Eloisa Lasso De Paulis**
Latinoamérica21

Hace millones de años, un meteorito acabó con el 75% de las especies del planeta, incluyendo los dinosaurios. Hoy estamos en medio de otra extinción masiva, pero esta vez el meteorito somos nosotros: los humanos.

Una extinción masiva ocurre cuando un gran número de especies de distintos reinos desaparecen en múltiples regiones en un corto tiempo geológico. Actualmente, la tasa de extinción es mil veces mayor de lo que sería sin la intervención humana.

Cuando pensamos en especies en peligro, rápidamente visualizamos osos polares, jaguares o ballenas. Pero, ¿alguna vez pensamos en plantas? Probablemente no, y esto tiene un nombre: “ceguera vegetal”. Esta incapacidad para ver y conectar emocionalmente con las plantas ?no son peluditas ni nos miran con lindos ojos? nos hace ignorar que ya ha desaparecido casi el doble de especies de plantas que de mamíferos o aves. Es hora de cambiar la narrativa y reconocer a los “osos polares” del reino vegetal, antes de que sea demasiado tarde.

Los servicios esenciales de las plantas que pasan desapercibidos

¿Por qué deberíamos preocuparnos? Sencillo: imagina un mundo sin chocolate o café. Imagina una fiesta sin tequila o ron. Piensa en un paisaje sin plantas. ¡O sin música! Sí, el material del que están hechas las guitarras, maracas y tambores viene de plantas. Imagina quedarte sin comida, o, más grave aún, sin oxígeno. Todo eso sería un mundo sin plantas. Y muchas de ellas, como el cacao, ya están en riesgo debido al cambio climático y la deforestación.

Esta tormenta de extinción no solo amenaza con eliminar alimentos y productos que valoramos, como el chocolate o el café, sino que también provocará una homogeneización de la flora mundial. Esto resultará en la pérdida de ecosistemas y de servicios esenciales que nos proporcionan.

Las plantas, a menudo sin que lo notemos, nos proveen de una vasta cantidad de servicios. Los bosques de manglares, por ejemplo, nos protegen de huracanes y tormentas. Los árboles de los bosques absorben agua del suelo y la transpiran en forma de vapor; liberan miles de litros diarios, creando los llamados “ríos voladores” que transportan el agua necesaria para que llueva en nuestros cultivos, lagos y reservas. Además, las flores sustentan a comunidades de polinizadores, sin los cuales no podríamos producir los frutos y vegetales que consumimos. Las raíces de las plantas retienen el suelo, reduciendo la erosión, y sus hojas nos proporcionan sombra y absorben CO2 de la atmósfera, regulando el clima.

Realmente solo conocemos la punta del iceberg porque solo entendemos bien las especies que usamos, y estas representan solo una octava parte de las aproximadamente 400.000 especies de plantas que han sido descubiertas. Sin mencionar las especies que no hemos descubierto aún y están viviendo en el silencio de los bosques, y quizás desapareciendo antes de que las conozcamos. Algunos científicos han estimado que habría alrededor de 100.000 especies por descubrir. Algunas podrían tener el potencial de curar el cáncer, o incluso ser claves para sobrevivir en otros planetas, pero corremos el riesgo de perderlas sin siquiera saberlo.

La Lista Roja de la UICN: un barómetro de la biodiversidad

Saber cuántas se han extinto o cuántas están en peligro es un desafío monumental. Muchas especies solo han sido colectadas un par de veces; están en herbarios y por eso sabemos que existen. Pero poco sabemos sobre su estado en la naturaleza o sobre su vulnerabilidad ante el cambio climático, o sobre el estado de las otras especies de las que dependen. En estos momentos, una retroexcavadora podría estar destruyendo los últimos individuos de una especie vegetal única. Es una carrera contra el reloj.

