Hablar de seguridad alimentaria requiere no solo de compromiso político, sino de consensos políticos regionales. Entre 2020 y 2021, unos 4 millones más de personas sufrieron hambre en América Latina y el Caribe, y el total de personas con hambre asciende a 56,5 millones, de acuerdo con datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la cual precisamente tiene el mandato de apoyar la lucha de los países contra el hambre.
Extrañamente, en una región que es productora de alimentos, con una base agropecuaria importante, tenemos personas con hambre, por lo que es necesario abordar soluciones urgentes. La integración regional es parte de la clave y la llave necesaria para avanzar definitivamente en la reducción y erradicación del hambre, y hacia la mejora de la seguridad alimentaria.
Ese avance debe ser sostenible en el sentido que necesitamos fijar bases sólidas para que el proceso sea siempre positivo y no nos muestre retrocesos como actualmente estamos viendo y sintiendo a nivel regional y global. La integración de los países debe considerar, no solo aspectos económicos, sino el bienestar, el crecimiento social y el desarrollo de la población, enfocándose también en la erradicación del hambre.
Es esencial cumplir con los cuatro pilares de la seguridad alimentaria y nutricional fijados por la FAO. El primero es producir alimentos para todos. Ahora somos 662 millones de personas en la región y 8.000 millones de personas en el mundo y este número crece, y por lo tanto, el desafío es cada vez mayor.
Uruguay ya produce alimentos para 10 veces su población y puede hacerlo para el doble. Y Argentina produce el 11% de los productos agroindustriales que dan vuelta por el mundo de acuerdo al “Monitor de Exportaciones Agroindustriales” de la Fundación Agropecuaria por el Desarrollo de Argentina (FADA) de abril de 2022.
El segundo pilar es asegurar una disponibilidad permanente de los alimentos, a lo largo del tiempo. Es un reto cada vez mayor si consideramos factores como el cambio climático, la contaminación del suelo, agua y el aire, la degradación de la tierra, la escasez energética, el alto costo de los fertilizantes, entre otros.
Como tercer pilar tenemos la urgencia de garantizar el acceso económico y físico a los alimentos, sobre todo de los grupos más vulnerables. Este es otro gran desafío, pues pobreza y hambre son dos caras de la misma moneda y, en nuestra región, un tercio de la población es pobre y, por lo tanto, tiene dificultades de acceso a los alimentos. Más del 10% de las personas que habitan la región se encuentran en pobreza extrema.
Por último, no es menos clave el cuarto pilar, promover una nutrición adecuada, equilibrada. Además de tener en la región el 8,6% de la población con subalimentación, una de cada cuatro personas adultas presenta obesidad. No nos alimentamos de manera apropiada y en parte es porque las dietas saludables, son caras o tenemos malos hábitos alimentarios adquiridos.
Los procesos de integración regional deben dar cuenta de la problemática del hambre y la mala alimentación y enfocarse en este problema, a través de cada uno de los pilares mencionados. Una solución sería, a través de la integración, por ejemplo, promover la cooperación para mejorar los niveles tecnológicos y la productividad agropecuaria, de manera que siempre haya suficientes alimentos para todos en la región.
Por otro lado, es necesario acabar con los subsidios en países exportadores, que perjudican a los productores de otros países importadores.
Otra propuesta en cuanto a integración regional y disponibilidad permanente de los alimentos, es armar un frente único para discutir como bloque la necesaria mitigación del cambio climático de los países que más emiten, lo que afecta la disponibilidad de alimentos en países en desarrollo.
Además, mediante la integración, podrían establecerse sistemas de transferencia rápida de alimentos entre países en la región, para hacer frente a problemas de escasez, en esquemas compensatorios, que no exijan a los países, la urgencia de incrementar la deuda pública externa para alimentar a una población con hambre, a causa de posibles fallas en la disponibilidad de alimentos, originadas por un clima imprevisible.
Y en lo que hace a una correcta nutrición, es importante que normas de salud pública con estándares apropiados sean acordados entre países, para permitir la comercialización de alimentos inocuos, con información adecuada para los consumidores. En el marco de la integración se debería trabajar en un esquema único de etiquetado frontal de alimentos, para cuidar de la salud de la población más allá de las fronteras.
Por último, la integración podría generar soluciones a nivel de amplios territorios. Por ejemplo, podría facilitar la inversión de infraestructura hídrica y de iniciativas productivas de alimentos en la región Centroamericana, reduciendo los problemas que la sequía trae, generando fuentes de ingreso para la población y reduciendo sensiblemente la migración. O, por ejemplo, podría mejorar la disponibilidad de alimentos en el Caribe, donde las dietas saludables son muy caras en comparación al resto de la región, generando problemas de salud.
América Central y el Caribe debe estar más unida que nunca en el actual escenario geopolítico global y fortalecer la agricultura familiar, porque esa es la mayor fuente de los alimentos que consumimos en la región.
* Jorge Meza es Oficial Superior de Políticas para América Latina y el Caribe, representante de la FAO ad interim en Argentina y en Uruguay.