Esta cita lejos de ser elegida con ánimo peyorativo, debe provocar compasión. Y de inmediato, debería expresar correctamente el estado de ánimo de un liberal ante la reiteración del recreado uso de las peores prácticas de la política ya sea para colocar con mucha facilidad ejes falsos al tope de la agenda pública como para soslayar el enorme esfuerzo que deben hacer sobre todo los intelectuales ricos en información para hacerle un lugar a la esperanza en momentos como el actual. Soy optimista pero me comienza a abrumar el agravio cómo método y la displicencia confortable de otros.
En esa línea de reflexiones se empeñaba Tocqueville doscientos años atrás analizando la democracia desde la piscología social. El probablemente mayor observador de la transición del absolutismo monárquico a la democracia sabía bien que la legitimidad y utilidad de la democracia requería algo más que la celebración de su utilidad por defecto. En el centro de sus debilidades estaba y estará siempre el sesgo de interpretación que tienen los representantes políticos de su propia intimidad psicológica y la lejanía con los efectos de los deseos y creencias de sus representados. Desde allí a ahora, la psicología propiamente dicha nos ha ayudado poco.
¡Cuanto necesitamos los uruguayos de este tipo de aportes y provocaciones impuestos desde reflexiones que coloquen en su justo lugar la discusión ordinaria sobre la política! O sea en ese sitio subordinado y limitado.
Y, sobre todo, cuanto necesitamos volver a las fuentes del pensamiento quienes seguimos empeñados en intentar aportar algo en estos lares a la dignificación de la política. En particular quienes desearíamos que esa nueva política y las vías para aproximarnos lo más posible al bienestar social se fundaran cada vez más y con mayor urgencia en la intransigencia republicana. ¿Cómo es posible que se continué esa tortuosa búsqueda de ideologías y teorías por no hablar de programas de "nueva política" sin, al menos, intentar esos abordajes previos? Y la urgencia deviene de un diagnóstico muy esperanzado de la oportunidad casi inédita en su historia. Diagnóstico que -vale subrayarlo- surge mucho más de su calidad institucional y el capital humano acuñado, que de la proyección de los términos de intercambio y demás variables usuales en el comentario diario.
Los miedos y las oportunidades hoy por hoy
Hay una comprensible necesidad de celebrar la calidad de la transición que se está operando; un especial cuidado de impedir que las brechas se ahonden. Ese cuidado se evidencia en la agenda y los discursos de actualidad. Empero, entre torpezas de unos y miedos naturales provocados por los otros, ese cuidado pierde una batalla día a día. Personalmente creo que ese cuidado será vano si prosperan los balances del pasado reciente y, particularmente, será vano si quienes asumieron la responsabilidad de gobernar este país no logran ubicar en el centro de atención una gran esperanza nacional. Lo peor de la actual coyuntura es esa ausencia de un derrame de optimismo fundado. O en otras palabras: lo peor es el desprecio de esos deseos íntimos de una enorme cantidad de gente capaz de multiplicar un derrame de esperanzas. Complementariamente lo peor es también el abandono, la resignación o la victoria de los miedos infundados. Siento que en el fondo, la política se vuelve a ubicar a la defensiva. Así que al menos, intento escribir.
La transición aparece modosa pero descuidada. No está apareciendo ni en la gestión de los cambios de mando ni en la discusión pública la urgencia de algo más que el logro de una necesaria estabilidad económica y muy pero muy poco, de esa convocatoria a la comprensión que se puede, pero en espiral más elevado. Esencialmente lo que no está apareciendo es la oportunidad histórica que se le abre al país para prepararse para vivir lo que bien pudiera ser una década de oro. La ley de Urgencia, el presupuesto quinquenal y alguna reforma como la previsional se esbozan en fundamentaciones de unos y otros reculando; en el mejor de los casos con esta actitud y sin vincular esas políticas a la perspectiva, lo mejor que se pudiera lograr sería la resignada aceptación popular de su necesidad. Nunca, si así siguen las cosas, la ciudadanía logrará vincular la necesidad con la esperanza. En suma nada distinto de lo que enseñaba Tocqueville es la enorme fuerza del deseo de igualdad si se la enfrenta a la libertad. Insensato, falaz, aburrido y peligroso.
