"Estamos convencidos de que, si al final del período los uruguayos son más libres, habremos hecho bien las cosas, de lo contrario, habremos fallado en lo esencial".
El cierre del discurso del presidente Lacalle Pou ante la Asamblea General es una declaración de principios y un compromiso. La convicción de un presidente uruguayo de que, a mayor libertad para los individuos, mayor será el cumplimiento de los cometidos esenciales de su gobierno, marca la profundidad del cambio de época. Tanto es así que el propio mandatario cree del caso explicar al detalle a qué se refería. El menudeo no sería necesario entre personas acostumbradas a razonar con la libertad como ideal supremo, base y raíz de todos los derechos, pero sí lo es en el Uruguay de hoy.
"Permítanme, entonces, invitarlos a trabajar por la libertad en todas sus formas: la libertad de poder vivir en paz, la libertad de poder elegir un trabajo digno, la libertad de poder darle un techo a la familia, la libertad de poder perseguir los sueños personales, porque se cuenta con las herramientas para hacerlo; la libertad de expresar las ideas de cada uno sin temor a ser hostigado por quienes piensan distinto; la libertad de crear, de innovar, de emprender y de tender a la excelencia; la libertad de criticar al Gobierno cuando se lo merezca; la libertad de buscar la felicidad de cada uno de nosotros por los caminos que cada uno elija recorrer".
Por si alguien tiene dudas sobre sus convicciones y propósitos, el flamante presidente dejaba constancia de que "esta es la tarea del Gobierno que comienza".
Se trata pues, de un compromiso público, por cuyo cumplimiento podrá ser juzgado cuando se abra el próximo período electoral. Lo que tiene de singular su discurso es que el énfasis no está puesto en el resultado (el trabajo, la vivienda, la crítica, etc.) sino en su fundamento, en lo esencial.
Para quienes compartimos esa esencia filosófica, el gobierno existe y opera para que los sueños de las personas se materialicen desde la soberanía de los individuos sobre sus acciones y sus consecuencias, que no otra cosa significa la libertad.
Por eso el Estado de Derecho consiste, básicamente, en acotar la legitimidad de la acción del gobierno, en el entendido de que valores tales como la democracia, la Ley y, en un sentido amplio, la Justicia, pueden terminan ahogando la libertad, principio del que emana su legitimidad.
El discurso del presidente es también, y por todo esto, una proclama. Nos invita a batallar por recuperar la centralidad del valor de la libertad, vinculado como está a la búsqueda de la felicidad de las personas, individuales y concretas, fuera de toda manipulación utilitaria, ya sea de tipo demagógico, populista o totalitario.
Ahora que contamos con esta pieza oratoria pronunciada por el presidente de la República, podemos contrastarla con el ciclo que se cierra. No porque viviéramos sin libertad sino por las devastadoras externalidades de los discursos basados en la división, el desprecio, la imposición hegemónica y la intolerancia hacia quienes estaban lejos del poder.
Por eso y por la advertencia que hiciera Wilson en la Explanada Municipal: por la libertad se pelea siempre porque nunca está definitivamente conquistada.