No pretendo hacer un aporte teórico sobre un tema que ha sido parte fundamental del debate de las ideas políticas e institucionales de los últimos siglos, varios. Porque la monarquía tuvo y tiene diversos nombres, estructuras institucionales y tradiciones culturales. La república tiene apenas 250 años, la monarquía milenios.
En estos días a raíz de los largos funerales de la Reina Isabel II de Gran Bretaña y otras 11 naciones, de la agobiante cobertura periodística y de que de una u otra manera estamos hablando de los últimos 70 años de un personaje que por diversos motivos ocupó un lugar en la vida política internacional, se podría decir que ese choque entre dos sistemas de gobierno y dos culturas se ha avivado. Incluso en Gran Bretaña donde la reina convocó a enormes multitudes a su despedida, reaparecieron, o mejor dicho volvieron a manifestarse, sectores republicanos.
En Europa, asumido por muchos como la cuna de la democracia y la república, hay varios países que tienen un o una monarca: España, Gran Bretaña, Luxemburgo (Gran duque), Bélgica, Países Bajos, Dinamarca, Noruega, Suecia, Ciudad del Vaticano, Liechtenstein y Mónaco.
En toda África, y a pesar de su largo pasado colonial, hay solo dos reinos: Suazilandia (Eswatini) y el reino de Lesoto.
Asia tiene más monarcas absolutos que cualquier otro continente del mundo: Reino de Baréin, de Bután, Brunei, Camboya, Japón, Jordania, Kuwait, Malasia, Omán, Catar, Arabia Saudita, Tailandia y Emiratos Árabes Unidos (Abu Dhabi, Ajmán Sarja, Dubái, Ras al- Jaima, Unm al- Qaywayn, Futaira). En Malasia, a pesar de designar el Jefe supremo (Yang di-Pertuan Angog) por cinco años, los gobernantes hereditarios son nueve: Estado de Negeri Sembilan, de Perlis, Sultanato de Selangor, de Terengganu, de Kedah, Kelantan, de Pahang, de Johor y Sultanato de Perak.
En Oceanía, Australia y Nueva Zelanda y las Islas Pitcairn, Henderson, Ducie y Oeno, Papua Nueva Guinea y Tuvalú tienen como jefe de Estado al Rey de Gran Bretaña.
En América y el Caribe, además de Canadá, Jamaica, Bahamas, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas y Belice. Varios de ellos han iniciado procesos de independización y Barbados decidió el 30 de noviembre que la Reina Isabel II ya no sería más su monarca, por lo que es la más joven república del mundo. Luego de un periodo de transición, Barbados se convirtió en una república parlamentaria el 30 de noviembre de 2021.
Sumando a los estados observadores, el número de países que integran la ONU son 195, (Palestina no está reconocida como estado soberano por algunos miembros del organismo). En relación a este número de estados, las monarquías son una minoría, pero siguen siendo un número relativamente importante, sobre todo por los países donde gobiernan. Obviamente no se trata principalmente de un tema de porcentajes o de números. Es notorio que el número de regímenes monárquicos se ha reducido en forma constante a lo largo de la historia. Hace pocos siglos eran la inmensa mayoría de los gobiernos en el mundo.
Lo característico de todos estos reinos es sin duda su carácter hereditario y la pompa y la etiqueta que los distingue. Gran Bretaña ha dado en estos días una demostración impresionante de pompa, de estricta observancia a la etiqueta, con episodios que ocupan los titulares de la prensa, como el uso o no del uniforme militar por parte del nieto de la reina Guillermo, que por otro lado participó de las operaciones militares en Afganistán. La cantidad de medallas y condecoraciones en el uniforme del nuevo Rey Carlos III es impresionante y ninguna de ellas corresponde a su participación directa en operaciones militares. Es protocolo e intercambio con otros reinos.
La pompa como es notorio, si se la compara con el casamiento de Isabel II y la posterior coronación como Reina, han tenido pocas variantes. El argumento aplastante que utilizan los monárquicos, que son mayoría en el Reino Unido, es el apoyo mayoritario de la población. Desde que existe el país, no conocen otro régimen que una monarquía.
Para los latinoamericanos, y a pesar de episodios “reales” en Brasil y en México y algunos libertadores que propusieron designar un rey a la cabeza de los países independizados, nos resulta una lejana realidad institucional, cultural e ideológica. Porque la monarquía comporta un sentido de superioridad para una familia dinástica, que por más que se someta a la Constitución y al parlamento, sigue distinguiendo un reducido grupo a la cabeza del estado y de nobles. Es un resabio del pasado, embellecido por la modernidad, pero con aspectos absurdos.
El cargo supremo se sucede en riguroso orden dinástico, a menos que alguien decida renunciar. Las capacidades, integridad y cualquier otra virtud o defecto no tienen importancia. El cargo se hereda y aún rodeado de otra ola de pompa como la que veremos cuando asuma Carlos III, sigue siendo una ceremonia superada por la historia y por la república. Ya estalló la polémica en Gran Bretaña sobre el novel monarca.
A todo esto se suma el enorme costo que soportan los estados (es decir esos pueblos) para mantener las casas monárquicas, en algunos casos como en los países Árabes, con cifras de delirio, como si todo el país fuera de su propiedad. Se argumentará que en algunos países, Gran Bretaña en primer lugar, la monarquía, sus palacios, sus castillos, sus ceremonias, son una gran atracción turística. Resulta un argumento ridículo, lo absurdo de que una familia detente y se renueve por herencia a la cabeza de un Estado, aún con todos los controles constitucionales, no puede justificarse como atracción turística.
Esos países, algunos en Europa como los más avanzados del mundo en materia social y de libertades, no dejan de ser un anacronismo, instituciones ancladas en el pasado, en los que una porción del poder queda reservada, mientras tengan herederos, a una familia. Algunas de esas familias, como por ejemplo la de Japón, con directas responsabilidades en la Segunda Guerra Mundial y que se ha mantenido en el trono desde el emperador Hiroito.
Las repúblicas seguramente serán criticadas por muchos defectos, no todas son iguales, unas cuantas esconden regímenes perversos y poco democráticos, pero son el resultado indiscutible del avance de las instituciones humanas hacia formas más justas, más equilibradas y sobre todo más actuales en el ejercicio del poder. La cultura y las virtudes republicanas representan el más avanzado estadio del desarrollo de nuestra civilización. Y los hombres y las mujeres que contribuyeron con su esfuerzo, su sacrificio, sus ideas y su atrevimiento al desafiar al poder absoluto o a los monarcas son lo mejor que ha dado – en sus grandes diferencias y hasta contradicciones – la humanidad y la política.
Nada tiene que ver la simpatía, la capacidad de comunicación, la postura y todas sus variantes, para justificar la existencia de monarcas en pleno siglo XXI.
La historia de la República a partir de la Revolución Francesa¸ deponiendo el reino de los Luises, es de las páginas más maravillosas de la historia universal, un cambio incomparable en la vida de las naciones y de sus habitantes.