Los cambios en serio, incluso los procesos que revolucionan una sociedad, un país, necesitan de mucha imaginación, y de calidad en su gestión y en el protagonismo ciudadano. Y, por lo tanto, en la calidad democrática y en la formación permanente del principal capital para el desarrollo, la gente.
Las derechas, que básicamente se definen por su espíritu conservador, no necesitan existencialmente estas virtudes. Lo que no quiere decir que no hubo derechas que aplicaron la calidad en sus prácticas.
Lo que no debemos aceptar de ninguna manera, porque sería renunciar a nuestra propia identidad, es que ellos son los dueños de la parte festiva e imaginativa de la vida y nosotros del esfuerzo y el trabajo. Ese ha sido un mensaje recurrente dentro de la batalla cultural y muchas veces hemos cedido terreno ante las derechas.
“La izquierda se basa en la idea ilustrada de progreso humano, en la convicción de que nuestro futuro está en nuestras manos y que debemos involucrarnos”, afirma el historiador Juan Sisinio Pérez Garzón, autor de Historia de las izquierdas en España. La Revolución Francesa, base de fundación de la izquierda, tiene por lema “libertad, igualdad, fraternidad”. El concepto de libertad ha querido se apropiado por la derecha, y esa es otra batalla clave. La libertad más plena es parte fundamental de la elaboración y de las auténticas ideas de izquierda.
La izquierda debe teorizar, es decir pensar y elaborar ideas a fondo sobre la calidad, sus contenidos y alcances, y sobre su papel en los procesos transformadores. La calidad no es un detalle, un ornamento, tiene que ver en primer lugar con la calidad de vida de la mayoría de la población y no de minorías más o menos privilegiadas.
Calidad de vida quiere decir naturalmente recursos en manos de las familias para vivir cada vez mejor, con más comodidades y menos ansias. No es solo bienes y posibilidades materiales, es el acceso a la educación de calidad para sus hijos, de salud de primer nivel, de servicios públicos que mejoren en forma constante para todos y en todo el país.
Calidad de vida, quiere decir calidad democrática, transparencia y fluidez entre las instituciones y los ciudadanos, y no un privilegio para los poderosos, encubiertos en muchas palabras y en la mentira de manera constante. La calidad de la democracia y de las instituciones es parte fundamental de nuestras vidas.
Calidad de vida quiere decir cuidado y promoción en serio del ambiente y políticas públicas constantes y de calidad en su defensa, pero también prácticas privadas, sociales de coparticipación en la defensa de un ambiente adecuado para vivir con la mayor calidad, en las ciudades, los campos, las costas, el trabajo.
Calidad de vida quiere decir seguridad. No podemos aceptar que de forma incontrolable la vida en el país haya empeorado para todos, pero en especial para ciertas zonas de las ciudades, donde el narcotráfico se ha instalado y opera de manera criminal. La inseguridad es perdida grave de calidad de vida.
La calidad de vida tiene que ver con la cultura, que alcance a la mayoría de la población, mejor sería a toda, en sus diversas manifestaciones y para todas las edades y en todo el territorio nacional. Calidad para las mujeres y hombres de la cultura y para los que necesitamos cultura y arte de calidad para nuestras vidas. No es espontaneo, es parte del encuentro de los que producen cultura, del Estado a sus diversos niveles y de los habitantes del país y es encuentro con otras corrientes y manifestaciones culturales del mundo.
Calidad de vida no es solo la nuestra, no se puede gozar plenamente de ella si uno de cada cuatro niños vive en la pobreza. No es solo generosidad, solidaridad, sensibilidad. Es nuestra propia convivencia con el resto de la sociedad.
Calidad de vida es viajar, por el Uruguay y por el mundo, y la posibilidad más amplia de que tengan acceso la mayoría de los uruguayos a esa posibilidad. Naturalmente que es turismo, es una importantísima actividad económica, pero es también crecimiento espiritual, cultural. El cosmopolitismo es calidad de vida.
Puede existir y nadie tiene porque negarlo o limitarlo, los que consideran que la calidad, es solo lo exclusivo, lo caro y muy caro, los lujos y las extravagancias. A la cara de ellos, si lo consiguieron con su trabajo y no a costa del trabajo de otros y de los renunciamientos de otros. Las mallas de oro —con perdón de los ciclistas destacados— no son un pecado, si no se imponen a partir del abuso del poder y de los privilegios.
Calidad de vida es también la relación de los ciudadanos con el poder, depende de la transparencia, de la honestidad arriba para promover la honestidad a todos los niveles. La decadencia tiene una fuerte componente amoral y es enemiga de la calidad de vida y democrática.
También estamos obligados a considerar nuestra participación en los avances tecnológicos y su impacto positivo en nuestras vidas. La ciencia y la tecnología han sido un factor fundamental del avance de la calidad en nuestra civilización, pero tienen su moral, sus posibilidades y sus riesgos, a veces grandes.
La izquierda, su historia y su identidad está asociada al trabajo y por ello debemos brindar un esfuerzo especial por mejorar las condiciones del trabajo, su productividad, su impacto en la vida de nuestra sociedad.
Por último hay un aspecto fundamental: la paz. No puede haber calidad de vida, si cientos de millones de seres humanos son refugiados, si el planeta está salpicado de guerras, pues aunque estén lejos de nuestro territorio, son un factor de retroceso de toda la civilización.
La izquierda tiene la obligación de promover la calidad y la mayor audacia en sus ideas, en sus actos, en sus gobiernos, en sus sensibilidades.
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