"Peste" es una palabra antigua que recorre la historia y posiblemente viene de antes, aunque no haya registros. Se podría escribir y describir la vida y la muerte de los seres humanos sobre la Tierra recorriendo las grandes pestes. No sería bueno recordarlas en estos tiempos post post modernos, sin relatos, sin grandes viajes, pero donde todos estamos embarcados en una nave que cada día se encierra más y donde tratamos de flotar a duras penas miles de millones de personas.
Todos los días tiramos al mar envoltorios estadísticos de muchas naciones, con nuestros muertos. Porque la peste los hace universales, compartidos, como anuncios fúnebres y alertas para todos. La mayoría son de la tercera y la cuarta edad, pero hay de todo.
El primer historiador serio, el que utilizó "el acta", es decir el documento para escribir su Historia de la Guerra del Peloponeso, Tucídides, describió la plaga de Atenas, una epidemia de fiebre tifoidea que mató a un tercio de sus habitantes y de sus soldados de infantería y entre sus páginas hay una frase que hoy conviene recordar "El verdadero, el temible enemigo es el error en el cálculo y en la previsión"
Ese esa la primera responsabilidad de nuestros gobernantes, que se arriesguen y no le erren al cálculo y la previsión. La peste se vence con severidad y la severidad no es discrecional, porque un irresponsable, un estúpido/a, puede con mil valientes.
Dos mil cuatrocientos cincuenta años después de esa guerra que marcó toda la antigüedad clásica, cuando alcanzamos el cosmos, domesticamos de mil maneras la materia hasta hacerla explotar con una potencia sin límites, vivimos comunicados a cada instante, hemos extendido el promedio de vida hasta crear la cuarta edad, doblegamos a casi todas las enfermedades, creamos obras de arte que nos conmueven incluso desde antes de aquella plaga ateniense y que desbordan nuestras ciudades y nuestros museos, plazas, salas de concierto y de teatro, escribimos tantos libros que tuvimos que almacenarnos en el éter, porque la biblioteca de Alejandría hoy no lograría contener ni la millonésima parte de nuestra capacidad creativa. Hoy nuevamente estamos en medio de una peste.
En pleno siglo XXI la peste no solo amenaza nuestras vidas, nuestra salud, nuestra libertad, sino algo muy sagrado: nuestros bolsillos. Todas las autoridades del mundo, en todos los rincones nos convocan a no tener miedo en un coro infernal y ensordecedor. Y las reacciones, como en todas las épocas son las más diversas.
Desde los que atribuyen la peste al azote de dios por nuestros pecados, desde la reacción de la naturaleza para equilibrar nuestras incapacidades, desde el razonamiento científico y la investigación, hasta la irresponsabilidad y la estupidez más miserable. Las pestes tienen ese efecto, siempre, son como las guerras, porque están asociadas a la muerte.
Hasta los que sacaron hasta el día de hoy, 24 de marzo del 2020, 83.000 millones de dólares de los países del sur, los llamados "emergentes", que nunca emergemos, y en cifras proporcionadas por el FMI es la mayor fuga de capitales desde que hay registro en la historia. La cobardía del capital y de humanos sin patria ni moral.
La muerte es el hilo conductor de todos los relatos de la historia. Sin muerte no hay historia. Por eso mismo, como salimos de la peor peste de la historia, la peste negra en el siglo XIV, que ilustra Peter Brueghel el Viejo en "el triunfo de la muerte" y que acompaña este artículo, saldremos de esta peste, con la ciencia, con los profesionales y científicos, con pérdidas incalculables, pero saldremos. ¿Saldremos mejores como seres humanos? No lo tengo claro...
Y otra pregunta que deberíamos formularnos para repensar toda nuestra vida en sociedad, es nuestro sistema global de salud, ¿Esta es la última peste?. Lo lamentable es que sea una tragedia colectiva la que nos imponga ciertas preguntas y ciertas audacias.
Los índices de contaminación en todo el mundo y en particular en algunas grandes ciudades se ha reducido de manera notoria y visible por la cuarentena, en Venecia el agua volvió a ser transparente.... ¿Esa nueva realidad que frenó la loca e incontrolable carrera al consumo y a la contaminación, no debería ser analizada a partir de esta dramática experiencia? ¿O vamos a esperar que sea el cambio climático la próxima terrible peste que afronte la humanidad?
Y contra el cambio climático desatado no habrá vacuna posible.
Sería una obviedad afirmar que la muerte, su proximidad, su halo genera en los seres humanos - lo que nos diferencia radicalmente de los otros seres - las reacciones más diversas y muchas veces extremas. La piedad, la generosidad, la solidaridad y un sinfín de adjetivos y también la indiferencia, la mezquindad, la avaricia, la cobardía y hasta la maldad y el odio. En el medio está la estupidez y la irresponsabilidad.
De todo eso estamos viendo en estos momentos en el mundo. En los individuos, en las instituciones, en los líderes, las naciones en las enormes corporaciones.
La estadística más seguida y más leída en medio de una catarata interminable de datos, es la letalidad, traducido: la cantidad de muertes por infectados que produce el coronavirusd Covid-19. Qué ironía, lo bautizaron covid, falta una sola letra para "covida". Y con eso no tiene absolutamente nada que ver.
Los porcentajes oscilan como un dramático péndulo de un país a otro, de un momento a otro y para consolarnos recordamos que mueren diariamente cifras mil veces superiores de niños por falta de agua potable y saneamiento o por hambre, el otro flagelo que como la peste devastó a la humanidad.
Si esta peste nos sirviera para despertar un gramo más de sensibilidad frente a esas otras tragedias que azotan al planeta, nos habrían hecho un poco mejor, porque en todos los casos son obra y creación de los seres humanos. Enfermamos y morimos de esta peste y de los otros males por nuestra civilización, por nuestro sistema injusto, por nuestra avaricia de acumular sin límite. Los que de esta peste saldrán más ricos, más poderosos, más ávidos son hermanos nuestros, son habitantes de este mismo planeta, son hijos de esta misma cultura y este mismo mercado que compartimos todos.
La peste y la guerra y el hambre - las otras dos plagas humanas - tiene una pequeña diferencia, se saltea muchas veces las diferencias sociales e incluso los poderosos, los cultos, los "intocables" no son respetados por el virus. Tucidides y hasta el gran Pericles (en griego: Rodeado de gloria) murieron por la peste.
Todas las noches, a las 21 horas a los uruguayos se nos ha hecho costumbre salir a nuestras ventanas a aplaudir a nuestros médicos, enfermeras, personal de servicio de la salud que combaten en primera línea y se arriesgan. Por eso es enorme la frase de Borges "de lo que no se arrepiente nadie es de haber sido valiente" Habrá que agregar a otros a ese homenaje, que no se pueden quedar encerrados en sus casas, porque necesitamos energía, teléfonos, comida, agua, leche, pan y alimentos y medicamentos. Además del coraje, homenajeamos la generosidad.
No hay nada más alejado del coraje, de la valentía que arriesgarse al contagio por una personal decisión. Es simplemente el otro extremo de lo que reclama el mundo, es egoísmo.
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