A fin de año todos hacemos un esfuerzo especial, un alto en el camino, o tomamos impulso para darle alegría y un cacho de felicidad a nuestras vidas, al encuentro con familiares y amigos, y a esperar con optimismo el año próximo. Es natural y comprensible.
El problema es cuanto tiene que ver con la realidad ese gesto; si somos capaces de evadirnos de la situación real. Yo recuerdo que en nuestra familia en el año 2002 decidimos no hacer regalos y hacer una fiesta muy modesta para ayudar con algo a los muchos que se habían hundido en la crisis. Ahora en el Uruguay no estamos así. La truculencia es muy mala.
Pero lo que no puedo olvidarme es que vivimos en un mundo con ocho guerras diferentes. Las más notorias, con miles y miles de muertos acumulados y diarios, entre Ucrania y Rusia, y entre Israel y los palestinos, tanto en Gaza como en Cisjordania. Todos los días, desde la invasión de Rusia hace dos años, y desde el ataque terrorista de Hamás el 7 de octubre y la posterior invasión israelí a Gaza, la información de esas tragedias es interminable, agobiante.
Además, más a la sordina existen guerras en Burkina Faso, Somalia, Sudán, Yemen, Myanmar, Nigeria y Siria. De acuerdo a los parámetros utilizados por el Programa de Datos de Conflictos de Uppsala (Suecia) la UCDP y que son utilizados por los organismos de las Naciones Unidas, un conflicto asume el carácter de una guerra cuando tiene más de mil muertes en un año. Mientras que los conflictos armados son disputas por territorios o por alcanzar el gobierno que resultan en al menos 25 muertes en batallas en un año. Obviamente estas son mucho más numerosas.
Estamos hablando de ocho guerras.
¿Debemos amargarnos por estas tragedias todas alejadas de nuestro territorio?
Además del elemental sentido de humanidad que —en particular cuando nosotros tenemos la posibilidad de reunirnos en familia— debería emerger, existen peligros de una barbarización de las relaciones internacionales y de la extensión de estas guerras que puedan involucrar a las potencias con capacidad nuclear. Lo estamos rozando.
La tendencia es que los conflictos se estabilicen y se extiendan, en particular en el caso de Gaza, donde la posibilidad de una salida negociada se hace muy difícil, tanto por la posición de Hamás, como del gobierno actual de Netanyahu, cuyo objetivo declarado es ocupar toda Gaza al costo que sea necesario y destruir la posibilidad de la existencia de dos estados independientes.
La guerra en medio oriente divide al mundo. Aunque en la ONU 153 países voten a favor de un alto el fuego, contra 23 abstenciones (incluyendo Uruguay…) y 10 votos en contra, la confrontación se extiende en las diversas naciones y uno de los principales objetivos de Hamás se está cumpliendo: un crecimiento exponencial del anti sionismo, pero también del antisemitismo. Incluso dentro de Uruguay.
Esas heridas no se refieren solo a los hoy directamente involucrados, sino que calan hondo, la barbarie se desata en varias direcciones y se consolida y sus efectos son duraderos.
Lo mismo sucede en cuanto a la banalización del mal, en transformar a miles y miles de hombres y mujeres en ciegos ejecutores de las órdenes de asesinar sin límites niños, mujeres, hombres, familias enteras, destruir hospitales, templos, escuelas. Siempre van a buscar un justificativo.
Esa ideología de la barbarie en el asesinato en una guerra, le cambia el carácter a un ejército y a una parte importante de un pueblo. Se justifica cualquier cosa, en las zonas de guerra y en los que tienen algo que ver con ese conflicto en todo el mundo.
Lo presenciamos todos los días y son señales que deben preocuparnos a todos; es un proceso que tiene terribles consecuencias. Cuando la materia en cuestión es el terrorismo de una organización o de un Estado, su impacto es pérfido en los muertos, los heridos, los mutilados, los huérfanos y los refugiados, pero también en los profesionales de esa barbarie, en los funcionarios transformados en asesinos. En los gobiernos, en las cúpulas de esas organizaciones y en las tropas.
Otra de las víctimas es la prensa, la parcialidad, la justificación, la mentira sistemática y el ocultamiento son parte inseparables de las guerras, aunque en Gaza ya hayan muerto 75 periodistas. Se trata de escribir historias que fundamenten la guerra a cualquier costo. Lo vemos a a diario en nuestro país y en el mundo.
Es casi imposible levantar una copa sin olvidarnos de nuestros propios dolores personales, pero sobre todo del dolor acumulado de cientos de miles de personas muertas o que viven en el terror y en condiciones infrahumanas.
Nunca tuve una visión negativa y pesimista, al contrario. Incluso en los oscuros tiempos de la dictadura siempre quedaba la esperanza de volver a conquistar la libertad. Y entre todos lo hicimos. Pero ahora es tan abrumador el dolor, aunque distante geográficamente, que estará presente. Allá a miles de kilómetros familias como las nuestras sufren y han sufrido terriblemente y nosotros somos parte de esa tragedia planetaria.