La gran renuncia es un fenómeno cuyo epicentro es Estados Unidos. Anthony Klotz (autor de “The great resignation” en inglés) le puso la rúbrica a esta tendencia que comenzó en 2021. Se trata de la renuncia masiva de multitudes de trabajadores que decidieron no volver a sus oficinas. Muchos de ellos, incluso, renunciaron sin tener otra alternativa laboral para acomodarse.
Ahora bien, en un contexto ágil en el que crece el empleo como es en los E.E.U.U., la gente puede elegir cambiar, o bien tomarse un tiempo para decidir qué hacer con sus carreras. Sin embargo, por estas latitudes, resulta complejo renunciar al trabajo –hasta muy riesgoso, diría yo– con la expectativa de obtener uno mejor o que se ajuste más a los requerimientos del presente. Quizá, este acto deliberado sea más plausible para aquellas posiciones de alto rango. Hablamos de gerentes como es el caso de Alexia Keglevich, CEO global de Assist Card, quien renunció para lanzar su propia empresa Pax Assistance. Sin duda, su gran experiencia y networking le hicieron posible emprender este nuevo camino.
Lo cierto es que en el mercado laboral argentino (con un desempleo del 7%) la gran renuncia resulta improbable. Y creo, están en similar situación el resto de los países de la región –con diferentes matices claro está–. Aunque siempre hay excepciones, las hay de manera aislada, como la que mencioné anteriormente u otras que podemos visualizar en videítos virales de TiktTok subidos por un exempleado festejando la renuncia a un trabajo “tóxico”.
Una pregunta que cabe hacerse aquí, o al menos yo me hago, es: ¿por qué se dio este fenómeno? Lejos de hacer un análisis exhaustivo, me centraré en algunos factores impulsores que a mi criterio son relevantes.
Primero, la cuarentena fue la única “medicina” por largos meses para combatir a la pandemia. La cual produjo una aceleración del uso y hasta el abuso de la tecnología. Las videoconferencias, en particular el Zoom, adquirió rápida popularidad y nos ayudó a achichar la distancia. Pero, además, la tecnología nos facilitó a todos una dinámica de vida completamente diferente.
La oficina pasó a ser el living de nuestra casa. Hay quienes sacaron partido de esto y disfrutaron al máximo trabajar en pijamas. Por el contrario, están aquellos que lo padecieron. Y, ¿por qué? Por múltiples razones. Lo caótico de compatibilizar los quehaceres cotidianos con el trabajo, los chicos en la casa, el aislamiento, la ansiedad y los límites borrosos entre la vida laboral y personal.
El cambio de rutinas fue abrupto y no nos quedó otra más que vernos a través de una pantalla. No se puede pasar por alto que el lugar de trabajo es mucho más que cuatro paredes. Es un espacio de socialización, donde se establecen relaciones humanas, se empatiza con el otro, se comparte, se modera el humor con los demás. Y toda esa función social que aporta el trabajo a nuestras vidas se esfumó de repente.
El Covid-19 expuso lo bueno y lo malo de todos nosotros. Y como pocas veces en la historia contemporánea se había visto a la muerte tan cerquita acechándonos. El pánico se apoderó de nosotros. No era para menos si los medios mostraban minuto a minuto los números de contagiados y muertos. Y no faltaba vez que nos comentara un amigo o vecino que tuvo la desgracia de perder a un ser querido por el virus y ni siquiera poder despedirlo como dios manda.
En esta nueva resignificación de la realidad que experimentó cada uno, hay un antes y un después que se elige. Que no procede de forma automática, sino a través del sufrimiento, del hartazgo, la insatisfacción y la consecuente interpelación individual sobre el propósito del empleo. “Si la vida es tan corta, cómo me di cuenta, para qué desperdiciar mi tiempo en cosas que no quiero hacer”. Qué sentido tiene el trabajo, ¿por qué lo hago? En la respuesta se encuentra oculto el motivo principal de la gran renuncia. “¿Para qué tengo que volver a la oficina?”. Sin un justificativo que lo sustente, el trabajo es rutina, grises y un conjunto de tareas y procedimientos que no conectan con la persona y su propósito.
Me pregunto de cara al futuro, ¿qué cambios llegaron para quedarse? En mi opinión, la pandemia hackeó el status quo de las organizaciones poniendo, por encima de todas las cosas, a las personas. Ya no recursos, sino personas de carne y hueso. Eso es irreversible, sabiendo que el propósito está estrechamente relacionado con la motivación y la productividad de las personas en el trabajo.
Asimismo, se consolidó el modelo híbrido, modalidad que combina presencialidad con virtualidad que ya venía pidiendo pista. Es cierto, no es aplicable a la generalidad de los puestos. Aunque sí a una amplia variedad de posiciones en empresas de servicios. Tal es así que los bancos, aseguradoras, compañías de IT, por nombrar algunas, ofrecen un esquema flexible haciendo foco en el desempeño (cumplimiento de objetivos o proyectos) por sobre el indicador de horas hombre en la oficina.
Otra tendencia que seguirá en alza es la contratación de trabajadores freelance. Los costos laborales son un obstáculo –ni que hablar en la Argentina– . Más aún en momentos de crisis, cuando las empresas quedan rehenes de su estructura. En este sentido, Workana (plataforma de freelancers) ofrece múltiples respuestas a las demandas de las empresas de hoy día.
La pandemia visibilizó la relevancia de la interacción social. Su impacto sobre la salud física y mental de las personas fue crítico. Nos enseñó a adaptarnos rápidamente para reinventarnos. Y dejó expuesto que renunciar al trabajo en búsqueda de la felicidad será siempre una opción más que valida.