No sabemos si las informaciones provenientes del Líbano sobre la cantidad de muertos y heridos a raíz de los intensos bombardeos israelíes son exactas, aproximadas o intencionalmente exageradas, ni cuántas mujeres y niños hubo entre los muertos. Desconocemos si el ministerio de Sanidad del Líbano, que hablaba este lunes de noche de por lo menos 500 muertos, se comporta como su par palestino de la Franja de Gaza, que es parte integral de la organización terrorista Hamás y de acuerdo a ello informa y miente. La organización terrorista Hezbolá es la fuerza militar más potente del Líbano, un agente iraní en el país de los cedros y, por ende, todo lo que salga del Líbano oficial, que nunca hizo nada para frenar el abuso de su territorio por parte de Hezbolá, nos inspira dudas.
Pero el tema central no es discutir cuántos muertos hay y si entre ellos hay civiles. Es indudable que los hay. El tema es preguntarse por qué se ha llegado a esta situación en la que evidentemente Israel se quitó los guantes, se cansó de soportar casi un año el disparo diario de cohetes hacia su frontera norte sin provocación previa ninguna, y decidió pasar a otra etapa. Es esa etapa en la que estamos ahora, de intensísimos ataques israelíes, que en la última jornada fueron a más de 1.300 blancos terroristas de Hezbolá; la enorme mayoría de ellos sitios en los que se almacenaban cohetes, misiles, drones, para ser lanzados hacia Israel.
Ahora Israel ataca para lograr un doble objetivo: tratar de obligar a Hezbolá a alejarse de la frontera y dejar de amenazar a la población israelí, y reducir la capacidad militar agresiva de Hezbolá. Según estimaciones de equipos de inteligencia, es probable que Israel haya logrado ya destruir la mitad de los misiles en manos de Hezbolá. Le quedan muchos aún. Pero también a Israel le quedan fuerzas para defenderse.
Hace añares que Hezbolá acumula enorme cantidad de misiles proporcionados en su enorme mayoría por Irán. Israel, hoy, dijo “basta”.
Tal cual lo hizo en Gaza, avisó antes de atacar. Advirtió públicamente a la población civil residente en edificios y casas en los que esconden misiles, que se vayan de inmediato, porque serán atacados, ya que esos misiles estaban planeados para ser usados contra la población israelí, e Israel decidió que eso no va más. “Hezbolá les miente, los pone en peligro, los usa. Salgan, si tienen misiles en vuestras casas, salgan de inmediato porque los vamos a destruir”, dijo el portavoz militar.
Ningún otro país del mundo habría esperado tanto tiempo para reaccionar así.
Ningún otro país tendría un poderío aéreo así, dirán algunos. Bueno, ninguno, no. Pero probablemente no muchos. Y ese es el punto central: si en su vecindario en el que odio es un nervio motor a menudo, Israel no fuera tan potente militarmente, ya no existiría.
El mundo todo habla ahora de los “más fuertes ataques israelíes en muchos años” y habló hace unos días del ingenioso ataque con los beepers que en segundos dejó mal heridos a aproximadamente 3.000 terroristas de Hezbolá y también mató a unos 25, y sólo a ellos ya que eso aparatos estaban en uso únicamente en manos de Hezbolá. Israel no lo reivindicó, pero se da como hecho que eso fue obra suya. Claro que entre la admiración por el ingenio que algunos destacan y los comunicados de Hezbolá presentándose como víctima de una “masacre cometida por el enemigo”, es importante recordar los hechos: la guerra no comenzó con los beepers.Tampoco con los ataques de este lunes en el sur de Líbano y la Beqá el valle de Líbano.
El 7 de octubre, la organización terrorista Hamas irrumpió al sur de Israel y cometió una terrible masacre en la que asesinó a más de 1200 personas, la mayoría civiles, y secuestró a unas 250, también la mayoría civiles. La mayoría judíos, pero también beduinos musulmanes, extranjeros cristianos y budistas. Al día siguiente, el 8 de octubre, la organización terrorista Hezbolá, brazo de Irán en Líbano, se sumó a “la fiesta”, disparando numerosos cohetes hacia el norte de Israel. En “solidaridad” con Gaza, dijo Hezbolá. Claro, en solidaridad con los suyos, los terroristas.
Desde entonces, sin provocación previa ninguna de parte de Israel, Hezbolá disparó unos 8.800 misiles, cohetes, drones explosivos y diferentes tipos de proyectiles hacia territorio israelí en más de 3.000 ataques. Mató a 25 civiles, la mayoría israelíes y uno de India, que estaba trabajando en las plantaciones en una de las localidades fronterizas, a 23 soldados y miembros de las fuerzas de seguridad, causó muy serios daños en numerosas localidades aledañas a la frontera y provocó la evacuación de 61.000 habitantes del norte de Israel. A eso se agregaron cientos de misiles en los últimos días.
Eso es lo que comenzó la guerra.
Hace casi un año que el jefe de Hezbola Hassan Nasrallah se aferra a su postura pro Hamás y dispara hacia Israel. Está dispuesto a destruir Líbano como Hamás llevó a la destrucción de gran parte de Gaza. Israel dio chance a una solución diplomática, de la que el jefe de Hezbolá no quiso ni hablar. De todos modos, nadie tendría fe en ello recordando en qué quedó la del 2006, cuando la resolución 1701 del Consejo de Seguridad que determinaba que Hezbolá no se puede acercar a la frontera con Israel, nunca fue respetada.
Si todos los comunicados “preocupados” por la escalada, por la paz en la región y las vidas humanas, hubieran sido publicados por distintos gobiernos cuando Hezbolá disparó, siguió disparando y volvió a disparar mil y una vez desde el 8 de octubre hacia Israel, quizás Israel no se habría quitado los guantes. Quizás si el mundo entendiera de una vez que presionar a Israel que se defiende —sí, por más poderoso que sea militarmente, es la víctima, no el agresor— y no a los terroristas que lo atacan es un craso error, hoy no habría muerto ni un libanés.
Pero el mundo no aprende.
Durante demasiado tiempo, casi un año entero, Israel se contuvo demasiado. ¿Qué otro país aguanta casi 9.000 misiles hacia sus ciudadanos sin destruir al otro lado? Recordemos, los ataques salen todos del territorio soberano libanés, en el cual opera un agente de Irán, Hezbolá.
Si Israel no hubiera tratado todos estos últimos ya once meses y medio de evitar una guerra de gran envergadura, Líbano ya no tendría agua ni electricidad.
Ahora ya es tarde. Ahora Israel decidió pasar a otra etapa.
Esperamos que, en su escondite, Hassan Nasrallah esté comprendiendo que se equivocó, que calculó mal, que Israel no tolerará más la situación.
El gran desafío de Israel es, sin provocar una guerra regional, presionar de tal forma que les deje ver que no les conviene. O como dijo este domingo el primer ministro Netanyahu: “Si todavía no lo entendieron, lo van a entender”.
Ojalá.