El otro día en un campo en San José, límite con Flores mientras el calor sofocante rajaba las piedras y el pasto seco crujía a medida que caminaba rumbo a un pozo sin agua donde un ternero sediento había muerto, repasé los contratiempos que atravesó el país y su gobierno en los tres últimos años.
Una peste; la del coronavirus que surge en China en 2018, atraviesa el océano, se reproduce rápidamente en el hemisferio norte y baja al sur del planeta causando estragos en los sistemas de salud; enloquece a los medios de comunicación e interpela al máximo a los gobiernos de todas las ideologías por igual.
Uruguay atravesó la pandemia con la estrategia de lo que se llamó la libertad responsable, en la que apoyándose en el viejo Estado uruguayo se le dio transparencia a la información desde del gobierno para que el individuo en uso de su libre albedrío adoptara las decisiones que considerase adecuadas. Con exhortaciones a tomar precauciones y un sistema de salud firme, que incluyó una altísima eficacia en su red de vacunación, se sorteó el problema. Pero fue un reto tan gigante como inesperado. Una peste de la que se hablará en cien años.
Luego vino la guerra. El avance del ejército ruso sobre la independiente Ucrania. No hubo tregua. Cuando el mundo volvía a respirar después de casi dos años de vidas alterada y encierro la invasión liderada por Vladmir Putin impactó imprevistamente en el tablero político internacional. Uruguay por tamaño y peso político solo puede padecer las consecuencias.
La fallida toma de Kiev se prolonga en una cruenta batalla que continúa hoy a más de un año y ha obligado a realinear estrategias diplomáticas y comerciales. Se vieron afectadas las importaciones de fertilizantes, los precios de los granos, del crudo y todo el complejo nudo de relaciones bilaterales, donde el posicionamiento de China y Estados Unidos no es inocuo para países como el nuestro.
Y ahora la seca. El sociólogo Ignacio Zuaznábar en una charla que brindó días pasados para el Centro de Estudios del Desarrollo (CED) dijo que por primera vez en treinta años este problema de falta de lluvias aparecía como una de las principales preocupaciones de los uruguayos.
La envergadura del desastre natural que provocan los cambios de las grandes corrientes marinas del Océano Pacífico golpea a los productores agropecuarios uruguayos donde más duele. En las pasturas y en las cañadas. Sin pasto las vacas no engordan, sin agua los cultivos no crecen. Eso detiene la economía, afecta la iniciativa y daña el alma de la producción nacional.
A la hora de escribir esta columna los meteorólogos – ¿o deberíamos llamarlos adivinadores? – anuncian nuevamente un cuadro de intensas lluvias para las próximas 48 horas. A esa altura el deseo es mucho mayor a la credibilidad del pronóstico, pero apostemos unas fichas a que así será.
Entonces, vendrán las inundaciones y luego las plagas de insectos. Eso ya sería un pronóstico propio de Nostradamus y no quiero ir por ahí. Lo que sí es muy cierto es que a este gobierno no se la han puesto fácil. Debió lidiar contra problemas que le fortalecieron en el ejercicio del poder pero que lo han obligado a multiplicar sus capacidades para estar a la altura de los difíciles tiempos que corren. No obstante, los problemas que llegaron de afuera, la peste, la guerra, la seca, esta coalición gobernante no se caracteriza por andar llorando en los rincones sino por poner pecho a las balas y avanzar con la agenda de reformas prometidas en la campaña electoral: la Ley de Urgente Consideración, la reforma de la Seguridad Social, la transformación educativa, la rebaja de impuestos, el intento permanente de abrir el comercio y flexibilizar el Mercosur.
Todo con un eje irreprochable en el manejo de los dineros públicos, con una ministra de Economía tan discreta como seria.
Según el libró del éxodo de la Biblia Egipto padeció siete plagas. A cada cual más apocalíptica: el agua del Nilo se convirtió en sangre, llovieron ranas, murió el ganado, granizó fuego, hubo una invasión de langostas, se apagó el sol y murieron todos los primogénitos.
Desconozco y no es motivo de esta columna el contexto histórico y la metáfora de tales plagas sobre las que se han escritos centenas de libros y tejido decenas de interpretaciones, pero las siete plagas de Egipto me vinieron a la mente mientras el paisaje me mostraba una tierra amarilla, un manantial seco, un ternero muerto pudriéndose al sol de donde surgía un remolino de aire hirviendo.
La pregunta que me vino era: ¿Qué hubiese sido de estos tres años en el Uruguay sin estos contratiempos?
La respuesta no es simple e invito a los lectores a un ejercicio contra fáctico. Lo que si me animo a responder que todos los problemas mencionados templaron para bien a nuestros gobernantes y hacen más fuerte a los uruguayos.
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