La geografía humana del Uruguay es muy variopinta. Junto con la belleza de sus cielos, es quizás el descubrimiento más lindo que un compatriota puede hacer de su país. En esta penillanura suavemente ondulada la mayoría de sus pobladores no conocen los lugares más allá de la ruta interbalnearia. Desconocen la influencia vasca en Lavalleja, sus rostros angulados, los campos con frontones en Polanco o Barriga Negra. Tampoco conocen la influencia menonita cerca de Young o en la Colonia Delta, que trae consigo arraigo alemán adentro de los galpones de ordeñe y cooperativas señeras como Claldy. O el ADN guaraní que se ve en personas casi lampiñas que podemos ver cotidianamente en Salto, las mil y una costumbres riograndenses a lo largo de toda la frontera con Brasil, el impacto de los piamonteses en la quesería del Departamento de Colonia, o la influencia británica en los primeros polos agrícolas del Uruguay. Es una geografía rica, en gastronomía, en arquitectura y en detalles. Damiani pintaba estancias de Cerro Largo o Rivera, los techos de dos aguas con alero de hierro que son característicos de Mercedes o Cololó y así una enciclopedia maravillosa que tiene en cada rinconcito de esta tierra; historias singulares que hablan mucho de cada pago.

Nuestros pioneros fueron sabios; en la diagonal del Basalto, que nace en Paso de los Toros, se desarrolló la cría del lanar, en el cinturón metropolitano se aprovecharon los mejores brunosoles para generar los primeros polos hortofrutícolas de abastecimiento a las grandes multitudes, otros valoraron el clima mediterráneo del litoral norte para poder expandir los citrus, y otros conquistaron las llanuras del este para construir al productor arrocero de mayor productividad del planeta.

Ese impulso en la ganadería ha sido constante; somos lo que somos a nivel del reconocimiento internacional porque después de Hernandarias se introdujeron las razas británicas que mejor aprovechan los pastizales naturales que crecen gracias a nuestras cuatro estaciones bien diferenciadas.

Suelo, gente y clima son los tres pilares del país más agropecuario del mundo, donde conviven gente de campo distinta, con idiosincrasias diferentes y que se identifican por la nobleza de tener que producir a cielo abierto. El que planta trigo, el quesero artesanal, el que cosecha una espiga de arroz y el que padece una helada tardía al lado de un naranjal. Toda gente de campo, pero todos muy distintos.

En el año 1987, un conjunto de legisladores se propuso ir un paso más dentro de este ecosistema heterogéneo. Con enorme lucidez y sentido común dispusieron que aquellos campos de menor productividad en carne y lana, que además tengan componentes de suelo cristalino o arenoso fueran aptos para el desarrollo forestal. Vieron con lucidez la forma de agregarle valor a campos, donde era normal cuerear ganado en el invierno, como en Cuchilla del Ombú en Tacuarembó; que era mejor el desarrollo de los árboles. Arenales, Cerrilladas, o Tierras Coloradas eran al eucaliptus, lo que era al trigo en un campo de Cañada Nieto.

A partir de esta ley, la producción forestal no paro de crecer, tras ella clústeres diferentes: oficios nuevos, explosión de camioneros y la vanguardia en producción de celulosa que el lector conoce.

Hoy la forestación es parte del campo uruguayo. Quien hace las curas de las hormigas es igual de campero que el más osado domador de baguales. Aguador, plantador, trillador, tropero, esquilador, o sembrador, son parte de los mismo. El desvelo de producir.

Ante una media sanción de la cámara de Diputados, esta innovación se discute por titulares. Los logros de la forestación quedan opacados por las excepciones dadas para forestar fuera de estas tierras que fueron parte del espíritu de la ley. La competencia por la tierra se exacerba por el análisis parlamentario como si fuera novedosa, y aquellas luces largas de los legisladores del 87 queda absolutamente desvirtuada.

No podemos hablar de forestación en forma dicotómica cuando hay un millón de hectáreas forestadas, esta actividad no es mejor ni peor que otras, es una más de las que se realizan que tampoco es la génesis de los males agropecuarios.

Hablemos de productivismo, de competitividad, de optimizar los recursos públicos adentro de las porteras de los establecimientos, de complementar producciones, de fortalecer los eslabones débiles de nuestro campo, que son por demás visibles y por demás necesarios.

En todos los partidos del país más agropecuario del planeta hay especialistas. Aprovechémoslo.