Escribe Sebastián Da Silva | @camboue
El Uruguay del 2020 es un país en crisis. El nuevo gobierno recibió un déficit histórico, y a los 12 días de asumir le vino el covid.
Los algoritmos y las barandas del BPS nunca en su historia recibieron tantas solicitudes de seguro de desempleo.
Sectores económicos como el turismo en apagón, caídas evidentes de salario real en miles de trabajadores que deben de adaptarse al momento, rutinas nuevas que malhumoran a las familias, años lectivos enteros cursados a través de una pantalla digital y la incertidumbre por el mañana que a todos nos angustia.
Un contexto ideal en materia de ciencias políticas para que el descontento pandémico le arruine la luna de miel a Luis Lacalle Pou. Sobran problemas, falta plata y no conocemos la solución. Un caldo de cultivo óptimo para demostrarlo en las elecciones del domingo pasado. Es que al haber sido en setiembre, estas elecciones fueron una especie de mini elección de medio mandato tan normal en Estados Unidos o Argentina. Fue además de una disputa municipal, un plebiscito sobre el diario vivir que naturalmente es prioritario a tal o cual candidato a intendente.
Esta elección estará escrita, como siempre, por los ganadores; son centenas de historias donde algunas vanidades se quemaron en una hoguera, otras florecieron y hoy forman parte del nuevo mapa político del Uruguay.
Historias, anécdotas, sorpresas y fracasos harán la comidilla de la militancia en los próximos días, luego llegarán los cargos, vendrán los acomodos y comenzará a rodar la pelota en este nuevo periodo de gobierno.
En este marco el resultado fue categórico. El partido del Presidente de la República ganó quince intendencias, se quedó con la inmensa mayoría de las alcaldías en disputa, tiene una enorme bancada de ediles, una presencia determinante en el Congreso de Intendentes y aumentó la diferencia de votos con el Frente Amplio.
Si le sumamos la intendencia colorada, y la pésima solución salteña, donde la mayoría no es de izquierda, llegamos a la realidad expresada por el voto popular. Hoy la voz del pueblo le dio una rotunda cachetada al Frente Amplio y reforzó su confianza en el gobierno de coalición.
A la izquierda le quedan dos bastiones: la Plaza Lafone y Juan Lacaze. En el resto del país, excepto en Canelones, perdieron todo.
El estilo de Luis Lacalle ganó todo, incluso en el Montevideo Olvidado de la Curva de Maroñas, Manga o Euskalerria, o la fortaleza frentista de San Carlos, Chuy o Piriápolis. Y esto no es casualidad.
El Frente Amplio de Miranda se sigue mirando el ombligo, piensa que basta con decir "los y las", hacer paros con los poderosos sindicatos estatales y embanderarse con el arco iris para representar la voz del pueblo.
Todavía no asumió que el pueblo uruguayo se cansó de su impunidad, del silencio cómplice de las cosas que se están descubriendo, de sindicalistas que no marcan tarjeta, del versito mentiroso y manijero de la quita de derechos.
Aislados, piensan que pueden pedir cuarentena obligatoria y marchar sin tapabocas, que son sensibles hablando de ollas populares cuando dejaron un millonario tendal en despilfarro, callando y alabando a los poderosos que recorren el mundo con plata ajena.
Siguen creyendo en citadinos de primera y paisanos de tercera, despreciando nuevamente el ADN del ser oriental, que no es otro que personas lejos de la delincuencia y que quieren progresar deslomándose trabajando.
Ahora todos tenemos un nuevo presente, el nuestro bien lejos de ser pizarreros. Hay un estilo marcado, una austeridad sacramental y un aluvión de escobas nuevas para barrer muy bien. Tener presente lo que le pasó a la izquierda es vital, para ello ya debemos asumir que habrá errores y horrores, al que tenemos que enfrentar con un Directorio muy fuerte y una sólida Comisión de Ética. El viento de casa de gobierno no puede dar paso a la soberbia, hacerlo nos pondría a la misma altura ramplona de la confusión frentista que durante 15 años despreciamos por creerse dueños de la verdad.
Somos el Partido de la probidad administrativa, de los hombres que suben y bajan pobres del poder, de la gente que no tiene voz que patalee por ellos, de los que amanecen a lomo de caballo para tener un ternero más y del que se engrasa en su taller mecánico pagando hasta el último peso en gastos fijos.
No defendemos corporaciones, defendemos gente, no defendemos utopías, cambiamos realidades, y si no nos agrandamos, haremos en estos cinco años, el mejor Uruguay de tu vida.