Diego M. Raus
Latinoamérica21
Un estudio reciente del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina, un instituto que viene trabajando hace más de dos décadas en esta regresiva cuestión social y cuyos resultados no difieren en demasía de las estadísticas oficiales, publicó que en el país el 61% de los niños, niñas y adolescentes (entre 0 y 16 años) se encuentran bajo la línea de la pobreza. Que el 59% de esa población infantil y adolescente reciben alimentación gratuita. Que la inseguridad alimentaria de esa población aumentó un 44% entre 2010 y 2022. Y que el 40% de esos niños no tienen acceso, en sus hogares, al agua de red. Este escenario de regresividad social fue increscendo desde 2009, aliviado entre 2011 y 2012, para luego dar paso a este camino al precipicio.
Si se sale de las estadísticas, se configura un escenario donde ya en más de una generación de argentinos, y residentes en el país, más de la mitad de la población ha visto menguar progresivamente sus condiciones de vida, sus expectativas de futuro y, peor aún, las expectativas de sus hijos.
En este escenario, ¿cómo va a asombrar la elección de Javier Milei? Se esperaba que en las primarias abiertas se ubicara tercero, detrás de la principal oposición al oficialismo —Juntos por el Cambio— y de la coalición de gobierno —Unión por la Patria—. Sorpresivamente, Milei, sin estructura partidaria ni elenco político conocido, se ubicó primero con el 31% de los votos, seguido de JxC con el 28,5% y de UxP con el 27%. Reitero, solo con su figura.
Para empezar a entender este resultado, hay que apuntar lo siguiente: Milei no ganó por lo que dijo, sino por cómo lo dijo.
La campaña casi unipersonal de Milei, inscripto claramente en lo que se empieza a conocer hace algunos años como las corrientes libertarias, se basó en dos elementos: propuesta de dolarización, como modo de resolver la estructural y crítica situación económica del país, y el repudio a la casta, simbolizando en este concepto a toda la clase política argentina. Pero todo esto dicho a los gritos, con gestos furiosos, con insultos y con una descalificación absolutamente despectiva de la política tradicional. Fue este cómo más efectivo que el qué.
Esa rabia y esa descalificación interpretaron, y convocaron a las urnas, a un sector de la población que está tan enojado como él. Que rabia de descontento por no poder resolver sus dificultades cotidianas. Que está cansado de promesas, pero más aún de consignas vacías que derraman los partidos y los políticos. Que se retuerce ante discursos políticos que parecen hablarse a sí mismos y a quienes los producen. Que ya no cree. Definitivamente, no cree.
Habrá que analizarlo con más detalle, pero queda bastante claro después de estas primarias que el voto a Milei provino especialmente de jóvenes de sectores populares, dependientes de la precaria economía informal, habitantes de barrios postergados con una infraestructura más que deficiente y rodeados de iguales, tan marginados, desigualados y carentes de esperanzas entre ellos al punto de configurar netamente una situación política por fuera de la política representativa.
El más que inesperado resultado de las primarias del 14 de agosto, incluso para La Libertad Avanza, la estructura política inscripta por Milei para estas elecciones, que festejó el resultado de manera coherente con la sorpresa que les produjo, encontró a una oposición de Juntos por el Cambio que ya se preparaba para un triunfo contundente, dividida y enfrentada de mala manera en su fuero interno, hecho que los catapultó al segundo lugar con al menos entre el 10% y el 15% menos de los votos esperados (y que las encuestas, cada vez más fallidas, pronosticaban).
El resultado también dejó mal parado al oficialista —kirchnerista— Unión por la Patria, que, si bien no esperaba, salvo milagro, ganar las PASO, tampoco esperaba salir tercero —al punto de no entrar en el ballotage de octubre si se repitieran estas posiciones— ni obtener un porcentaje de votos claramente menor al que preveían las encuestas.
Quedó —raro en la política electoral argentina— un camino hacia las presidenciales de tres tercios. Pero tres tercios que se rechazan mutuamente, de los cuales dos no están dispuestos, como generalmente ocurre en sistemas electorales de la región, a realizar ciertos acuerdos, trasladar preferencias y votos a fin de derrotar a uno de ellos. Los tres tercios de estas PASO rumbo a octubre son innegociables porque representan claramente tres posturas diferentes y antagónicas de las expectativas electorales de los argentinos.
Lo novedoso es el tercio de Milei. Tiene dos fortalezas que le darían, parecen decir los primeros focus groups, más ventajas en octubre si se mantienen el panorama y las expectativas actuales. La primera es que ganó sorpresivamente, y eso implica un camino abierto para sus votantes, para los votantes de partidos que quedaron afuera de octubre y, sobre todo, para los que no fueron a votar por desencanto y enojo. La segunda es el hecho de haber dado en la tecla y haber interpretado a sectores sociales, reitero, absolutamente enojados y descontentos, al punto que gran parte de ellos no hubieran ido a votar de no tener la opción Milei.
Por eso, y que quede claro: Milei ganó por cómo dijo ciertas cosas, más que por las cosas que dijo.
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