Siempre hubo sectores de la sociedad que simplemente participan el día de las elecciones, pero se mantuvieron al margen de la política. Hay un dato que las encuestas, el olfato, y la visita a algunos barrios muestran en esta oportunidad, un nivel mucho mayor de este fenómeno, en particular situado en las periferias de las ciudades y en los más jóvenes. No solo en la cantidad sino en la calidad de esta distancia.
Todos, políticos, encuestadores, politólogos, periodistas tratamos de analizarlos, de evaluarlos, de entenderlos. No es fácil, son una confirmación más de la fractura seria y profunda de la sociedad uruguaya. Visiten – si pueden – algunos de los barrios de la periferia de Montevideo y verán a cuantos miles de kilómetros están las preocupaciones y sensibilidades de sus pobladores, en particular en los jóvenes menores de 35 años. Incluso el análisis de los gustos musicales, de las preocupaciones cotidianas, de la relación con el empleo, la educación, el deporte (del fútbol) y con fenómenos mucho más complejos como la droga, los han cambiado a ellos y a ese segmento importante del país. El que sueñe miserablemente que lo que podemos hacer es aislarlos del resto de la sociedad, comete un grave error.
Lo dramático es que le brindemos una especial atención cuando los necesitamos, cuando los convocamos a votar, a pronunciarse por el poder. De allí comienza todo. Tienen un gran alejamiento y descrédito sobre el Estado, no como elemento abstracto, sino sobre sus instituciones concretas. Su vida diaria, su supervivencia, su lucha por conquistar un cacho de felicidad pasajera y veloz, es lo que ha cambiado profundamente y la política no ha logrado captar ese cambio más que superficialmente.
A lo sumo ha tratado de asumir, de incorporar algunos instrumentos para que el día de las elecciones vayan obligatoriamente a votar (octubre-noviembre) y para descubrir cuál es el “precio” posible para ello. Ya no alcanza con asegurarles un transporte, ni con la propuesta de un conjunto de “soluciones concretas” y ni que hablar que eso se expresa en que las grandes frases, las grandes palabras, ni siquiera las oyen. No pasan por sus vivencias, son de otro tiempo, de otra sensibilidad.
¿Están irremediablemente perdidos para la política? Depende. Si el proceso se profundiza, si la política los quiere “utilizar”, si se aleja de sus vidas cotidianas o si agranda la brecha existente actualmente y que viene creciendo, cada día será más difícil integrarlos a la vida ciudadana y sus derroteros futuros serán muy diversos, incluyendo la tentación de acceder a una oportunidad a corto plazo, con mucho dinero en juego y con el riesgo y la violencia como un componente, pero también con su propia épica.
Si miramos experiencias en el exterior, por ejemplo en Argentina, una parte importante de los votos y de las abstenciones (muy superiores que en Uruguay) en medio de una de las elecciones más tensas y polarizadas, provienen precisamente de esos sectores y una parte de los votantes de Milei también.
La pobreza, la marginación, la exclusión, la desesperanza, los prepara; y la droga, la demagogia, y la superficialidad, los devora y los transforma en muchos aspectos, incluyendo la política.
Es posible que muchos estrategas estén pensando en cómo llegarles a ese público para este año 2024, para junio, octubre, y noviembre, ¿pero cuantos están realmente elaborando en serio estrategias para invertir la situación de fondo, a corto, mediano y largo plazo? La cifra de 20,1% de pobreza infantil es la base de esa fractura que además de los aspectos sociales y humanos tiene directa relación con nuestra identidad como nación, que en los años recientes volvió a tener un saldo negativo: se van más uruguayos de los que retornan o nacen. Es gravísimo.
Las estrategias, las políticas serias que partan de la lucha frontal e integral contra la pobreza infantil, pero que se integren a la batalla por un modelo nacional donde los jóvenes sean el eje fundamental, porque nuestra situación demográfica y carcelaria no nos permite dudar y nos obliga a una acción enérgica del Estado y de toda la sociedad uruguaya, son fundamentales.
Lo que no invirtamos en dinero, en inteligencia, en coordinación de todas nuestras capacidades en ese segmento de la sociedad uruguaya, lo gastaremos tres veces más en inseguridad, en fractura de las ciudades, en frustraciones de todo tipo, sobre todo culturales y sociales.
La transformación de la ley de seguridad social debe incluir obligatoriamente este capítulo como un elemento fundamental. No puede reducirse a jubilados y pensionistas. Y esa fractura egoísta y sin sentido histórico ninguno es lo que introduce el plebiscito constitucional contra la malísima ley aprobada por este gobierno. A un gesto de inmediatez de egoísmo social, en lugar de responderle como corresponde al progresismo y a la izquierda, con una reforma integral de todo el sistema de seguridad social, estableciendo claramente las prioridades, le contestamos con otra muestra de egoísmo y de pequeñez con este plebiscito.
Si me preguntan cuál es el mayor fracaso de este gobierno y el que mejor sintetiza su orientación política-económica regresiva, no dudo un minuto, es la niñez, es un país que en los cuatro años creció, no mucho, pero creció, pero aumentó la pobreza en 2% y la niñez alcanzó el 20,1%. No es una casualidad, es el resultado de su orientación y de sus prioridades. Gobernaron para los más pudientes, y esa es la señal más clara y terminante. Unos 5.000 millones de dólares crecieron las cuentas corrientes de los ricos en los bancos uruguayos y en los bancos extranjeros, y uno de cada cinco niños es pobre en el Uruguay.
Y si me preguntaran cual es la prioridad absoluta para un gobierno progresista y de izquierda que quiera ser fiel a su identidad y a sus prioridades, no tendría la menor duda: abatir fuertemente la pobreza infantil y juvenil, y combatir frontalmente contra la marginación de zonas enteras de nuestra capital y en todo el país.
Ello involucra toda la política, presupuestal, la alimentación, las escuelas y liceos, la salud, la asistencia social bien ejecutada, el deporte, la cultura, el compromiso coordinado de toda la sociedad.
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