“Quiero agradecer al pueblo brasileño. Sobre todo, quiero darles las felicitaciones a quienes me votaron, porque me considero un ciudadano al que intentaron enterrar vivo y estoy aquí” .
Con esta frase Lula sintetizaba gran parte de las peripecias vividas en los últimos años hasta lograr su gran triunfo en segunda vuelta. Una campaña electoral que fue durísima y tuvo de todo, que no escatimó en insultos y golpes bajos, llegando a extremos de denunciarse una acción del Poder Ejecutivo tendiente a impedir que ciertos ciudadanos del nordeste pudieran trasladarse a votar. En Brasil, pudo verse una derecha dispuesta a todo para impedir que la izquierda volviera al gobierno. Todo eso, a pesar de que Lula ya había dado muestras claras de solvencia a la hora de gobernar, logrando resultados económicos y sociales que marcaron un antes y un después en la historia del país norteño.
Lula no es un recién llegado, de hecho fue electo presidente de Brasil por tercera vez en la historia democrática de ese país, luego de dos gobiernos exitosos, con amplios niveles de apoyo y altos guarismos de popularidad. Durante sus gobiernos, Lula sacó a más de 30 millones de habitantes de la pobreza, incrementó el acceso a las universidades a sectores que fueron segregados durante décadas, amplificó las políticas sociales, impulsó la Integración Latinoamericana y convirtió al país en un jugador global integrando los BRICS y desplegando un protagonista papel en los Organismos Multilaterales. Lula logró crecimiento económico y proyección internacional con justicia social, demostrando que es posible crecer y repartir al mismo tiempo.
Pero, a pesar de todos los logros, el gobierno del PT no iba a salvarse del karma de tener una derecha rancia y antidemocrática, dispuesta a todo con tal de recuperar las riendas del gobierno. Así las cosas, en el tercer gobierno del PT, con Dilma en la presidencia, comienza la llamada operación Lava Jato. Investigación que, en principio, buscaba investigar varios hechos de corrupción pero que degeneró en una maquinaria plagada de abusos y atropellos por parte de jueces y fiscales, contra diferentes líderes políticos y sociales. En esa andanada, salieron a incriminar a muchos hasta llegar a Lula, condenándole a 12 años de cárcel, con pruebas endebles y a manos del Juez Moro, un magistrado que demostraría luego que no tenía ni un ápice de imparcialidad.
Lula terminó estando 580 días encarcelado y proscripto de toda actividad política, buscando desprestigiarlo y aniquilarlo políticamente. Tanto sectores políticos, sociales y sindicales así como personalidades de todo el mundo, apoyaron, visitaron y reclamaron su liberación, manteniendo de forma central, una fuerte lucha y una incansable movilización. Una lucha que termina poniendo al descubierto una trama perversa que buscó proscribirlo, para así allanarle el camino a Jair Bolsonaro que terminó ganando la Presidencia de la República en el año 2019.
Sin embargo, mucho antes, los gobiernos del PT habían logrado grandes cambios en Brasil. Durante sus tres mandatos, millones de personas salieron de la pobreza y se aplicaron políticas públicas de mayor justicia social con participación y presencia del Estado.
No podemos ignorar la complicidad entre los medios de prensa y funcionarios judiciales, fiscales y jueces, que iniciaron campañas mediáticas de persecución y ataques contra personalidades políticas, fundamentalmente de izquierda.
Una campaña que se puso como meta socavar su credibilidad y desprestigiar a los militantes políticos de izquierda, judicializando acciones políticas (lawfare) y dando apariencia de legalidad a procedimientos dirigidos a trabar políticas públicas y neutralizar a los opositores. De hecho, estas acciones no fueron aisladas y se han repetido en otros lugares del continente, donde también se pusieron como meta recuperar las riendas del gobierno a cualquier precio.
Con el triunfo de Lula, quedó derrotada la táctica empleada en Brasil como arma de guerra que buscó -con sadismo y ensañamiento- llevarlo a la cárcel e inhabilitarlo como dirigente popular de masas. Los millones que lo votaron, principalmente procedentes de los sectores más pobres de Brasil, le reconocen legitimidad y credibilidad suficientes como el líder que garantizará que se consoliden y profundicen la democracia y la paz para la reconstrucción de un Brasil sin violencia ni autoritarismos.
De esta manera, la victoria de Lula cobra un enorme valor tanto dentro como fuera de Brasil. A nivel interno, las condiciones en las que se desarrolló la campaña electoral fueron extremadamente duras y en algunos casos, adversas. No podemos olvidar la violencia desplegada en las calles, la persecución y hostigamiento a quienes se identificaban con Lula. Hubo agresiones personales, pero también hubo asesinatos de militantes, buscando amedrentar a los votantes e infundir miedo. También habrá que observar el papel que cumplieron las milicias paramilitares como parte de esa espiral de violencia durante la campaña.
