestros peligros, aventuras, proyectos compartidos, fracasos y trabajos, estamos expuestos a que las pérdidas sean más frecuentes y la vera de nuestro camino está sembrada de muchos recuerdos, demasiados, y que a veces me agobian.

La soledad agobia. No estar solo no es únicamente verse y compartir cosas con diversas personas, es un tipo especial de contacto en el que se construyen recuerdos conjuntos, irrepetibles. El amor, aún con el pasar de los años, es la fuerza más poderosa para espantar a la soledad. Por ello es tan difícil de conservar, y el peor enemigo del amor es la costumbre, la resignada costumbre de compartir sin pasión, sin amistad, sin futuro. Yo estoy muy bien acompañado.

Otro remedio es el humor, el que se zambulle en nuestro interior y nos devuelve instantes de alegría, de una mirada irónica sobre las cosas, los personajes, nosotros mismos.

También el cariño y la amistad de la familia son fundamentales. La amistad de los amigos y compañeros: y yo soy un privilegiado.

Pero las ausencias, que en estos años se me han acumulado, de personas de muy diferentes edades, me van dejando cada día más solo, mas aferrado a mis afectos y a mis recuerdos. Vivo dos vidas, la actual, la de todos los días, las horas, las noches; y la otra, la de los recuerdos y la imaginación. No podría encerrarme en el estrecho círculo de mi actualidad, de la realidad, necesito el gran espacio de mi pasado compartido y muchas veces de un futuro ya imposible.

Los recuerdos queridos. Los llevo prendidos al alma para poder afrontar este presente, estos miedos, y construir pequeñas esperanzas nuevas. La lista de esos recuerdos, esos rostros, esas voces, son tantos y están tan presentes que a veces me aturden, me llenan de nostalgias y de dolores.

Me faltan ustedes, queridos. No me atrevo a hacer una lista, ni lo intento, prefiero tenerlos en esa nebulosa vertiginosa de historias, de las luminosas o de las otras. Todas forman el tejido de mi existencia.

La muerte no es solo un instante irremediable en la que cesan las funciones vitales. Esa es una muerte. Está la otra, la soledad, la de perder en la oscuridad de sus muertes, las de los seres queridos que nos dieron vitalidad e ilusiones generosas. Siempre quedan algunos acompañándonos, pero los otros que se van sumando, son demasiados, abruman sus recuerdos.

Es por los que quedan, los que nacen, los que me sonríen, me abrazan, me quieren, me discuten, me enfrentan o me acompañan y me ayudan a recordar, que sigo prendido a este tránsito pasajero.

Mis recuerdos no son solo ustedes, mis queridos muertos y mis amados vivos, son también mis proyectos, incluso los fracasados, mis libros, mis canciones, mis películas, mis imágenes, mis emociones.

No escribo porque estoy particularmente, singularmente, triste, sino porque necesito ejercitar mi capacidad de recuperarme, de levantarme y seguir caminando, navegando junto a ustedes, los que me soportan y los que me leen.

Aún con el máximo esfuerzo y parafraseando a Galeano, yo camino un paso y tu dos, vuelvo a caminar cuatro pasos y tu caminas ocho, yo insisto hasta los veinte pasos y tu alcanzas mil pasos. ¿Y para qué sirve la utopía? Sirve para caminar. Pero es duro asumir que nunca la alcanzaremos.

Esta nueva conciencia de nuestros límites está en la base de esta nueva época.


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