La oportunidad histórica tiene sus promesas y, obviamente, sus riesgos. No se trata del valor proyectado de los términos de intercambios ni del costo de financiamiento del desarrollo. La oportunidad es la concentración sapiente de muy pocas políticas públicas; aquellas que se concentren en utilizar plenamente las fortalezas institucionales del país para atraer la radicación de la Inversión Externa Directa de calidad, pero sobre todo un tipo de capital humano que el Uruguay carece. Millones de inversores, migrantes o emprendedores de mucha valía están observando detrás de sus consejeros de inversión o de su mera percepción individual esa oportunidad que tiene este país. Hoy por hoy esa visión de oportunidad está siendo estudiada desde la demanda del capital externo y del propio ahorro nacional colocado en el exterior, a la vista en las instituciones financieras, en los cofres bancarios o caseros. Por un tiempo al menos, el mundo será hostil para los administradores y operadores del capital de millones de ahorristas e inversionistas de riesgo medido. Uruguay es una de las escasas excepciones
El gobierno entrante debe saber que tiene muy poco tiempo para ejecutar políticas públicas que van bastante más allá de los ajustes de las cuentas públicas. Y debe saber que tiene aún menos tiempo para explicar esos ajustes enfrentando la andanada de críticas en el marco de intentos de desestabilización porque así funcionará la cosa.
Cuidado con esa Ley de Urgencia
Cuidado no por los contenidos ni por la urgencia. Cuidado porque esa primera Ley debe ser analizada en sus consecuencias previas a las que pudieran resultar de los efectos positivos o negativos de las normas y reglamentaciones que propone. El problema de la Ley de Urgencia es anterior a ella misma. Veremos en los próximos días pero por ahora la difusión del borrador de discusión articulado minuciosamente ha sido difundida sin un Mensaje en el cual se fundamente el Proyecto de Ley desde una perspectiva de largo plazo, vinculada con valores más que con los artículos en sí que propone. Sin ese tipo de Mensaje y una expresión consecuente del presidente electo, esa Ley correrá una suerte peor de la que aquella que tuvo la "Concertación" Programática del 85. Será agraviada y desmerecida por las corporaciones afectadas mínimamente por sus disposiciones. No habrá pasión ni apelación a las creencias y deseos de los ciudadanos más capaces de comprender su utilidad en el largo plazo y sólo se la analizará desde las dificultades de una inversión de corto plazo. La advertencia de Tocqueville sobre la incapacidad de las grandes mayorías de resignar ganancias de corto plazo frente a la utilidad de reivindicar valores será manejada con mucha facilidad por esas corporaciones y una "izquierda" que imposibilitada de crear sus propias pertenencias, utopías y esperanzas actuará necesariamente por oposición.
Esa carencia que ya demuestra ese Proyecto sin alma y apelación a la esperanza es la mayor preocupación asociada a lo escrito más arriba. ¿No alcanzó la experiencia del macrismo o lo que ha sucedido en Chile para que nuestros representantes honestos entiendan que el éxito de los ajustes o la inversión de largo plazo son dependientes esencialmente de la capacidad de explicarlas por la positiva, ligadas a la creación de una gran esperanza popular?
Madre mía! Expliquen, seduzcan, alienten lo mejor de la gente, anticípense al desagrado y el miedo natural. Los orientales honestos los vamos a ayudar en esa perspectiva o los condenaremos si desestiman esa obligación previa. Lo haremos porque más allá de la necesidad y calidad de los ajustes, un fracaso arrastraría otra vez, ahora en este país, el ya escaso potencial de la esperanza popular que nos queda.
*Toqueville citado por Jon Elster en Piscología Política Ed. Gedisa 1994.