Probablemente hasta la segunda mitad del siglo pasado podía pensarse que el Estado se iba a hacer cargo de la seguridad económica en la vejez mediante jubilaciones basadas en la transferencia de ingresos de trabajadores activos hacia ex trabajadores.
Esa fue la experiencia de muchos de los que envejecieron entonces. Fue posible, no sin dificultades y escasez, debido a una gran proporción de población que trabajaba en relación a una acotada población jubilada. Cuando el "maracanazo" había 8 personas en edad de trabajar por cada persona mayor de 65 años. En 30 años, cuando se jubilen los que nacieron con el retorno a la democracia, habrá menos de 3 personas en edad de trabajar por cada mayor de 65 años. ¿Es posible y razonable seguir confiando en que otro se hará cargo? Nuestros hijos y nietos difícilmente puedan ser el sostén principal de ese financiamiento.
El Estado, como hoy, deberá asumir el costo necesario para evitar la pobreza de los mayores. Uno de los objetivos de los sistemas jubilatorios es que ninguna persona caiga por debajo de un estándar mínimo de vida cuando ya no está en aptitud de trabajar. La escasa incidencia de la pobreza en la vejez es un gran logro social uruguayo a mantener (apenas 1,4%).
El caldo de cultivo es la infancia, no la vejez. La incidencia de la pobreza en la infancia y juventud es 10 veces más grande. Es un fenómeno conocido desde los hace más de 40 años. El arquitecto de profesión y sociólogo de vocación Juan Pablo Terra acuñó entonces la expresión "infantilización de la pobreza". El 40% de los niños nace hoy en el 20% más pobre de la población. Sus oportunidades están constreñidas desde la cuna. Es uno de los desafíos centrales que tenemos como sociedad, con incidencia en la calidad de vida de todos. Si a eso agregamos los magros, desiguales y "desigualadores" resultados del sistema educativo, hay una tormenta perfecta en el horizonte.
Pero no solo se trata de obtener un ingreso mínimo. Las personas aspiramos mantener cierta relación con lo que fue el estándar de vida previo. Ese es un segundo objetivo de los sistemas jubilatorios: permitir a las personas reasignar consumo en el ciclo vital, redistribuyendo ingresos de su juventud y madurez a su vejez. Es razonable aspirar a una adecuada relación entre el ingreso jubilatorio y el salario habitual previo. En los países desarrollados está en una media del 60%, muy similar a la uruguaya. En Chile es del orden del 30% y eso está en la base del gran malestar que agarró de sorpresa a élites gobernantes y empresariales, en una situación todavía en proceso.
La seguridad económica en la vejez no ocurre de por sí. Es el resultado de circunstancias y acciones de las personas. Constituye la esencia de uno de los tres patrimonios de la longevidad que planteo en "La era de los nuevos viejos", el patrimonio material (aunque no totalmente ajeno a los patrimonios, biológico e inmaterial). Se trata de los derechos económicos generados durante las etapas previas de la vida (capital, inversiones, ahorros, derechos previsionales) y también los eventuales pasivos o deudas con los que se llega a esa etapa.
La planificación de la seguridad económica para esa -afortunadamente extensa etapa de la vida- debe iniciarse tempranamente. "¿Por qué pensar en eso si recién estoy empezando a trabajar?", piensan los más jóvenes que no conocen la "magia del interés compuesto".
Según se cuenta Einstein habría dicho que la fuerza más poderosa del Universo es el interés compuesto; una de las maravillas del mundo: interés sobre interés. El interés se va sumando al capital inicial sobre el que se van generando nuevos intereses sucesivamente. Cuanto antes se inicie ese proceso, mayor la acumulación de capital. Quien lo entiende se beneficia... el que no, lo paga.
Fácil decirlo, difícil hacerlo.
El ahorro tiene muchos enemigos, empezando por nosotros mismos. "Señor, hazme casto, pero no todavía" dijo san Agustín. Queremos hacer lo que se supone debemos hacer, pero más adelante. Procrastinamos en el ahorro, como san Agustín en la castidad.
Tiempo atrás, una asociación de profesionales me invitó a exponer sobre el sistema jubilatorio, configuración de derechos, cuantía esperable de beneficios, eventuales opciones y otros aspectos de su interés. Su presidente, por entonces en el entorno de los 50 años, ya con poco pelo y canas, luego de las palabras de bienvenida, agregó que las pensiones y su regulación estaban todavía lejos de sus preocupaciones, pero que era un tema importante para sus colegas, próximos a la edad de retiro. En el auditorio no había nadie de menos de 50. Ya era tarde para todos; no iban a encontrar opciones, sino a recibir un veredicto. La suerte estaba echada.
Cuando se trata de prever la seguridad económica en la vejez, la conducta de las personas se caracteriza por la miopía y la procrastinación. Nos cuesta imaginarnos cuarenta, cincuenta años por delante y pensar que nuestras acciones de la juventud condicionarán la seguridad económica cuando ya no podamos obtener ingresos con el trabajo o cuando queramos disminuir la carga de trabajo para adecuarla a otros intereses vitales o las capacidades físicas de una mayor edad. Si se trata de ahorrar, la preferencia por el consumo presente nos lleva a una sistemática procrastinación. Cuando queremos reaccionar, ya no hay tiempo.
Antes de la generalización de los sistemas de pensiones, las familias solían acumular ahorro, previendo las necesidades de cuando ya no fuera posible trabajar. Luego, menos de un siglo atrás, esa práctica decayó fuertemente. Pasó a los ingresos que proveerían los sistemas jubilatorios basados en financiamiento entre generaciones. Los muchos jóvenes financiaban a los pocos viejos. Esa fue la historia del siglo pasado. Tempranamente se apartaron de esa estrategia de financiamiento países como Dinamarca, Países Bajos y más recientemente Alemania, Noruega, Nueva Zelanda, Reino Unido y Suecia. Todos ellos en diferentes momentos y grado se orientaron hacia sistemas mixtos, parte financiados con transferencias intergeneracionales y parte financiados mediante capitalización completa (la magia del interés compuesto).
El interés y preocupación por la seguridad económica en la vejez debe ser cosa de jóvenes. Los que ya no son jóvenes, más que planificar solo pueden enterarse de lo que les deparó el "destino"; un destino perfectamente previsible. Solo los jóvenes tienen chance de planificar y temprano se hace tarde.
Es imprescindible mucha información de calidad, fácilmente accesible, a edades tempranas y con opciones fácilmente ejecutables que ayuden a que el ahorro le gane al evangelio del consumo. Todo un desafío cultural, con el que nuestros abuelos vascos, gallegos o italianos se encontrarían cómodos.