Otro factor que condicionó la campaña electoral fue el reparto de 15 mil millones de dólares para compra de votos, la proliferación de campañas falsas, como las que difundían el cierre de iglesias y persecución a pentecostales. Se incentivó el acoso patronal, hubo reparto de bonos o víveres a personas vulnerables y para colmar el vaso con ilegalidades, el propio día de elecciones, se realizaron los mencionados controles en las Rutas en el nordeste de Brasil, dificultando la circulación o demorando durante varias horas a los ómnibus que trasladaban votantes.
Además, las tensiones continuaron incluso luego de que finalizara el conteo de votos. Los días siguientes, estuvo el silencio de Bolsonaro que se negaba a reconocer la victoria de Lula y comenzó el bloqueo de carreteras por parte de los bolsonaristas, presionando en la puerta de los cuarteles pidiendo la intervención militar ante rumores de fraude. Sin embargo, la tensión fue bajando y las partes comenzaron los diálogos para encaminar la necesaria transición.
El triunfo de Lula fue muy relevante y significó un alivio para muchos países de la región y el mundo. Lo acreditan los numerosos e inmediatos saludos de gobernantes de las principales potencias mundiales, como Estados Unidos, Francia, China, Rusia y Alemania, así como de países latinoamericanos como Colombia, México, Argentina, Venezuela y muchos más.
Pero, a pesar de ello, el contexto mundial en el que asume es muy distinto al de aquel lejano 1º de enero de 2003. Este se produce en un contexto internacional diferente, donde se han recrudecido las rivalidades y competencias entre Estados Unidos con respecto a China. Se desarrolla además una guerra entre Rusia y Ucrania, que ha llevado a todas las potencias occidentales a alinearse contra Rusia, obligando a los países del resto del mundo, (países en vías de desarrollo), a tomar partido y situarse de un lado o de otro.
A nivel regional, el contexto latinoamericano tampoco es el mismo. Los países latinoamericanos nos encontramos dispersos, divididos, con poca coordinación y poco comercio intrazona. Para la mayoría de los países de América Latina el principal socio comercial es China, por ser éste país-continente el principal comprador de productos o materias primas que se producen en nuestra región. En el anterior período o ciclo progresista, avanzamos en la creación y desarrollo de organismos de integración como fueron la CELAC o la UNASUR; avanzamos en varios aspectos en el MERCOSUR (como el Mercosur social, el Mercosur ciudadano, etc); no concretamos el Banco del Sur pero se trabajó por ese objetivo. Se avanzó en numerosas áreas en UNASUR, que funcionaban e implementaban acciones concretas en Defensa, Seguridad, Salud, por ejemplo. Fue una herramienta efectiva y rápida ante crisis políticas e intentos de golpes de Estado en países de nuestro vecindario, cumpliendo un papel muy importante en momentos críticos y de interés colectivo. Sin embargo, todo eso se fue desarticulando en la medida que fueron derrotados electoralmente los diferentes gobiernos progresistas del continente. Por tanto, este es un debe no solo para Lula sino para el resto de los países latinoamericanos.
El reciente triunfo de Lula, aunque las condiciones económicas a nivel global no sean auspiciosas y el contexto internacional genere grandes incertidumbres, nos da certezas e inspira confianza en que podrá volver a liderar y a generar un contexto más auspicioso a nivel regional. Podremos retomar la senda de la Integración real entre nuestros países, retomar proyectos y descartar o evitar cometer viejos errores, para revitalizar organismos regionales y legitimar ámbitos de decisión. Brasil es integrante de los BRICS y varios países piden ingreso a dicho organismo, entre ellos está Argentina como nuevo y posible integrante, lo que nos hace preguntarnos, qué implicancias y papel tendrán Brasil y Argentina en los BRICS y qué beneficios o problemas tendrá para Uruguay.
Faltan dos meses hasta el 1º de enero, cuando asumirá Lula y el gran frente conformado para gobernar Brasil. Uruguayos y latinoamericanos, soñamos con la conformación de un gran bloque regional, reconocido y respetado en el contexto mundial, que permita avanzar en proyectos de infraestructura, energía, educación, tecnología, salud y otras áreas que garanticen el desarrollo de todos los países socios.
El triunfo de Lula alimenta la esperanza latinoamericana de que sabrá liderar ese proceso de integración y cooperación entre nuestros pueblos y gobiernos.