Aquí es donde entra la Lista Roja de la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza), que funciona como un barómetro de la biodiversidad. Así como un barómetro mide los cambios en la presión atmosférica para predecir tormentas, esta lista mide el estado de las especies del planeta, alertándonos cuando la presión de la extinción está aumentando. Sin embargo, hasta ahora solo se han evaluado unas 71.000 especies de plantas de las casi 400.000 que hay en el planeta. Es decir, ¡solo el 18% ha sido evaluado! De ese pequeñísimo grupo de plantas evaluadas, unas 27.000, el 38%, está bajo alguna categoría de amenaza. O sea, el barómetro nos indica que ya estamos en medio de la tormenta.

El funcionamiento de los ecosistemas depende de la interacción de muchas especies. Perder algunas puede desencadenar extinciones en cadena si otras plantas o animales dependen de ellas. Pretender salvar solo una especie, o unas pocas, es como intentar salvar a un paciente solo cuidando el corazón y los riñones, pero dejando morir el hígado y los pulmones. A largo plazo, esa estrategia no funcionará.

El cocobolo: una especie al borde de la desaparición por la sobreexplotación y el tráfico ilegal

En América Latina solo se ha evaluado una pequeña fracción de la flora. En países como Argentina y Chile, menos del 10 %; en la mayoría de los países, menos del 25 %. Incluso así, varios países tienen más de 1.000 especies amenazadas. Es imperativo acelerar los estudios para conocer qué otras especies están en peligro.

Un ejemplo en la región es el del cocobolo (Dalbergia retusa), cuya madera rojiza y veteada se ha utilizado para fabricar muebles finos, artesanías y hasta instrumentos musicales. Debido a la alta demanda de su valiosa madera ?un árbol puede costar hasta 10.000 dólares?, el cocobolo ha sido explotado intensamente. Además, la expansión de la agricultura y la ganadería ha reducido significativamente su hábitat, el bosque seco. Se estima que se ha perdido más del 80 % de las poblaciones de cocobolo. Si no tomamos medidas urgentes, esta especie podría desaparecer.

En un esfuerzo por evitar la sobreexplotación del cocobolo, esta especie fue catalogada como en peligro crítico en la Lista Roja de la UICN y protegida bajo el Apéndice II de CITES (Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres), lo que regula su comercio. Esto significa que se requiere un permiso especial para exportar su madera. Sin embargo, la tala y comercio ilegal sigue amenazándola. Por ejemplo, en Panamá hay redes criminales dedicadas a su tráfico. Solo entre 2020 y 2022 se decomisaron unas 3.000 tucas (trozos de madera) de cocobolo, en el 2023, 300, y hace un par de meses se incautaron cuatro contenedores con madera ilegal. Quién sabe cuántos árboles más se trafican sin ser detectados. Es claro que siguen vaciándose los bosques de cocobolo.

Antes de que sea demasiado tarde

Ante la crisis de extinción que estamos enfrentando, es evidente que necesitamos una combinación de estrategias para garantizar la preservación a largo plazo de nuestros “osos polares verdes”. En el caso de especies de uso comercial, es fundamental regular su explotación y comercialización. Para especies que no conocemos o no usamos, la investigación científica es urgente. Los botánicos deben explorar áreas poco estudiadas para registrar o descubrir especies que aún desconocemos, y contribuir a censar las que conocemos. El estado debe protegerlas. Los ecólogos debemos estudiar sus necesidades y relaciones con otras especies para entender cómo conservarlas.

La preservación de especies en jardines botánicos y bancos de semillas, nuestras “arcas de Noé”, es clave para restaurarlas si desaparecen. Sin educación, investigación y apoyo comunitario y gubernamental no podremos revertir la extinción. Está en nuestras manos decidir si seguimos siendo el meteorito o si nos convertimos en guardianes de la biodiversidad.

* Un texto producido en conjunto con el Instituto Interamericano para la Investigación del Cambio Global (IAI). Las opiniones expresadas en esta publicación son las de los autores y no necesariamente las de sus organizaciones.

** Eloisa Lasso De Paulis es doctora en Ecología. Científica de Coiba AIP, Investigadora Asociada del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales e Investigadora II del Sistema Nacional de Investigación (SNI) de Panamá.