Por Fernando Tetes
FernandoTetes
Hay una línea imaginaria que une los vértices de la misma esquina: la avenida 18 de julio y la circunvalación de la Plaza Independencia. Es el kilómetro cero del desfile y también de Carnaval.
Durante unos minutos estamos todos saludando periodistas, colegas, y al público. Sacándonos fotos con niños y amigos, y, un instante después de pasar el vallado, cuando empieza a escucharse esa rara mezcla de la música propia con la red de altoparlantes, corre una emoción fuerte que sacude el cuerpo.
Entonces levantás la mirada y la avenida se te cae encima. Los ojos se te llenan de lágrimas y te sentís parte de una fiesta que nunca muere. Ahí es cuando no importa nada, sólo dejar que el alma se te vuele, mirar de reojo las caras de felicidad y saber que, otra vez, vivís en un Uruguay entrañable y hermoso.
Tres veces levanté la mirada maquillado de murguista y otras dos en medio de una cuerda de tambores, y son bien diferentes. Acaso porque unos metros antes nos abrazamos los 18 murguistas (los titulares y el suplente) y nos deseamos feliz carnaval en un ritual casi cerrado.
En Momolandia habíamos ensayado los mismos durante casi tres meses cada noche. Habíamos discutido, peleado, recortado estrofas al letrista y desafinado el trabajo puntilloso de arreglos de Diego Berardi.
En los dos años pasados, en Valores, somos unos 100 que no siempre coincidimos en ensayos, participamos en grupos de WhatsApp y muchos compañeros no logramos que coincidan caras con nombres agendados. Somos una comunidad enorme llena de alegría, religión, tradición, defensa de la cultura y sangre de Ansina. Nos preparamos para presentar a la comparsa en sociedad, pero pispeando de refilón que faltan dos semanas para las Llamadas, donde otras emociones y responsabilidades desbordan el día. Es otra historia. Es la propia historia.
Hoy, que es jueves 23 de enero, empieza otra vez a girar la ronda de Momo, el tablado del barrio, el amigo que ensayó 100 noches o más de 20 domingos empieza a dormir menos, las calles estiran un poco más la madrugada y la brillantina se vuelve indomable.
En algún rincón de Uruguay, hay alguien añorando los tablados. En otro, hay quien espera la crítica ácida y otro que anhela la sátira. En los clubes, los cantineros aprontan la libreta de fiados, y, un poco más acá, en las sillitas, ya no hay pomos sino una espuma que deja marca eterna en los disfraces.
Todos somos por un buen rato ese niño que volvemos a reconocer cuando, en 18 de julio y la plaza, el locutor anuncia que nos llegó la hora de empezar.
Por Fernando Tetes
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Solo paga la gilada....
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MUCHOS ESPACIOS VACIOS EN LAS TRIBUNAS DE PLAZA CAGANCHA.-
SILLAS PARA ALQUILAR SOBRE LA VEREDA TAMBIEN HABIA VACIAS.-
LOS CIUDADANOS DE LOS EDIFICIOS NO SALIERON A ...